Adán Martín pide la ''democratización'' de África en el cincuentenario de la UE

Durante su intervención en una jornada organizada por partidos demócratas y liberales en conmemoración del 50 aniversario del Tratado de Roma, invitó a los países europeos a diseñar “un modelo de política internacional que de verdad luche contra la desigualdad, la injusticia y en pro de la democracia y la libertad”. A su juicio, “un impulso económico de África no sólo beneficiaría a sus ciudadanos, sino también a la misma Europa”.

Insistió en que “las regiones fronterizas, marítimas, insulares y ultraperiféricas de la Unión Europea pueden desempeñar un papel esencial como plataformas para desarrollar sus acciones en países vecinos”. En este sentido, declaró que las Islas Canarias “son la pasarela ideal para llegar a África, para colaborar con su desarrollo”, ya que su situación geográfica se erige como un “punto estratégico”.

Canarias es “Europa, al lado de África y con estrechos lazos de unión con América”, añadió Martín. Según el presidente canario, la “cooperación entre las regiones europeas y los países de su entorno menos desarrollados contribuirá, sin duda, a la estabilidad, al desarrollo económico y humano, y a la paz”.

Asimismo, consideró “imprescindible avanzar profundamente en una política exterior y en un política común de inmigración” y dar un “impulso” a la Constitución Europea, “que supone un avance político vital en la construcción” de la UE. Destacó que “en las últimas cinco décadas las regiones europeas han vivido una gran evolución, no sólo en el ámbito económico, sino también en lo social, en igualdad de oportunidades”.

Además, Martín aseguró que es “necesario afrontar nuevos retos y extender la paz y la democracia al resto del mundo”.

Medio siglo de avances y dificultades

Los cincuenta años que cumple la UE este fin de semana han estado plagados de grandes logros, pero también de reveses y dificultades, desde los vetos franceses a la adhesión del Reino Unido en los años sesenta hasta los “noes” recientes al tratado constitucional. La integración europea se ha topado a lo largo de estas cinco décadas con egoísmos nacionales, miedos, y también con la falta de entusiasmo de los ciudadanos, un “euroescepticismo” que ha dejado su huella en varios referendos con resultado negativo.

Ya antes de nacer con la firma del Tratado de Roma, que hace 50 años dio vida a la Comunidad Económica Europea (CEE), el proyecto de la Europa unida había dado algún traspiés. La experiencia fallida de la Comunidad Europea de la Defensa (CED) en los primeros años 50, cuya ratificación fue rechazada por los diputados franceses, demostró a los “padres” de la actual UE las dificultades con las que iban a encontrarse.

Fueron paradójicamente los franceses, en gran parte impulsores de la integración iniciada en la posguerra con figuras como Robert Schuman y Jean Monnet, los que provocaron algunas de las mayores crisis en los primeros años de vida de la CEE. Hasta en dos ocasiones (1963 y 1967) el presidente Charles de Gaulle vetó la entrada del Reino Unido en la Comunidad, adhesión de importancia fundamental que fue así retrasada a enero de 1973.

Fue también De Gaulle quien provocó una de las mayores crisis políticas de la Europa unida, la de la “silla vacía”, al dejar de participar durante un año en las reuniones europeas por su desacuerdo con las negociaciones sobre la financiación de la política agrícola común (PAC).

“Que me devuelvan mi dinero”

Los fondos agrícolas estuvieron además en el fondo de la polémica en torno al “cheque británico”, y el famoso “que me devuelvan mi dinero” de la primera ministra británica, Margaret Thatcher, que supuso uno de los mayores quebraderos de cabeza para las instituciones comunitarias durante los primeros años ochenta. Finalmente, Thatcher consiguió un mecanismo por el que el Reino Unido aún recibe una compensación económica por las ayudas agrarias que disfrutan otros países.

Si en sus primeras décadas de existencia los principales frenos al progreso de la Unión surgieron de los Gobiernos, en los últimos años han sido los ciudadanos los que en más de una ocasión han colocado el proyecto comunitario en un punto muerto. Primero, los daneses, que en 1992 rechazaron en referéndum el Tratado de Maastricht, para aprobarlo un año después con la incorporación al texto de unas “cláusula de exclusión” que ofrecían a Dinamarca la posibilidad de no seguir al resto de Estados miembros en la integración monetaria, por ejemplo.

Más adelante, Irlanda necesitó también de dos consultas para que sus ciudadanos ratificasen el Tratado de Niza, y en 2003 los suecos rechazaron el euro en otro referéndum. Y a pesar de que la mayor parte de los analistas coincide en los grandes beneficios que la Unión ha traído a Europa, algunos países del continente han preferido mantenerse obstinadamente al margen.

El caso más claro es el de la rica Noruega, cuya ciudadanía dijo “no” en dos ocasiones (1972 y 1994) a la entrada en la UE, o el de los no menos ricos suizos, que incluso rechazaron en 1992 la adhesión de su país al Espacio Económico Europeo (EEE), zona de libre comercio que los Veintisiete comparten con otros vecinos.

Sin embargo, el mayor varapalo estaba aún por llegar, y se produjo en 2005, cuando Francia y Holanda sumieron a la UE en una profunda crisis al oponerse en referéndum a ratificar la Constitución Europea. La profundidad de la herida abierta entonces se sentirá el próximo fin de semana en la Declaración de Berlín, que se firmará con motivo del aniversario del Tratado de Roma, y en la que, tras amplios debates y debido a la negativa de algunos gobiernos, no se mencionará el texto constitucional.

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