Sobre este blog

Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.

RAKKAUTTA & ANARKIAA DE GÉNERO

Ambientada en plena guerra irano-iraquí, la cual asoló buena parte de ambos territorios durante la década de los años ochenta del pasado siglo -mientras occidente y buena parte del mundo árabe apoyaban a uno u otro contendiente, según sus respectivas ideologías e intereses partidistas- lo que en principio era la historia de una familia condicionada por la contienda y por la revolución cultural que encadenó a la población iraní, especialmente a las mujeres, se transforma en una desasosegante pesadilla que perseguirá a una madre y a una niña hasta la antesala de la locura.

Las tinieblas a las que hace referencia el título de la cinta no tienen tanto que ver con los sucesivos apagones y cortes de luz que debieron soportar los habitantes de la ciudad de Teherán, castigada por los ataques del ejército de Saddam Hussein, aquel que luego invocó a la “madre de todas las batallas” para derrotar al infiel.

No, las tinieblas tienen mucho más que ver con el velo de incomprensión y oscurantismo que las mujeres iraníes debieron hacer frente cuando el nuevo régimen, tan titánico y arbitrario como lo fuera el comandado por el sátrapa Mohammad Reza Shah Pahlavi, las apartó de cualquier actividad que no fuera velar por el cuidado de su familia o formar parte de las estrictas e implacables veladoras de las enseñanzas del profeta, “pase lo que pase y caiga quien caiga”, para que nos entendamos.

Shideh (Narges Rashidi), hija de una prestigiosa doctora y protagonista absoluta de la narración, es una de tantas víctimas anónimas, las cuales, tras finalizar la revolución islámica de 1979 y luego de la instauración de un nuevo régimen político y religioso, debieron aceptar que las cosas ya nunca volverían a ser como antes. De ahí que los intentos de la, entonces, estudiante de medicina, choquen, una y otra vez, con la intransigencia de un sistema que niega a las mujeres los más básicos derechos, escudándose en unas enseñanzas que, al igual que sucede con otros credos, han pasado por muchas manos y demasiadas interpretaciones torticeras. Shideh sólo quiere continuar allí donde lo dejó, pero en su “nuevo país” hasta conducir un coche está mal visto, tal y como uno de sus vecinos no se cansa de repetir. La situación, como es lógico pensar, irá a peor cuando su marido, Iraj (Bobby Naderi), también médico, es llamado a filas como parte del esfuerzo bélico nacional. La desazón de la madre y la ausencia del padre harán mella en Dorse (Avin Manshadi), la niña cuya vida se tambaleará hasta el extremo, merced a las situaciones anteriormente descritas y merced a la aparición de un nuevo jugador en el tablero de juegos.

Según la mitología árabe, la palabra Al-jinn, -Jinn y/o Djinn, una vez que se romanizó el término- sirve para describir a una criatura sobrenatural conocida como genio, y también como demonio. Estas entidades son frecuentemente mencionadas en el Corán y en otros textos islámicos, sobre todo cuando se habla de criaturas que se ocultan de los sentidos, pero que, por otro lado, pueden poseer a los seres humanos y conducirlos hasta la demencia. Entidades temidas por su capacidad para esconderse del ojo humano, los Djinn viven entre las mismas sombras que persiguen a las dos protagonistas y su llegada al escenario en donde transcurre toda la acción sólo sirve para aumentar el desasosiego y la paranoia que rodea a cualquier situación que esté relacionada con un conflicto bélico.

Llega un momento en el que los cacareados ataques con misiles de los que se vanagloriaba el régimen de Saddam Hussein son una cuestión baladí para Shideh, empeñada, ésta, en salvaguardar la vida de su hija frente a los cada vez más constantes ataques de los Djinn que pululan por el edificio en el que residen, desierto ante la amenaza de las armas del enemigo iraquí.

¿Y cómo logra el director plasmar toda esta situación? Pues recurriendo a las mismas esencias del género; es decir, puertas que se cierran bruscamente, ventanas que se rompen sin motivos, grietas de las que salen seres de los que solamente vemos una parte de su anatomía y un montaje en el que, por momentos, llegamos a dudar de si lo que está ocurriendo es real o forma parte de las pesadillas de la protagonista...

En donde estriba la diferencia con otras producciones de género es en el telón de fondo en el que se desarrolla la acción. Un buen botón de muestra de la insensatez y la estrechez de miras de la situación en Irán es la secuencia en la que se ve a dos soldados de la revolución, quienes, al encontrar a la aterrada madre -de noche, en medio de la calle, y cargando con su somnolienta hija- en lo único en lo que se fijan es en el hecho de que Shideh no lleva el preceptivo pañuelo tapándole el cabello, por lo que la tachan de infiel por querer emular a una mujer europea, pero se despreocupan de todo lo demás. Viendo dicha secuencia, al espectador le debería quedar claro que los Djinn son mucho menos peligrosos que cualquiera de los humanos, sobre todo aquellos afines al régimen, que pululan por la película.

Under the shadow es una película de terror tanto psicológico como visual, capaz de entremezclar situaciones, creencias, adulteraciones y tergiversaciones en una misma narración. Su desarrollo argumental, el magnífico montaje del que hace gala, y la notable interpretación de sus actores principales, incluyendo a la joven Avin Manshadi, la convierten en una de esas joyas del cine de género llegada desde una parte del globo que, por razones político-religiosas, no suele producir este tipo de propuestas.

No es de extrañar que, tras su pase por las pantallas del festival de Sundance, Netflix decidiera hacerse con los derechos de esta película y así llevarla hasta cualquier rincón del globo, aunque no creo que Irán figure en esa lista, una vez vista la película.

ZOMBIES, HUNGRIES, ZOMBIS…

Los zombis, esos seres que cada vez corren más y, por añadidura, empiezan a tener raciocino -algo que ya dejó entrever el patriarca zombi, George Romero, años atrás- llegaron al festival desde dos puntos del globo; es decir, el Reino Unido y Corea del Sur.

The Girl with All the Gifts, dirigida por Colm McCarthy según un guión de Mike Carey -autor también de la novela que da nombre a la película- nos plantea el siguiente escalón en la evolución humana, una vez que un “apocalipsis zombi” se desata en todo el planeta. Melanie (Sennia Nanua) forma parte de un grupo de niños nacidos después de que una infección provocada por un hongo transformara a los seres humanos en una suerte de enjambre carnívoro, colectivo que luego empezó a recorrer las calles, los campos y cualquier rincón del mundo donde pudieran encontrar algo que devorar. Por una vez la causa de la epidemia no es fruto de una casualidad, o un satélite llegado del espacio exterior, o una fuga viral de un laboratorio secreto de cualquier gobierno mundial. Esta vez es la naturaleza la que se rebela, después de tantas tropelías cometidas por los seres humanos.

Volviendo al tema de los niños que nacieron tras el brote de la epidemia, éstos también deben alimentarse de carne, humana o animal, pero, en apariencia, pueden aprender y razonar como cualquier otro niño. Solamente cuando sus instintos se desatan se transforman en los mismos seres despiadados que rodean la base militar en la que están confinados. No obstante, Melanie es especial y una de sus profesoras, Helen Justineau (Gemma Arterton) no duda en saltarse las normas de comportamiento y tratamiento de los allí retenidos con tal de acercarse más a la niña. Frente a su carácter romántico y ciertamente naif está la actitud marcial del sargento Eddie Parks (Paddy Considine), y la no menos estricta, amoral y carente de la empatía que caracteriza a la profesora Justineau, la doctora Caroline Caldwell (Glenn Close).

Una vez que la situación da un giro radical, el heterogéneo grupo compuesto por los personajes antes citados más la incorporación de los soldados Kieran Gallagher (Fisayo Akinade) y Dillon (Anthony Welsh) deberá adentrarse en un mundo desolado y dominado no solamente por quienes ansían en convertirlos en su comida diaria, sino por el verdadero rostro de la epidemia; es decir, un enorme hongo que se ha enrocado alrededor de la BT Tower londinense, en clara alusión a su afán por comunicarse y expandirse por todo el mundo, aunque su actual estrategia no sea la más adecuada.

Es, entonces, cuando los prejuicios de cada uno, algunos más que otros, todo sea dicho, deberán adaptarse y tratar de buscar puntos en común, aunque la que mejor lleva toda aquella situación sea Melanie. Ella es una niña 1.5, al igual que lo es el hijo de Rick Grimes, Carl; es decir, son niños nacidos y/o criados en un ambiente nuevo y, al revés que sus progenitores, tienen la capacidad de adaptarse mucho mejor y más rápido a lo que les rodea. Al final, será la niña la que les enseñe las normas de uso de este nuevo mundo, demostrando mayor humanidad, ética y lealtad que la que normalmente hacían gala sus antecesores en el planeta.

Todo esto no es de extrañar, dado que Melanie no posee los mismos referentes que sus otros compañeros de viaje y, por mucho que éstos traten de adaptarse, este nuevo mundo ya no es un lugar en el que se puedan desenvolver con la misma soltura que demuestra la niña. Por añadidura, la sombra de la infección y su virulenta expansión, antes comentada, terminará por socavar las esperanzas del grupo que acompaña a Melanie durante sus primeros pasos en el que será su nuevo mundo, olvidadas ya las paredes de la celda en donde creció.

The Girl with All the Gifts se diferencia de las clásicas películas de zombis no sólo en que la protagonista principal lo es -y no se dedica a comerse a sus compañeros de reparto-, sino porque nos muestra lo que pasaría después del tantas veces comentado apocalipsis zombi, en un mundo donde una nueva raza de seres humanos, llámense mutantes, llámense lo que se quiera, reclama su lugar en este nuevo escenario. El guión nos plasma, como suele ser habitual, la grandeza y la miseria que rodea a toda existencia humana, pero, en realidad, tampoco es que se ensañe demasiado con los defectos de la especie, porque lo que interesa son los modos y las maneras que regirán el mundo en el que Melanie tendrá mucho que decir.

Todo lo contrario, a lo que sucede con las dos películas dirigidas por el director coreano Sang-ho Yeon, Seoul Station y Train to Busan, considerada, esta última, como una secuela de la primera, aunque se trate de una película de acción real y no de un largometraje de animación.

En ambos casos, la epidemia que transforma a los seres humanos en los ya mencionados enjambres de seres carnívoros llamados zombis o Hungries -tal y como se les denomina en The Girl with All the Gifts- es tan sólo una excusa argumental y el detonante para que el director y guionista de ambas realizaciones nos ponga sobre la mesa las taras, miserias, carencias y lacras de nuestra actual sociedad.

En el caso particular de Seoul Station, toda la narración pivota sobre dos personajes, aunque, en medio de ella, aparecerá un tercero en discordia, el cual, como invitado no deseado, terminará por acarrear situaciones más dantescas, en un escenario ya de por si infernal. Tampoco me quiero olvidar del “sin techo” que tratará, insistentemente y sin ningún tipo de resultado, de ayudar a quien, a todas luces, es el “paciente cero” de la epidemia, pero su inserción en la narración tiene como finalidad principal el ponernos en situación; es decir, presentarnos todo el escenario en el que transcurrirá esta tragicomedia macabra y, de paso, conocer más en profundidad las cloacas de una sociedad, la coreana, la cual parece modélica, pero, en realidad, es todo lo contrario.

Los tres personajes anteriormente citados -Hye-sun, una joven prostituta que ha logrado huir de quien la obligaba a ejercer la profesión más antigua de este torticero mundo (cuya voz es la de la actriz Shim Eun-kyung); su “novio” Ki-woong, otro explotador en potencia, aunque con los colmillos aun por salir (con la vez de Lee Joon); y el hombre que pretende ser el padre de la joven Suk-Kyu (Ryu Seong-ryong), aunque luego se quitará su máscara de respetabilidad para mostrarnos quién es realmente- son las herramientas de las que se sirve el director y guionista para irnos ofreciendo la verdadera cara de la sociedad en la que vive.

Cada uno, llegado el momento, recurrirá a su instinto de supervivencia y se comportará como realmente es, aunque hay instantes en donde la redención parece posible, pero son sólo eso, instantes en un fresco que tras dejarlo secar nos muestra cuáles son las verdaderas motivaciones de los seres humanos, sin importar lo radical y descarnado que pueda resultar el ambiente en el que sucede la acción. En este particular, Seoul Station es mucho más brutal que Train to Busan, dado que Sang-ho Yeon dirige una película donde la mera idea de tomar prisioneros no está ni siquiera abocetada en el guión inicial. La realidad es tal cual y, hasta que no sale el sol, momento en el que empieza Train to Busan, las cosas no parecen tener ningún remedio.

En realidad, ni siquiera la luz del sol puede evitar que las tinieblas que rodean la psique del ser humano, por muy “cuerdo” que éste aparente estar, se desaten de una manera más violenta que la maraña de devoradores de carne que harán del tren en el que viajan Seok Woo (Yoo Gong) y su hija Soo-an (Soo-an Kim) su merendero particular. Sumen a todo esto el agobiante y claustrofóbico escenario de un tren de alta velocidad, espacio en el que la mera idea de esconderse supone un reto hercúleo, y tendrán un drama manchado de sangre y vísceras humanas en estado puro.

No obstante, para el director es más importante plasmar las difíciles relaciones entre un padre ausente y una hija que vive separada de su madre y echa de menos a su padre, y luego sumergirlos en el peor escenario posible, allí donde no importa el cargo, la formación o la cuna en la que se haya nacido. Una vez que la epidemia se desata nada es lo que parece, y aquello que nunca pensaste hacer y/o decir será lo primero que hagas y/o digas.

Por lo menos, en Train to Busan, SÍ hay tiempo para la redención y el entendimiento, aún con el peor telón de fondo posible, e, incluso, para el sacrificio en pos del bien común, tal y como sucederá con Sang Hwa (Dong-seok Ma), quien tras un primer enfrentamiento con Seok Woo, no dudará en colocarse como última línea de defensa entre la horda hambrienta que les acosa y la salvación del padre, la hija y su mujer, Sung Gyeong (Yu-mi Jeong).

Actos como éstos son los únicos que ayudan al espectador a reponerse entre las mezquinas acciones del resto de los pasajeros del tren, muchos de ellos, tiranos en potencia por muy bien vestidos que éstos vayan. Cuando le necesidad aprieta, el peor enemigo no es un grotesco ser que anda de manera esperpéntica y destila bilis por entre sus labios. El peor enemigo es todo aquel que no duda en coaccionar, engañar, mentir, atropellar y, si se diera el caso, asesinar a la primera persona que pasara a su alrededor, con tal de seguir con vida.

En este particular, la sub-trama protagonizada por un personaje, el cual bien pudiera representar a la clase empresarial o al estamento político en sus capas menos relevantes, -el resto no viaja en trenes como ésos, sino en coches oficiales o en aviones privados- es, a todas luces, POLÍTICAMENTE INCORRECTA. Si por él fuera, vendería a todos y cada uno de los pasajeros del tren con tal de sobrevivir, y su ejemplo acabaría por ser copiado por muchos de los allí congregados.

Al final, Sang-ho Yeon no quiere que nos vayamos con la imagen de una pesadilla, por partida doble, en nuestra psique y nos ofrece un pequeño rayo de esperanza abierto a distintas interpretaciones, aunque, visto lo visto, ninguna de ellas se me antoja buena.

Como tampoco se puede interpretar el comportamiento del coprotagonista de la película japonesa Creepy, Nishino (Teruyuki Kagawa) de ninguna otra manera que no sea con un rictus de horror y/ o sintiendo nauseas. Nishiro es y responde a las señas de identidad de una persona con trastorno de personalidad antisocial: tiene una apariencia encantadora, pero, en realidad, es un mentiroso, un manipulador y no tiene ninguna dificultad para violar los derechos de otras personas con el fin de lograr sus objetivos. Es una persona agresiva y para él la violencia, el dolor y el sufriente ajeno sólo son algunas de las herramientas de las que se vale para lograr su objetivo final. ¿Y cuál es su objetivo final? Dominar a sus semejantes y condicionarlos de tal manera que hagan lo que él quiera, a imagen de otros tantos engendros que han jalonado la historia de la humanidad.

Frente a él, Takakura (Hidetoshi Nishijima), un brillante detective criminalista caído en desgracia tras su enfrentamiento con otro delincuente que igualmente respondía a la definición médica de persona con trastorno de personalidad antisocial. Tras el incidente y luego de abandonar el cuerpo de policía, él y su mujer, Yasuko (Yûko Takeuchi), deciden dejar atrás el pasado y empezar en otro lugar, lejos de los recuerdos del pasado. La llegada de Nogami (Masahiro Higashide), antiguo compañero en el cuerpo, y la sombra de un caso sin resolver, el cual aún recorre la analítica mente del policía caído en desgracia, le arrastrará a un escenario mucho peor que el descrito por Joseph Conrand en su novela, o plasmado por William Blake en su serie de imágenes dedicadas al Libro de la Revelaciones.

Y es que el infierno que construye Nishiro en el sótano de su casa es mucho más delirante, demencial, grotesco y sanguinario que el que Lucio Fulci recreara en su obra magna E tu vivrai nel terrore! L'aldilà. Lo que hace, dice e instiga Nishiro es el mal en estado puro, sin ninguna adulteración, traba o freno moral que se interponga en su camino. Nada ni nadie está preparado para soportar un escenario tan terrorífico, y de ahí su enorme poder y el resultado de su comportamiento, traducido en cadáveres, familias desaparecidas, y las pesadillas de quienes ahora son presa de su demencia.

Lo peor de todo, lo más terrorífico de la película del director japonés Kiyoshi Kurosawa es que Nishiro puede ser cualquiera de nosotros, sin importar el país, la mentalidad, la ideología, al igual que sucedió con el monstruo confeso de Andrei Chikatilo, el “carnicero de Rostov”. Nadie podía sospechar la doble vida que llevaba de aquel modesto y apocado profesor de literatura, quien, entre 1978 y 1990, violó, mutiló y asesinó a 52 personas, mujeres y niños, mientras en su entonces país se debatía la misma existencia de los asesinos en serie. En realidad, Andrei Chikatilo, como sucede con el personaje de la película de Kiyoshi Kurosawa, Nishiro, hacen lo que hacen, porque nadie puede llegar a pensar de lo que son capaces en realidad.

Resulta curioso, como siempre apunta el director Guillermo del Toro cuando se le pregunta, que el ser humano se esfuerce en crear, reinventar, potenciar, monstruos que pululan por nuestras pesadillas, cuando los monstros DE VERDAD viven en la casa de al lado, y no tienen ni rabo, ni cuernos, ni son de color rojo como el majestuoso demonio de película Legend, dirigida por Ridley Scott hace ya tres décadas.

Los monstruos no se quieren llevar a los niños hasta el mundo de las sombras, ni quieren devorar nuestras entrañas. Los monstruos son como tú y como yo, y ahora mismo puedes estar sentado al lado de uno y te es imposible saberlo. ¿A que esa idea es mucho más terrorífica que cualquier otra?

© Eduardo Serradilla Sanchis, 2016

© 2016 Wigwam Films

© 2016 Poison Chef, BFI Film Fund & Altitude Film Sales

© 2016 Finecut & Studio Dadashow

© 2016 Edge Entertainment

© 2016 Asahi Shimbun, Asmik Ace Entertainment, KDDI Corporation, Kinoshita Group, Kobunsha & Shochiku Company

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