Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.
Dejen que les cuente una historia. Cumplir años mientras uno trabaja supone ir atesorando experiencias, vivencias y escenas -si me permiten el paralelismo cinematográfico- que mejor que nunca se hubieran rodado. Si me ciño al área que tiene relación con esta columna, mis comienzos como escritor de reseñas cinematográficas fue como el de cualquier otro. Empecé trabajando en el periódico del instituto en el que cursaba mis estudios, de ahí entré a trabajar en un periódico para cubrir un festival de cine -considerado de segunda categoría-, más tarde alterné la escritura con trabajar en radio y, con el paso de los años, me he ido centrando en el mundo digital, aunque de vez en cuando combine las letras con mi labor como comisario de exposición y ponente de conferencias.
En estos años he aprendido que termina por importar poco lo bien o mal que hagas tu trabajo, el tiempo que le dediques, la documentación, los desvelos y el interés. Al final, como me dijo un jefe de prensa de triste recuerdo, lo que importa es el medio en el que trabajes, y la difusión que dicho medio tenga. Vamos, que si eres un mamarracho impresentable, además de chapucero y carente de toda ética, pero trabajas en un medio de difusión nacional se te acaba por justificar cualquier comportamiento. Excepciones las hay, pero son pocas y no sirven para cambiar un panorama donde lo que importa es lucirse, no defender, en este caso, el séptimo arte.
Algo similar se puede aplicar a la dinámica de los festivales de cine, donde en medio de intestinas batallas entre exhibidores, agentes, y responsables del evento en cuestión, uno lucha por hacer su trabajo y siempre se encuentra con un cargo intermedio que, lejos de ayudar, se entretiene poniéndote una zancadilla tras otra. El resultado de todo esto es que si, trabajas en un medio pequeño, y no eres amante de darle codazos al común de los mortales, difícilmente conseguirás una entrevista con quien tú quieres y, si lo logras, muy posiblemente acabes con algún jefe de prensa tosiéndote encima, circunstancia muy desagradable.
Algunas veces las tornas cambian y uno puede disfrutar de una velada, hablando con un actor, sin tener que vender ningún órgano y/o el alma inmortal -siempre hay alguien que pide más que otros- y disfrutar de lo que, en teoría, debería ser este negocio. No el circo de tres pistas en el que se ha convertido esto.
Si, además, el tema que se trata en dicho encuentro es de tu agrado y la actitud de la persona invitada destaca frente a la media entenderán el buen sabor de boca que aún me queda pasadas dos semanas.
Todo sucedió -Snoopy escribiría “Era de noche y, sin embargo, llovía”- un sábado a eso de las siete de la tarde cuando, gracias al buen hacer del responsable de la tienda El Desván del Leprechaun, Juan Gadea Lugo, el actor grancanario David Martel Santana acudió para contarnos sus experiencias como actor de reparto en el Episodio VII de Star Wars. Martel, el primer Stormtrooper canario de la historia, demostró que si la gente no perdiera la frescura y la memoria, amén de conservar su libertad a pesar del desquiciado Star System que impera en nuestro país, al negocio del cine le iría muchísimo mejor.
Ya he dicho antes que uno de los problemas a los que se debe enfrentar un redactor que acude a cubrir un evento es la cantidad de impedimentos que hay en el camino, muchos de los cuales afectan al estado de ánimo de a quien vas a entrevistar y a tuyo propio. La suma de ambos elementos suele desembocar en un cansancio y un hastío que acaban, primero que nada, con la naturalidad y con la empatía que puedas llegar a sentir para con la persona con la que vas a hablar. Sé que el tiempo es limitado; es más, he estado en el otro lado como responsable de prensa, pero hay eventos que han olvidado que solo hay un Flash y que, en diez minutos, es imposible desarrollar una entrevista de manera mínimamente coherente.
Esto fue lo que no sucedió durante la larga conversación que mantuvimos quienes acudimos al encuentro con David Martel Santana. Si a esto le suman la ilusión y el desparpajo con el que nos obsequió el actor entenderán el buen rato pasado y el buen recuerdo que nos dejó.
Tengo claro que, a medida que su carrera vaya despegando, ya no será tan fácil pasarse dos horas hablando con él, pero, mientras haya personas como Juan Gadea Lugo que fomenten este tipo de encuentros, el mundo del cine se conocerá como algo más que “making-off” enlatados, los cuales cada vez aportan menos al espectador. Es en estos cara a cara donde un aficionado de verdad conoce los secretos de una película, sin tener que ajustarse a un guión prefijado.
Todavía recuerdo cuando los mencionados “making off” duraban entre una hora y hora y media. Ahora, malamente, pueden durar veinte minutos. Con tanta inmediatez se ha perdido, precisamente, aquello que David Martel Santana logró durante las dos horas que estuvo hablando; es decir, hacernos querer ver otra vez la película, pero con otros ojos.
Si este tipo de propuestas se repitieran no solo en Gran Canaria, sino en el resto de nuestro país -y no me refiero a festivales de cine- el negocio cinematográfico no iría como va; es decir, perdiendo espectadores y credibilidad, salvo en gloriosas excepciones.
Yo, lo único que espero, es que dentro de dos años David Martel Santana regrese -como el malvado imperio galáctico- y nos cuente, en el mismo sitio, sus nuevas y descacharrantes aventuras, con la misma ilusión de la que hizo gala esta vez. Si es así, ya me pueden ir guardando una silla, y una foto dedicada.
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Sobre este blog
Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.