Sobre este blog

Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.

THE BIG SHORT

The Big Short es la historia de cómo esa legión de especuladores, dentro y fuera de sistema bancario, se aprovechó de la necesidad que tienen los seres humanos de vivir bajo un techo y, sin pensárselo dos veces, jugó con esa necesidad y la exprimió hasta que no le quedo una gota sangre. The Big Short es un revelador fresco de lo corrompido está el sistema capitalista, pero sin que a nadie parezca molestarle el hedor. Mientras el dinero fluye, todos tan contentos, viene a ser la máxima que guía su ideología.

Viendo la película -una sucesión de demoledoras secuencias que, por momentos, se tornan en pesadillas- me di cuenta de dos cosas: una, que llevo tiempo sabiendo y que viene a ser “no soy bueno con los números y con la jerga económica”. El segundo pensamiento, un poco más positivo que el primero para mi autoestima personal, viene a decir “sí eres bueno analizando mercados”. Esto tiene que ver con un hecho que me tocó vivir de cerca.

Al revés de lo que pasaba a mi alrededor -donde, durante una década, buena parte de mis amigos, conocidos y personas con la que trataba, a nivel profesional y personal, se habían convertido en asesores inmobiliarios, especulando con casas, plazas de aparcamientos, solares y demás- yo me dediqué a realizar estudios de mercado para empresas, comercios y editoriales. Mi “sujeto de estudio” no era, ni por asomo, tan importante como el inmobiliario, pero tener que analizarlo, me enseñó a entender la dinámica del mercado, casi tan bien como si estuviera especulando con casas y palacetes varios.

Mis primeras conclusiones fueron simples. En una década, las jugueterías especializadas y librerías que vendían cómics, libros y figuras de colección se habían multiplicado por cinco. La mera observación, como también ocurría con el mercado inmobiliario, ofrecía un dato muy revelador; es decir, lo que antes era un producto minoritario se había convertido en algo tremendamente popular y demandado, razón por la cual, cada mes, se presentaba una nueva compañía dedicada a comercializar figuras, trading cards, portadas alternativas y todo aquello que rodea al mundo del fandom.

Con el mundo inmobiliario pasaba lo mismo. Las personas ya no necesitaban una casa para vivir, no. Necesitaban una casa para vivir y tres más, para poder especular con ellas, y siempre había un banco que les prestaba el dinero, les refinanciaba la deuda y, además, les hacía un regalo.

¿Y qué me dicen de las figuras y/ o estatuas en sus versiones especiales, limitadas, numeradas, repintadas, redecoradas, rediseñadas, remodeladas… y así un enorme RE? Pues que llegó un momento en el que había más figuras de serie limitada que de serie normal, y las extravagancias y chifladuras que ha acompañado al coleccionismo relacionado con el universo de Star Wars pasaron a ser moneda de cambio común en el mercado. Ya no valía, como en el caso de las casas, con tener una o dos portadas para un cómic cualquiera. Si en vez de dos, se podía tener veinte, mejor que mejor. ¡Qué más da que el mercado se sature! Siempre habrá alguien que las compre…

Los personajes que pululan por The Big Short pensaban de igual forma. “¡Si las casas cuestan ese dinero, será porque los ciudadanos pueden pagarlas!”- llegó a declarar un mandarían hispano, sin tener en cuenta lo nocivo de sus palabras.

¿Y si algo sale mal? No hay problema. Se llama a una agencia de calificación y se espantan los temores. Además, con “suavizar” la actitud de los investigadores, inspectores y personal encargado de velar por la ética y deontología del sistema, se reducían los riesgos. Ya se sabe que un funcionario público nunca gana el sueldo que se merece y si alguien quiere ayudarle para que así tenga un retiro más placentero, mejor, todos tan contentos.

Las empresas gráficas, editoriales y jugueteras desplegaron una actitud tan torticera como las entidades financieras, aunque el quebranto fuera menor. Mes tras mes ofrecían incentivos, figuras, portadas, trading cards, litografías, bolsas, mochilas, sudaderas (y así hasta el infinito) que solamente se podían encontrar en una determinada tienda, aunque después eso no era así. Lo importante era que los pedidos no menguaran, aunque los vendedores tuvieran que soportar unos pasivos que iban acogotando, más y más sus beneficios totales.

Lo mismo ocurre en The Big Short. Una vez que los bancos y las empresas de inversión se dieron cuenta que el mercado estaba al borde del colapso se intercambiaron activos, se taparon las vergüenzas, llamaron a la oficina del Tesoro… Lo mismo hicieron en nuestro país quienes llamaron al Banco de España y clamaron “¡Sin nosotros el sistema nunca funcionará!” Tiene gracia. Quienes torpedearon el barco, ahora se ofrecían como la tabla de salvación a la que sujetarse…

Todo duró hasta los meses estivales del año 2007. Ése fue el momento en el que el mercado dijo que ya no podía más y empezaron a saltar las alarmas. No fue un cataclismo de corta duración, sino un movimiento que sacudió todos los mercados durante meses y que demolió las bases de buena parte de lo que se había construido hasta entonces, aunque no exterminó a los especuladores, solamente los asustó. Al estallar la burbuja, en Estados Unidos de América, en Europa y en otras partes del mundo, todos los implicados -salvo un grupo de outsiders- se miraron, se señalaron y se echaron las culpas como una pandilla de hienas desnortadas. Entonces, no les quedó más remedio que pedir ayuda para evitar la quiebra, mientras millones y millones de personas perdían sus casas, sus trabajos, sus pensiones y, lo peor de todo, sus esperanzas en un futuro mejor.

Los tres meses finales del año 2007 fueron el comienzo del final de un mercado del entretenimiento saturado, hasta límites insospechados, de productos de infame calidad, carentes de interés y creados con afán oportunista y poco más. Lo que antes costaba 100, ahora costaba 10 -su precio real- por mucho que la panda de descerebrados que había creado todo aquello negara la mayor.

El colapso del mercado dentro del mundo del fandom llevó a muchas empresas a la ruina -prácticamente el 60% cerró o vieron disminuida su producción al mínimo- y, en contados casos, los supervivientes decidieron ofrecer productos de calidad y a precios razonables, dado que nadie se podía permitir los lujos de antaño.

En realidad, cualquiera que leyera el catálogo Previews entre 1999 y el 2006 se hubiera dado cuenta de que aquel nivel de oferta era insoportable, más si se tiene en cuenta la eclosión de Internet y sus casas de subastas virtuales -Ebay, Todocolección, Mercado libre, etc.- espacios que, si bien ofrecían productos de difícil adquisición en las tiendas convencionales, fomentaron la especulación hasta el límite de lo tolerable.

Afirmaciones tan del gusto de los Neocon en cuanto a que “el mercado es capaz de regularse a sí mismo” eran, son y serán erróneas mientras el ánimo de lucro esté por encima de cualquier consideración ética. Y ese afán de lucrarse, de especular, de vivir por encima de las posibilidades tiene mucho que ver con el empeño de las personas por destruir esa verdad absoluta que dice: “ricos, de verdad, sólo hay unos pocos”. Ese afán explica por qué todo el mundo quiso aprovecharse de las ventajas, de los incentivos, de los supuestos regalos bancarios que, un día sí y otro también, aparecían en los periódicos, en los programas de radios, en las ventanas de las entidades financieras. Era el maná que salía de las cajas fuertes de los bancos y nos hacía a todos más ricos, como si luego ese dinero no hubiera que devolverlo.

Lo mismo pasaba con las figuras exclusivas y las portadas firmadas metidas en bolsas especiales, con sellos de color dorado. Después de pedirlas había que pagarlas y, un aciago día, el maná cesó, y todo se fue por el retrete.

Lo peor de todo, tal y como cuenta la película y yo he podido detectar en el mercado, es que NO SE APRENDE DE LOS ERRORES DEL PASADO. Los bancos están volviendo a jugar al mismo juego, aunque los productos se llamen de otra forma, y las empresas jugueteras lanzan sus productos de manera virtual, con maravillosos prototipos, de serie ultra limitada, pero subiendo los precios un 25% de un año para otro, tal y como ha sucedido este 2016.

De seguir así, en un lustro, los bancos volverán a tener problemas de liquidez, los inversores se las verán con la dura realidad y las editoriales, en vez de comercializar 52 portadas de un mismo número, cerrarán sus puertas, porque nadie les comprará sus productos. Así pasó y así pasará, tal y como The Big Short deja muy claro mientras se lee los rótulos con los que concluye la película. ¿No me creen? Problema suyo, pero luego no digan que nadie se los advirtió, porque, si lo han olvidado ya, el hombre es el único animal que tropieza más de una vez con la misma piedra.

© Eduardo Serradilla Sanchis, 2016

© 2016 Plan B Entertainment & Regency Enterprises

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Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.

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