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Unamuno, en la cumbre de Gran Canaria, 1910: “El espectáculo es imponente. Parece una tempestad petrificada”

Estatua de Miguel de Unamuno en Artenara

Europa Press

Las Palmas de Gran Canaria —

Miguel de Unamuno, escritor y filósofo español de la Generación del 98, estuvo un mes en Gran Canaria en el año 1910, donde convivió con los intelectuales de la época y conoció los paisajes que le ofrece la isla. Sobre la cumbre diría: “El espectáculo es imponente. Parece una tempestad petrificada”.

En este sentido, el cronista oficial de Artenara y presidente de los cronistas de Canarias, José Antonio Luján, hizo un repaso con Europa Press del recorrido que siguió el escritor, que visitó los municipios de Las Palmas de Gran Canaria, Teror, Valleseco, Tejeda, Artenara y Moya, cuando se cumple este 31 de diciembre 80 años de su fallecimiento.

El 22 de junio de 1910, Miguel de Unamuno llegó a la capital grancanaria como invitado de la Sociedad El Recreo en calidad de mantenedor [figura invitada] en los primeros Juegos Florales [certamen literario] que se celebraron en la ciudad, hospedándose en el Hotel Continental, que estaba ubicado en la Plaza de San Bernardo.

Durante el mes que estuvo en Gran Canaria, el escritor entró en contacto con los intelectuales canarios de la época, influyendo sobre los mismos, como con el caso del poeta Alonso Quesada, a quien le aconsejó sobre su forma de escribir.

Como anécdota, destaca su discurso en los Juegos Florales, donde Unamuno puso de manifiesto su aspecto provocador y salió abucheado del teatro. El motivo no fue otro que su rechazo a la creación de la provincia de Las Palmas, que en aquel entonces --cuando en Canarias había una sola provincia con sede en Santa Cruz de Tenerife--, era una reivindicación de la sociedad de las islas orientales.

La Generación del 98, entre la que se encontraba el escritor, entendía que el futuro de España, lejos de fragmentarse en nacionalismos y cantones, debía pasar por la unión de los territorios.

José Antonio Lujan expuso que tras este episodio, que supuso que Unamuno diera otro discurso justificándose ante la sociedad para calmar los ánimos, decidió conocer el interior de Gran Canaria.

Partió desde la capital por carretera rumbo a Teror, un pueblo que en su libro Por tierras de Portugal y España dijo que le recordó a alguno de los pueblos del Miño Portugués. La Villa Mariana fue una especie de cuartel general de Unamuno, donde estuvo cuatro días.

Desde allí, pondría rumbo a las cumbres de la isla y a Artenara, pasando por Valleseco, subiendo por el Camino Real, pasando por la Degollada de Las Palomas y siguiendo por todo el borde norte de la caldera de Tejeda hasta Artenara, cuyos paisajes lo asombraron de tal forma que su descripción del territorio ha quedado en la memoria colectiva como la mejor forma de expresar lo que la inmensidad de Gran Canaria hace sentir al visitante.

“El espectáculo es imponente --expondría más tarde--. Todas aquellas negras murallas de la gran caldera, con sus crestas que parecen almenadas, con sus roques enhiestos, ofrecen el aspecto de una visión dantesca. No otra cosa pueden ser las calderas del Infierno. Es una tremenda conmoción de las entrañas de la tierra, parece todo ello una tempestad petrificada, pero una tempestad de fuego, de lava, más que de agua”.

Del mismo modo, Unamuno pondría sus ojos en el Roque Nublo, símbolo de los grancanarios, y en la figura que se adivinaba al fondo, el Pico del Teide de la vecina isla de Tenerife.

“Era realmente un espectáculo que parecía sacarme de los estrechos límites en que caminaba aquel inmenso solio que se levanta entre las nubes. Diríase que estaba suspendido en el cielo. De tal modo que un mar de niebla cubría y abrigaba al mar de agua”, incidió.

En Artenara, el escritor conocería todo el municipio e incluso el santuario de la Virgen de la Cuevita, saliendo impresionado al ver a las personas viviendo en cuevas heredadas de los antiguos aborígenes de la isla. “Y no dejan de tener sus comodidades aquellas cuevas, cuidadosamente enjalbegadas, en que viven los vecinos de Artenara [relataría en Por tierras de Portugal y España]. Tal vez algunas de ellas sirvieron en otro tiempo de guarida a los guanches, que vivían en cuevas”.

Desde allí, Unamuno tomaría el camino de regreso a Teror y descansaría en la Finca de Osorio, que le causó conmoción por el parecido con su tierra natal.

“Pero allá, en Teror, a cerca de 600 metros sobre el nivel del mar, el aspecto varía. El frondosísimo castañar de Osorio me recordaba más de un rincón de mi nativa tierra vasca. Y allí, en aquel castañar de Osorio, me tendí a la caída de una tarde hasta ver acostarse las colinas en la serenidad del anochecer”, diría el escritorio.

Al día siguiente, organizó una visita a los Tilos de Moya, donde según el cronista, descubrió lo que significa la palabra aislamiento cuando se encontraba en el fondo del barranco y refrescó su cara con el agua que procedía de la cumbre.

“Y allí, en el fondo, una riqueza de frondosidad. Y un arroyo, un verdadero arroyo, con agua fresca, rumorosa y corriente. En él hundí mis pies enardecidos y en el chorro de una fuente chapucé mi cabeza. ¡Qué lejos del mundo en aquella quebrada de los Tilos, entre los tilos y eucaliptos! Era como un aislamiento más en el aislamiento de esta isla”.

Respecto a la capital, para el escritor era una ciudad algo insulsa, puesto que en aquella época contaba con unos 60.000 habitantes. Cuando llegó al Puerto recorrió la carretera del puerto --actual León y Castillo--, una vía que estaba polvorienta y que conducía a una ciudad que prácticamente estaba encerrada en la propias Vegueta y Triana.

Con todo, José Antonio Lujan hizo especial hincapié en que Unamuno se involucró de tal manera con la isla y sus gentes que dejó una auténtica crónica de los que se iba encontrando en cada una de sus excursiones, aunque no hacía un inventario de lo que iba viendo, sino que lo que hizo fue enseñar a ver el paisaje de Canarias desde una perspectiva diferente.

El escritor llegó a Gran Canaria con su mochila cultural de hombre catedrático, por lo que cuando visitó la cumbre y vio esos paisajes tan abrumadores se preguntó cómo podría haber sido la lucha titánica entre Vulcano y Neptuno para que la tierra ofreciera un entorno como el de la zona alta de la isla, llegando a compararlo incluso con una vista del infierno de Dante.

Finalmente, Unamuno pasaría un mes en la isla acogido por la burguesía y los ilustrados de la época, impregnándose de la historia de Canarias y siendo despedido con un homenaje en el Hotel Santa Brígida, regresando a Salamanca el 18 de julio de 1910.

El escritorio volvería a estar en Gran Canaria en el año 1924 en una segunda visita, aunque en esa ocasión no dejaría tanta documentación como en aquel primer viaje que tanto le impactó.

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