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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

Las lágrimas del reverendo Jesse Jackson

Las lágrimas incontenibles del líder de los derechos civiles Jesse Jackson se convirtieron en el símbolo de la emoción y orgullo de los afroamericanos al ver a Barack Obama, uno de los suyos, elegido presidente del país.

La imagen del emocionado rostro de Jackson, que compitió sin éxito por la candidatura presidencial demócrata en 1984 y 1988, durante el discurso de la victoria de Obama en Chicago ya ha dado la vuelta al país.

Similares escenas se repitieron de una punta a otra de EEUU, donde los más de 30 millones de afroamericanos asistieron atónitos a la materialización del sueño de Martin Luther King.

“Sueño con que mis cuatro hijos vivan un día en un país donde no se les juzgue por el color de su piel”, dijo hace 45 años King en un EEUU muy distinto, en el que la posibilidad de que un negro llegara a la Casa Blanca parecía imposible de alcanzar.

Obama, que redimió este miércoles a la nación de su pasado racista, logró el aplastante respaldo del 96% de los afroamericanos en las elecciones presidenciales, según los sondeos a pie de urna, y lo hizo sin apelar directamente al voto racial.

Pero no fue necesario. Afroamericanos como Jimmy Harold, un jubilado de 61 años de Misisipi que de joven no podía sentarse al lado de un blanco en el autobús ni entrar a comer en los restaurantes, son conscientes de la proeza de Obama.

Harold, como muchos otros, nunca pudo imaginar que vería a un negro llegar tan lejos, de ahí que acudieran en masa a las urnas para dar a Obama su respaldo.

“Es realmente épico el que un afroamericano que nació cuando muchos estados todavía prohibían los matrimonios interraciales se haya convertido en presidente de EEUU”, dijo Fred Greenstein, profesor emérito de la Universidad de Princeton (Nueva Jersey).

Durante los largos meses de campaña, los mítines de Obama fueron un espectáculo sobrecogedor de hombres y mujeres de color, que sufrieron la dureza de la segregación racial con rabia e impotencia, y que coincidían a la hora de señalar el orgullo que les producía el ver a uno de ellos en la carrera a la Casa Blanca.

Obama, a quien algunos bautizaron como “la gran esperanza blanca”, encarna el sueño de reconciliación en un país con profundas divisiones raciales.

Su espíritu conciliador quedó claro en la convención demócrata de Boston de 2004.

“No hay un EEUU blanco y un EEUU negro, sino los Estados Unidos de América”, dijo entonces.

El presidente electo celebró ayer lo mucho que ha avanzado su país en temas como la emancipación de los negros.

Obama recordó en Chicago el caso de Ann Nixon Cooper, una mujer de Atlanta de 106 años que ejerció su derecho al voto durante estas históricas elecciones presidenciales y quien durante su juventud no podía votar: por ser mujer y por el color de su piel.

Cooper, explicó el demócrata, asistió a los discursos de los derechos civiles que invitaron a un pueblo oprimido a creer en la victoria. “Sí, se puede”, adujo el líder demócrata, echando mano del eslogan de su campaña.

Erwin Hargrove, profesor emérito de la Universidad Vanderbilt (Tennessee), se mostró confiado en que Obama dé el carpetazo definitivo al racismo que todavía existe en el país.

Ese racismo es especialmente acusado en algunos de los estados del sur del país que se embarcaron en una Guerra Civil a finales del siglo XIX para defender su derecho a mantener la esclavitud.

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