La portada de mañana
Acceder
La izquierda busca reconstruirse ante el nuevo ciclo político
El PP de Ayuso bloquea la investigación de los negocios de su pareja
Opinión - 'Un español cuenta algo muy sorprendente', por Isaac Rosa
Sobre este blog

Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.

¡NUNCA HABRÁ UN GENIO TAN GENIAL!

A pesar de mi querencia por coleccionar, sobretodo juguetes, nunca he sido una persona dada al fetichismo que rodea a una actividad como el coleccionismo. Las cosas, como cualquier otra posesión humana, pueden tener uno u otro significado, en especial cuando se conserva intacta la memoria de la infancia. No obstante, y salvo excepciones, tengo claro cuál es el valor de todo lo que he ido atesorando a lo largo de los años, sin necesidad de tener que acudir a un psicoanalista que me lo explique y/ o me trate de psicopatía derivada.

Otra cosa bien distinta es que poseas cosas que, cuando las utilizas, se conviertan en una suerte de “escudo protector contra la insensatez y la majadería humana”, un virus que cada vez pulula más por la sociedad en la que vivimos. En mi caso, se trata de una corbata que me regaló la entonces directora de publicidad de la distribuidora 20th Century Fox en España, con motivo del estreno de la película Toys, dirigida por Barry Levinson en 1992 y protagonizada por Robin Williams, Robin Wright, Joan Cusack y LL. Cool J.

Toys era una película condenada al fracaso desde el primer momento. Y no solamente por la mezcla entre surrealismo pictórico, comedia negra y crítica social, exportada de las genuinas páginas de la revista MAD. Toys era una película con un trasfondo pacifista y socialista –en la empresa de juguetes Zevo, los trabajadores están “contentos” porque se les trata bien- que no podía gustar a muchas personas, dentro y fuera de los Estados Unidos de América. Por todo ello, no resulta extraño que, cuando se habla de la carrera del ya tristemente desaparecido Robin Williams, los sesudos analistas cinematográficos al uso ni siquiera la nombren. Y será por eso, además de por otras cosas, que me guste tanto llevar esa corbata cada vez que tengo una cita importante y debo acudir siguiendo una determinada etiqueta.

Y vale que Toys es una película un tanto particular, pero es que, en la lista de grandes películas olvidadas de Robin Williams, también figuran los siguientes títulos, muy dignos de destacar.

Popeye (PopeyeRobert Altman, 1980) pasa por ser una de las mejores adaptaciones de un personaje gráfico a la pantalla grande, con las señas de identidad del director, pero sin perder de vista la esencia del bonachón y expeditivo marinero.

La entrañable, real y, a ratos, onírica The World According to Garp (George Roy Hill, 1982)

Moscow on the Hudson –Un ruso en Nueva York- (Paul Mazursky, 1984) representa todo un canto contra la intolerancia y contra los estereotipos, tan del gusto de la “Guerra Fría”.

Awakenings (Penny Marshall, 1990), una historia en la que Williams se midió –y muy bien- con uno de los grandes, Robert De Niro, y salió bien parado.

La historia de un niño, Jack (Francis Ford Coppola, 1996), que ve cómo una enfermedad degenerativa le va robando su vida sin tan siquiera poder disfrutar de ella, aunque nunca pierda la sonrisa.

Patch Adams (Tom Shadyac, 1998), una suerte de tratamiento para utilizar la risa como terapia para la vida, algo que muy bien pudiera haber acuñado el propio actor.

The Birdcage (Mike Nichols, 1996) es mucho más que un remake al uso. Se trata de toda una locura rabiosamente liberal, en contra de cualquier discriminación, sea cual sea.

Jakob the LiarJakob the Lia (Peter Kassovitz, 1999), batalla entre la adversidad y la esperanza, con el ghetto de Varsovia de telón de fondo.

What Dreams May Come (Vincent Ward, 1999), cinta de una factura estética impecable y poseedora de una delicadeza que la hizo demasiado hermética para el gran público.

Bicentennial Man (Chris Columbus, 1999) es una de las películas de ciencia ficción -dedicada a la robótica-, más hermosas de cuantas se han rodado. Sin duda alguna, la magnífica interpretación de Robin Williams y compañera de reparto, Embeth Davidtz supone el pilar principal sobre los que se sostiene esta magnífica adaptación de las obra The Positronic Man, co-escrita por Isaac Asimov y Robert Silverberg, la cual está, a su vez, basada en la novela de Asimov The Bicentennial Man.

La lista podrá parecer muy larga, pero es que, en realidad, Robins Williams nunca fue un actor demasiado taquillero, salvo contadas excepciones. Piensen, si no, que una película tan sólida como Good Will Hunting (Gus Van Sant, 1997) hubiera pasado desapercibida en nuestras fronteras de no ser, paradójicamente, por la estatuilla que premió el trabajo del actor dando la réplica al Dr. Sean Maguire.

Lo mismo ocurrió con Good Morning, Vietnam (Barry Levinson, 1987), todo un alegato contra la censura y los abusos que se cometen en nombre del patriotismo y majaderías similares. En nuestro país, la película no pasó de ser tachada como una comedía histriónica más, protagonizada por Williams, olvidando el trasfondo de la historia que se cuenta en ella.

¿Y qué me dicen de una pequeña joya como lo es The Fisher King (Terry Gilliam, 1991), tan críptica en algunos pasajes como sensacional en su planteamiento? Pues que pasó con mucha pena y muy poca gloria por las carteleras españolas, en unos años en los que todavía los espectadores iban a las salas de cine.

Mención aparte merecen títulos tales como Jumanji (Joe Johnston, 1995); Nights at the Museum (Shawn Levy, 2006, 2009 y 2014) y Hook (Steven Spielberg, 1991), dado que en España casi todo el mundo tiene DEMASIADA PRISA POR CRECER Y OLVIDAR SU INFANCIA. Con unos antecedentes como esos, resultaba imposible que una historia tan apasionante como la que se cuenta en Jumanji –quién encontrara un juego como ése- o las sucesivas entregas museísticas de Williams, transmutado en Theodore Roosevelt –siendo, el nuestro, un país en donde sus habitantes no pisan un museo ni por equivocación- llegaran a ser éxitos de taquilla. Acerca de Hook prefiero ni hablar, porque, durante su estreno, fueron tantas las majaderías que se escribieron, se dijeron y/o se vomitaron, que mejor lo dejo como está. Nada de lo que se dijo cambiará mi querencia hacia la obra y el legado de J.M. Barrie, pero qué quieren, tanta ignorancia y estupidez junta, acaban por colmar el vaso.

Luego están los intentos del actor por hacer un cine mucho más dramático, en especial títulos tales como Insomnia (Christopher Nolan, 2002), sensacional thriller psicológico protagonizado por Al Pacino, Hilary Swank y el propio Williams; y One Hour Photo (Mark Romanek, 2002), otro thriller, aunque de carácter mucho más intimista y con claras reminiscencias a películas igualmente olvidadas –tal y como es el caso de Manhunter, dirigida por Michael Mann en 1986. Ninguna de las dos llegaron a conectar con el público, en parte por lo áspero y desasosegante de los temas y en parte porque los espectadores tampoco fueron capaces de desligar al actor de sus trabajos cómicos.

Mrs. Doubtfire (Chris Columbus, 1993) es, de todas sus películas, una de las que menos me gustó, aunque no dejo de reconocer que tiene momentos memorables. Para mí, antes que la niñera perfecta, pero con truco, está ese genio, TAN GENIAL, aunque, por una vez, mi lealtad hacia el trabajo de Williams tenga que estar compartida con el menos increíble doblaje que Josema Yuste aportó para la película Aladdin. En algunos momentos, cuesta saber cuál de los dos es mejor. Aquel trabajo, -el de ambos actores, debo añadir- no sólo demostró que la animación era un campo tan válido para un actor como cualquier otro, sino que dejó muy claro la enorme versatilidad de Williams, y del propio Josema Yuste,- casi tan encasillado en papeles cómicos como el actor americano-, para desarrollar un personaje con tantos matices como lo es el genio de la producción animada de Walt Disney, gracias al empeño de Jeffrey Katzenberg, todo sea dicho.

Sea como fuere, siempre consideré a Robin Williams como uno de los mejores actores de su generación, intuitivo, expansivo y muchas veces excesivo, pero que supo trabajar en producciones que tenían una doble lectura que solía tener que ver con el fomento de la tolerancia, el respeto y libertad, consignas que marcaron su filantrópica y comprometida vida personal.

Nadie salvo Williams supo interpretar lo que siente un niño, aunque en Hook, el protagonista hubiera olvidado lo que significa precisamente eso, ser niño. Nadie supo demoler, tan bien, las reglas de esta caduca y anquilosada sociedad contemporánea en la que vivimos y, de paso, hacernos lucir una tremenda sonrisa en nuestro rostro. ¿Se imaginan lo que sería escuchar, todas las mañanas, las noticias de la mano de Adrian Cronauer, en vez de escupidas por boca de los telepredicadores apocalípticos de rigor?

¿Y se imaginan cómo funcionaría el sistema educativo español si, en vez de todos esos tarados con el colmillo retorcido que pueblan las aulas, hubiera más profesores como John Keating, el maravilloso y comprometido profesor de Dead Poets Society Dead Poets Society (Peter Weir, 1989)? Ésta es, por derecho propio, la mejor película del actor y unas de las mejores películas de los últimos treinta años.

Por lo pronto, seguro que los estudiantes acudirían a clase con otra cara y, por favor, no me salgan con el argumento que tiene que ver con lo que le ocurre a uno de los estudiantes de Keating –Neil Perry (Robert Sean Leonard)- porque, si alguien tiene la culpa de lo que le ocurre, no es por el profesor interpretado por Wiliams.

Resulta un tanto frustrante que luego del estreno de Dead Poets Society, el trabajo de Williams sólo fuera tomado en consideración cuando el actor interpretó un papel en clave de comedia, una razón que explica porque la mayoría de la filmografía del desaparecido actor permanezca desconocida para quienes antes iban al cine y, ahora, se entretienen descargando películas de forma poco clara.

No obstante, y volviendo al argumento con el que comencé este artículo, mi recuerdo de Robin Williams siempre estará ligado al personaje de Leslie Zevo, quien defendió, con uñas, dientes y un buen puñado de juguetes, el legado y el espíritu de su padre, frente a la megalomanía, la avaricia y el corrupto espíritu de su tío, el belicoso General Leland Zevo.

Quizás por eso, mientras me estoy vistiendo para una reunión, una presentación o algún tipo de encuentro que precise de cierta etiqueta, suelo recurrir a la corbata de la familia Zevo, sabedor de que, mientras sea capaz de mantener un espíritu similar, las cosas me irán mucho mejor.

Y, ahora, les dejo porque, una vez que termine de planchar la corbata en cuestión, me tengo que prepararme para asistir a la ceremonia que se celebrará en Nunca Jamás, en memoria de alguien tan excepcional como lo fue Robin Williams.

Toys © 20Th Century Fox, 2014

Sobre este blog

Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.

Etiquetas
stats