Sobre este blog

Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.

EN MEMORIA DE CHRISTOPHER D'OLIER REEVE

La diferencia estriba en que los niños españoles, al igual que muchos otros niños europeos, nunca entramos en contacto con dicha serie televisiva y, para nosotros, ver a Superman, volando de la misma forma que aparecía en aquellos ajados cómics de la época, representó un sueño hecho realidad.

Además, Christopher Reeve supo potenciar la personalidad patosa, retraía y entrañable de Clark Kent, el alter ego que esconde tras sus gafas de “culo de botella” al hombre de acero, algo que para todos los que llevábamos gafas y éramos el blanco de las burlas de los mentecatos de clase supuso toda una liberación. Y es que si Superman las llevaba, por qué no las podíamos llevar los demás. Vale que no podíamos volar ni mandar de una patada en el culo al infinito a todos aquellos que nos molestaban pero cuando la magnífica película de Richard Donner se estrenó, algo cambió y para bien.

Luego, con el estreno de la segunda parte, vimos a un personaje bien distinto, capaz de sufrir y de aprender de sus errores, una parte que en la versión del director se potencia mucho más, merced al metraje en el que aparece su padre Jor-el –metraje que inexplicablemente fue mutilado de la primera versión estrenada en los cines y que hoy en día se puede disfrutar en una versión especial en DVD-

Tras aquella segunda parte, el rostro y la personalidad del personaje quedaron ligados al actor, casi de manera secular y, por mucho que después intentara desligarse del él, le fue casi imposible. Y eso que Christopher Reeve actuó en películas tan interesantes y dignas de reseñar como lo son Somewhere in Time, junto a la actriz Jane Seymour, The Bostonians, compartiendo cartel con Vanessa Redgrave –y su mayor éxito profesional-, Street Smart que le emparentó, profesionalmente hablando con Morgan Freeman y Kathy Baker, Switching Channels, una delirante comedia junto a Kathleen Turner y Burt Reynolds, la controvertida pero sobresaliente Monsignor, al lado de Geneviève Bujold y Fernando Rey y la versión del año 1995 del clásico Village of the Damned, uno de los mejores remakes de una película de por sí buena, dirigida por John Carpenter y donde Reeve compartió cartel con toda una pléyade de actores que como él, vieron sus carreras truncadas por el encasillamiento o por una sucesión de malas decisiones.

Cuando en 1995 Reeves quedó atado a una silla de ruedas tras una accidente de equitación, los que lo admirábamos por su trabajo en la gran pantalla nos dimos cuenta que él era, en verdad, el “hombre de acero”. No sólo no se rindió ante su nueva situación sino que hasta el mismo momento de su muerte lucho para mejorar la calidad de vida de quienes, como él, debían pasar cada minuto de sus vidas dependiendo de un ingenio rodante y de la ayuda de quienes compartían su vida y su padecer.

Reeve, demócrata en el sentido más literal de la palabra, lucho contra la cerrazón y los maniqueos argumentos de quienes, como los integrantes de la anterior administración norteamericana se oponían al uso de células madre para investigar posibles tratamientos que le permitieran volver a andar en un futuro. Fruto de su empeño por promover un cambio de mentalidad fue el desarrollo de una fundación, Christopher and Dana Reeve Fundation (www.christopherreeve.org) la cual centra todo su esfuerzo en promover nuevas técnicas de investigación sobre las lesiones de médula espinal y el tratamiento a personas que sufren dicho trastorno.

Pocos podían pensar, a mediados de los años sesenta que aquel enorme y desgarbado graduado en la prestigiosa Juilliard de Nueva York y amigo íntimo de Robin Williams, al que conoció tras ser seleccionados para la prestigiosa academia de arte, llegaría a convertirse en símbolo del héroe por antonomasia y no solamente por haber interpretado al último hijo de Krypton en la gran pantalla.

Christopher Reeve demostró que lo héroe existen en el mundo real y no por ello deben llevar coloridos trajes, ni volar ni tan siquiera tener súper-poderes. Los verdaderos héroes luchan no por interés propio sino, como lo hiciera Superman en la última entrega cinematográfica interpretada por Reeves, Superman IV: The Quest for Peace Superman IV: The Quest for Peace(Cannon Films. 1987) por el bien común y por ayudar a que nuestro mundo sea un lugar mejor –en aquella ocasión, librando al mundo de la amenaza del arsenal nuclear, idea del actor- en medio de tanto cinismo y tantos intereses creados de antemano.

La última vez que vi al actor, fue en el episodio 17 de la segunda temporada de la serie Smallville “Rosetta” interpretando al doctor Virgil Swann, un científico que le explicará a Clark Kent quien es él, en realidad de donde proviene, papel que luego repetiría una temporada después, en el capítulo “Legacy” (episodio 17, tercera temporada). Ambos capítulos, todo un homenaje al actor y a su legado como Superman cinematográfico supusieron el mejor broche final para una carrera profesional llena sinsabores –algo intrínseco a la vida de actor- pero que, de una forma u otra, marcó la vida de millones de personas, justo cuando fuimos a ver a los cines de nuestra ciudad, Superman: la película, hace ya cuatro décadas.

Christopher D'Olier Reeve, donde quieras que estés, muchas gracias por enseñarnos, no que un hombre podía volar sino que los héroes son reales, viven en el mundo real y todos podemos llegar a serlo, si nos lo proponemos.

© 2014 Warner Bros, Inc. A timeWarner Company

© 2014 Richard Donner

© 2014 Christopher and Dana Reeve

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Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.

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