El chico es el más grande

El tamaño, dicen, no importa. Y menos aún en el fútbol, pero Uruguay rompe con cualquier lógica. Salvo Surinam y Guyana, territorios con escaso bagaje futbolístico, la República Oriental del Uruguay es el país con el menor tamaño de América del Sur y, sin embargo, este domingo su selección absoluta se convirtió en la mayor propietaria de copas continentales. Tras su victoria contra Paraguay (3-0) en la final de la Copa América 2001, disputada durante julio en Argentina, el equipo celeste alzó su decimoquinto trofeo y, de este modo, superó al propio país anfitrión en número de títulos del torneo entre selecciones más antiguo del mundo.

Aparte del invierno austral, la competición arrancó con ambiente frío en el país gaucho a causa del descenso de Club Atlético River Plate a la segunda división nacional, y continuó sin desatar pasiones por la general escasez de goles y la temprana eliminación, a manos de Uruguay precisamente, de Argentina, teórico favorito por su condición de equipo local y por las expectativas depositadas en Lionel Messi como máxima figura mundial. También cayó Brasil, pentacampeona del mundo y ocho veces victoriosa en la Copa América, en cuartos de final contra Paraguay, posterior subcampeona sin más merito que el histórico logro de alcanzar una final sin ganar un solo partido. Empate tras empate gracias a la fortuna de las tandas de penaltis y el desempeño global de Justo Villar, elegido mejor guardameta del campeonato. Además, el desengaño de otros candidatos secundarios, Chile o Colombia, permitió la sorpresa de contemplar en unas semifinales a equipos menores como Perú y, sobre todo, Venezuela, que finalmente perdió el partido por el tercer puesto contra el conjunto andino.

Para nada resultó una extrañeza, sin embargo, la victoria final de Uruguay, serio aspirante en todas las quinielas iniciales por su trayectoria histórica y reciente. No en vano, la selección charrúa, campeona en la primera Copa Mundial de Fútbol (Uruguay, 1930) y de nuevo triunfadora dos décadas después con el Maracanazo (Brasil, 1950), volvió a situarse entre las mejores del planeta al clasificarse para las semifinales de Sudáfrica 2010, escenario de la primera estrella cosida a la camiseta roja de España. Y si el atlético Diego Forlán se alzó entonces con el trofeo al mejor jugador del torneo, tal distinción correspondió en la reciente Copa América al red Luis Suárez, por lo que la actual pareja de delanteros se convierte en heredera de una saga celeste con míticos futbolistas como Juan Alberto Schiaffino, Luis Cubilla, Obdulio Varela, Héctor Scarone o Enzo Francescoli.

En cualquier caso, el actual éxito se basa, más que en sobresalientes individualidades, en una notable colectividad, en el conjunto de un equipo armado como un bloque compacto por el seleccionador Óscar Washington Maestro Tabárez, tanto en el plano táctico como personal. Desde el capitán Diego Lugano al novato Sebastián Coates y del arquero Fernando Muslera al medio Arévalo Ríos, sin olvidar a los suplentes Edinson Cavani o Sebastián Abreu. En definitiva, a la tremenda competitividad o garra charrúa de un pequeño país con apenas 3,5 millones de habitantes, con raíces canarias por cierto, y 176.215 kilómetros cuadrados entre, precisamente, los inmensos Argentina y Brasil, dos colosales vecinos en geografía, economía y fútbol. Ahora, sin embargo, el chico es el más grande. Uruguay nomá.

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