Sobre este blog

Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.

RAKKAUTTA & ANARKIAA CON MAYÚSCULAS

¿Quieren un ejemplo? Empecemos por Elvis & Nixon, película dirigida por Liza Johnson y magníficamente interpretada por Kevin Spacey y Michael Shannon. Basada en un hecho real cuenta el encuentro entre el “rey” del Rock & Roll, Elvis Aaron Presley, y el excesivo y megalómano presidente norteamericano Richard Nixon, el cual tuvo lugar en el despacho oval de la Casa Blanca, el 21 de diciembre del año 1970. La cinta de la directora norteamericana sirve no solamente para diseccionar uno de esos momentos que siempre perdurarán dentro del imaginario de la cultura popular contemporánea, sino para que el espectador conozca algunas de las “historias jamás contadas” de ambos personajes. Es más, cuando terminan los 87 minutos de su metraje, uno llega a sentir empatía para con uno de los personajes más deleznables que ha dado de sí la política mundial; es decir, Richard Nixon, y eso es algo que, a priori, resulta difícil de asimilar. ¿Y qué se puede decir de Elvis? Pues además de sus neurosis personales, que las tenía, y de un sentido del patriotismo que suena algo rancio, Elvis era buen amigo de sus amigos y cuando tenía uno, lo tenía para toda la vida, por difícil que esto pueda llegar a sonar en un mundo tan prostituido como el nuestro.

Detrás de los brillantes atuendos, la pose casi diría que marcial y el sentirse responsable de preservar los valores morales de su país -toda la historia de la película gira alrededor del empeño del cantante por formar parte de la lucha contra el consumo indiscriminado de estupefacientes y conseguir una placa que lo acreditara- Elvis Presley era muy consciente de quién era, del paso de los años, y de cómo la imagen que él mismo había ayudado a crear lo estaba devorando por momentos.

La secuencia en la que el “rey” (Michael Shannon) habla con el que fuera uno de sus mejores amigos durante buena parte de su carrera, Jerry Schilling (Alex Pettyfer), representa la mejor prueba de todo ello. Elvis Presley sabía que era un ídolo con los pies de barro, pero, siendo consciente de todo ello, no cesó en su empeño por lograr defender a su país de lo que consideraba una plaga moderna y, en ese tema, ambos personajes, el cantante y el presidente, no podían estar más de acuerdo.

Elvis & Nixon es una película brillante por su desarrollo, su planteamiento y por la concesión con la que se cuenta un instante imperecedero de la historia contemporánea. Todo está bien medido, bien compensado para que el producto final no se resienta, ni sufra de los excesos de un cine que, de tanto primar lo cotidiano, está logrando que se pierda la capacidad de ensoñación propia del séptimo arte. ¿Qué más da si lo que se cuenta NO es del todo cierto? La verdad es que poco importa, porque lo que es cierto, tal y como lo atestiguan las fotos recogidas en aquel momento, es que Elvis Presley se sentó en el sillón del despacho oval con el presidente Richard Nixon, hace ya 46 años, y sucesos como ésos, merecen la pena ser contados en una película.

Si desean conocer algún que otro detalle del encuentro, así como ver la imagen original, consulten el siguiente enlace: http://www.smithsonianmag.com/history/when-elvis-met-nixon-69892425/

En otra órbita bien distinta, pero con una trama que parece diseñada por los responsables de Rakkautta & Anarkkia se sitúa Complete Unknown, película del director Joshua Marston e interpretada por Rachel Weisz, Michael Shannon, además de por la pareja Kathy Bates y Danny Glover, todo un lujo, dado que ambos se prodigan ya bien poco.

Alice (Rachel Weisz) es una suerte de camaleónico personaje que, de tanto en tanto, cambia de identidad, de vida, de trabajo, de ciudad y, en algunos casos, de país. La única constante en su vida es su afán por no estancarse, por no dejarse llevar por los convencionalismos de una sociedad en la que se prima el conformismo antes que la individualidad. Para Alice, la anarquía prima sobre la estabilidad y el amor, circunstancia que conoce muy bien Tom (Michael Shannon) quien, años atrás, la conoció siendo ella Jenny. Ambos vivieron una relación que se terminó cuando Jenny mutó su piel, su identidad, y desapareció de la vida de Tom, de la vida de sus padres, y de todos los que la conocían hasta entonces.

Una vez que ambos se crucen las caras, el pasado, el presente y un futuro que aún está por escribir se entremezclan, de manera más caótica y anárquica que de costumbre, revolviendo sentimientos, anhelos y deteniendo el tiempo para ambos, sobre todo para Alice, demasiado acostumbrada a manejar su destino sin que nada, ni nadie le dicte las normas. El punto de inflexión vendrá cuando los antaño amantes se encuentren con Nina y Roger (Bates y Glover), un matrimonio maduro, en la etapa final de su existencia, pero ellos todavía mantienen la ilusión por estar juntos. Viéndolos, Alice y Tom se ven reflejados de alguna forma, sobre todo si ambos hubieran permanecido juntos. No obstante, aquel pensamiento solamente dura un instante y, de vuelta al mundo real, toca regresar a la cordura o, en este caso, a la anarquía, si se trata de Alice.

Complete Unknown, película que, a buen seguro, pasará totalmente desapercibida para el gran público pone sobre la mesa la dicotomía que rodea al ser humano en su afán por encontrar un lugar en el mundo. Tal y como están las cosas, donde todos comemos, leemos, bebemos, vestimos y, en muchos casos, pensamos y decimos lo mismo, la cinta de Joshua Marston, según un guión del propio director y de Julian Sheppard, representa un toque de atención para reclamar un individualismo que, cada día que pasa, parece estar peor visto por la obsoleta y políticamente correcta sociedad de consumo contemporánea.

Claro que hay directores, productores y actores que, lejos de seguir los convencionalismos sociales, se empeñan de desafiarlos, aunque sea desde un pequeño país como Finlandia. Hace seis años llegaba hasta las pantallas de este país Napapiirin Sankarit (Odisea en Laponia) o, lo que es lo mismo, ¡Qué difícil es la vida cuando a tu pareja se la antoja tener un Digibox en casa! Con una premisa tan sencilla, un reparto genial y un escenario extremo y congelado, el director Dome Karukoski logró que la película se transformará en un éxito absoluto en el mercado nórdico.

Seis años después, los mismos responsables regresan allí donde lo habían dejado, aunque algunas cosas han cambiado. Ahora, en vez de un Digibox hay un bebo en la ecuación de pareja entre Janne (Jussi Vatanen) e Inari (Pamela Tola) y, como es lógico pensar, las cosas no son tan fáciles como antes. Cierto es que será precisamente la niña, Lumi (Pinja Pakisjärvi), la que parezca tener las cosas más claras que el resto de los personajes protagonistas, pero eso tampoco es tan difícil visto el empeño que tienen los “adultos” por hacer las cosas mal.

El caso es que Janne, mejor dicho, los amigos de Janne, son inmunes al desaliento y, en vez de hacerle caso al sentido común que dice que no es buena idea irse de fiesta con una niña tan pequeña y en medio de ninguna parte, eligen la segunda opción, como es lógico pensar, en este tipo de situaciones. Vamos, como diríamos en nuestro país, ¿Quién dijo miedo?... Pues eso.

Napapiirin Sankarit 2 (Odisea en Laponia 2) es aún más divertida e insensata, pero sin perder el rumbo dictado por la anterior. Ahora hay algo más importante que un Digibox y, llegado el momento, quienes deben ponerse serios, lo harán. No hay ningún manual de instrucciones ni para la vida en pareja ni, mucho menos, para la titánica labor que supone criar y educar un hijo, pero lo primero que se debe aceptar es, eso mismo; es decir, que no se tiene ni idea y que la única opción válida es poner todo el empeño del que uno es capaz. El resto, si se tiene la paciencia suficiente, vendrá por añadidura.

No obstante, para mí lo más sorprendente de todo vino de la mano del productor ejecutivo Olli Haikka quien, ante mi pregunta de si se habían planteado distribuir ambas películas en un mercado como el español -durante el Q&A posterior a la proyección de la película- me dijo que no, porque pensaba que la historia era demasiado finlandesa. Admito que mi cara, si la vio, fue de total perplejidad, dado que las situaciones, los personajes y las cuestiones que se plantean, tanto en esta película como en la primera entrega son perfectamente exportables fuera del mercado nórdico. Es más, algunos personajes, sobre todo el dueño del hotel, y amante confeso de Inari, Pikku-Mikko, parece sacado de una entrega de la serie Torrente. Quizás lo que les falta sean argumentos y/o agravios comparativos, pero no tengo la menor duda de que las dos Odiseas en Laponia serían del agrado del público español, visto lo visto y con los resultados de taquilla en la mano.

Al final, lo que importa es el amor, la anarquía y las ganas de disfrutar con el buen cine, sea del género que sea y esté producido en el país que sea. No hacerlo supone ponerse aún más barreras y muros de los que el mundo ya tiene o está a punto de construir y, qué quieren que les diga, me parece una insensatez, visto el panorama actual. Por lo menos, quienes programan el festival Rakkautta & Anarkkia lo tienen claro y espero que así siga siendo en los años venideros.

© Eduardo Serradilla Sanchis, 2016

Elvis & Nixon © 2016 Amazon Studios

Complete Unknown © 2016 Parts and Labor, Heron Television & Great Point Media

Napapiirin sankarit 2 © 2016 Yellow Film & TV

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