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Esperando a Catalunya

La incertidumbre crece sobre el futuro de Catalunya y el resto de España.

José A. Alemán

Pedro Sánchez y Mariano Rajoy, al decir del primero, se llevan ahora no a las mil maravillas sino lo siguiente. Lo digo porque el secretario socialista se presentó en la TV con la expresión contenida de quien ha de comunicar un hecho de especial trascendencia y quiere evitar que se le note el contento no vayan a decir que aletea de nuevo el bipartidismo. Dijo Sánchez que sus contactos con el presidente del Gobierno son frecuentes pero ocultó que prefiere no encelar a Rivera a quien comienzan a señalar como el chico de Aznar, quien todavía roe el cabo maldiciendo el momento en que se le ocurrió dedignar sucesor suyo a Rajoy; aunque hubiera sido peor inclinarse por Rodrigo Rato al que proclamaba como el mejor ministro de Hacienda de todos los tiempos pasados y por venir.

A vueltas con más antecedentes

Parece evidente que Rajoy navega mejor de lo que se pensaba. Lo ha vuelto a demostrar con la que tiene montada en Catalunya. Todo el mundo sabe, aunque prefieran callárselo, de sus afanes por arañar votos reavivando las brasas del anticatalanismo español para compensar en otros lugares el escaso crédito electoral del PP en la Catalunya aquejada de alergia mesetaria. Su campaña al frente del PP contra el Estatut fue significativa y nos dejó imágenes suyas frente al Congreso de los Diputados entre las grandes cajas que contenía, según dijo porque nadie las contó, los cuatro millones de firmas contra el dicho Estatut recogidas por los peperos en el resto de las Españas. Tras la sesión de fotos, entregó las cajas de las que nunca más se supo. Hasta el día en que se acordó de ellas y las invocó durante el pleno del Congreso en que solicitó nada menos que un referéndum estatal contra el Estatut. Le estaba buscando las cosquillas a los catalanes a como diera lugar.

Aquella batalla culminó, para empatarla con la que tenemos ahora delante, con la sentencia del Tribunal Constitucional (TC) de 2010 contra el texto del Estatut detestado. Había salido adelante, tras los correspondientes “afeitados” en el Parlamento catalán, en el Congreso y el Senado y el preceptivo referéndum catalán. Cumplió, pues, todos los requisitos legales pero que si quieres arroz, Catalina: el TC, con mayoría de jueces conservadores, falló a favor del recurso contra el Estatut interpuesto por el PP; en 2006, creo recordar.

De esta sentencia, como es sabido, arranca la reedición última de la cuestión catalana que a punto está de desembocar en otro desastre nacional. Conviene aclarar que la autoridad del TC está por encima de las cámaras parlamentarias que intervinieron en la reforma y el referéndum; que no pertenece al Poder Judicial sino que conforma una categoría propia sin relación jerárquica con el Supremo al que puede, como ya ha ocurrido, anularle sentencias, lo que no puede suceder al revés porque los fallos del TC no son recurribles; por último y salvo indicación en contrario, seguirán vigentes las disposiciones de la ley que la sentencia no declare inconstitucionales, que es el caso del Estatut.

Pocos escrúpulos electorales

Se ha olvidado, como digo, la participación de Rajoy y del PP en la génesis del actual episodio de la cuestión catalana. La que le ha servido no sólo para pasar de puntillas con la parte de responsabilidad que le toca sino también para que se deje de hablar de la corrupción de su partido; a pesar de que ya comienza a abrirse paso en el campo judicial que el PP se ha financiado con la corrupción. Rajoy aparece así como un San Luis de limpito que no ha pecado ni siquiera in vigilando y es capaz de seducir a Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, con su mucho chau-chau y poco jase-jase. Sánchez proclamó hace poco la plurinacionalidad española como el contexto en el que puede solucionarse el problema territorial español para aparecer ahora del bracillo hablando él, no Rajoy, de no sé qué reforma constitucional.

Mucho habrá tenido que cambiar Rajoy para que acepte esa reforma por lo que descarto que piense en términos plurinacionales. No es el contexto que interesa a los mandarines financieros que cortan el bacalao en Madrid. Incluso me aventuraría a pensar que en los cálculos de Rajoy figura el desgaste de Sánchez y la vuelta al primer plano de Susana Díaz y su anticatalanismo con la caterva de los socialistas de otro tiempo que no quieren perder ripio. Los alineamientos en las últimas primarias socialistas fueron significativos y a Díaz la apoya la vieja guardia socialista y la ve con buenos ojos Rajoy, de modo que Sánchez tendrá problemas. Si les digo la verdad, me parecen más consistentes que él Miquel Iceta y el valenciano José Luis Ábalos al que, por cierto, acabo de descubrir y que fue, en su día, uno de los apoyos de Zapatero sobre el que hoy descansa el propio Sánchez para que le organice la casa.

De momento, insisto, da la sensación de que Rajoy se ha llevado al huerto al líder socialista que no ha caído en la cuenta de que ya la cuestión no reside en si habrá o no reforma de la Constitución. Ésta ha sido imposible hasta hoy porque el inmovilismo pepero ha impedido históricamente reunir el número de parlamentarios que exige la ley para tocar el texto constitucional. Condicionan al PP sus ancestros, que son los que son y ya dice la sabiduría popular que donde hubo siempre queda. Como se vio con la desafortunada mención del pepero Pablo Casado a Companys, el presidente de la Generalitat, al que fusilaron los franquistas por proclamar el Estado catalán. Lo mataron en el castillo de Montjuic y conozco barceloneses a los que da repelús visitar aquel recinto y sus alrededores con sus grandes cañones que hubieran hecho feliz al general Espartero quien dijo que un bombardeo a Barcelona cada 50 años era el mejor modo de mantener a raya a los catalanes.

Madrid, a por el control de Catalunya

Hubo un tiempo, el que pueden imaginar, en que buscábamos en el Gabinete Literario la Prensa extranjera para ver si decía algo de España. Por lo general, sabíamos que algo traía al advertir el pulcro rastro de una tijera desconocida. Era, el recorte, de alguien con alma de censor y nunca se nos ocurrió que el autor fuera algún activista del mester de rojería que había salido de su sótano o cloaca para coger un poco el sol del Imperio. El caso es que, en cuanto encontrábamos mutilado el periódico, procedíamos al arqueo de fondos para reunir las pesetillas con que acercarnos a Rexachs o al quiosco de la Prensa del parque de Santa Catalina. Le Monde era el periódico que encontrábamos con más frecuencia. Los ingleses los conseguíamos por otros conductos menos complicados y más familiares. Con frecuencia venían también amputados “de fábrica”, como decía un dependiente de la librería.

Hoy las cosas han cambiado y no es preciso caminar tanto. Ya se encarga la misma TV de decirnos lo que traen los periódicos foráneos y en el caso que nos ocupa por estos días coinciden, con sus diferencias y matices, en que Madrid se dispone a hacerse con el control de Catalunya.

Se referían, claro, al requerimiento de Rajoy a Puigdemont para que aclare si el martes pasado declaró o no la independencia de Catalunya. Lo que se considera el primer paso para proceder a la aplicación del artículo 155 de la Constitución, es decir, a la intervención por el Gobierno central de la autonomía catalana. Y nada les digo del 116, que los más acelerados ya mencionan con cierta delectación y que se refiere a la regulación de los estados de alarma, de excepción y de sitio.

Rajoy, en definitiva, le exige a Puigdemont que aclare si proclamó o no la independencia. O sea, se hace el sonso a la gallega para ponerlo en un brete. Si niega que la haya proclamado, se las tendrá que ver con los independentistas que andan sulfurados y si afirma que sí, que la proclamó, podrá Rajoy tocar a degüello. Uno, la verdad, prefiere no meterse en asuntos de personas mayores, pero no puedo ignorar el hecho de que al menos durante ocho segundos Catalunya fue independiente. Eso, al menos, dicen quienes tuvieron la ocurrencia de cronometrar el tiempo que medió entre la proclama independentista y la inmediata solicitud de mantenerla en suspenso. Podría entenderse tanto que la hizo como que no: de cualquier forma, le van a dar al president por lo uno o por lo otro.

De ser afirmativa la respuesta, advierte Rajoy, deberá revocar, restaurar el orden constitucional y reglamentario y comunicar el cumplimiento de todas las exigencias antes de las 10 horas del 19 de octubre, una hora menos en Canarias. De no atenderse el requerimiento del Gobierno, éste propondrá al Senado la adopción de las medidas necesarias, etcétera.

Esta intervención, en fin, desembocaría en la convocatoria de elecciones autonómicas. Por otro lado, Rajoy se comprometió a activar en seis meses la reforma constitucional que anunciara Pedro Sánchez, angelito. Es evidente que Rajoy confía en que así se arreglará todo pero tengo el pálpito de que se han roto ya demasiadas cosas.

Rajoy, ¿hombre de estado?

Hay quienes aseguran que Rajoy no conoce a los catalanes. Desde luego, no son santos de su devoción y lleva ya demasiados años incordiándolos sin ni siquiera preocuparse de hablar catalán en la intimidad. Ya en dos o tres ocasiones le he oído alguna referencia a lo que diga de él la Historia, pero imagino que con la marcha que trae y la que se le adivina no quedará como lúcido hombre de Estado. A su participación en la génesis del conflicto catalán, que ha llegado con él a extremos de enquistamiento ya predecibles hace por lo menos tres lustros, habría que añadir la feroz “oposición” que le hiciera a Zapatero por su osadía de ganarle, a él precisamente, la carrera por La Moncloa en 2004. Dejo los detalles para otra ocasión al recordar tan solo que la víspera de la jornada de votaciones se produjo el criminal atentado en los trenes de Atocha que el Gobierno saliente del PP y los medios adscritos a la derecha, fachas incluidos, atribuyeron a ETA a pesar de los indicios de que había sido cosa del terrorismo islamista. Y todo porque el PP quiso salvarle el palmito de líder mundial y dos huevos duros a Aznar: trataron por todos los medios de desautorizar la evidencia de una venganza islamista por la participación española en la agresión a Irak a la que tantas desgracias debemos.

No dudaron los peperos en añadir a su insistencia en la autoría etarra la especie de que Zapatero, el presidente electo, había suscrito un pacto con ETA para perpetrar el atentado que aseguraría su victoria. Durante los cuatro años de su primer mandato y buena parte del segundo, que acabó con las elecciones anticipadas de 2011, soportó Zapatero las infamias que tanto contribuyeron a encanallar la política española.

No se trata, a estas alturas, de buscar responsables pero es sano mantener fresca la memoria para que no nos la sigan dando con queso. Como nos la han dado con la crisis, los recortes, el rescate bancario que no íbamos a pagar, las autopistas privatizadas que sí hemos de pagar, las resultas negativas de otras privatizaciones, etcétera. Tanto tragamos en las islas que hace unos días vimos a centenares o miles, no sé, de canarios lanzarse a la calle con sus banderas españolas en defensa de la unidad de España. Nada que objetar, faltaría más, a esa reivindicación de unidad en el mundo globalizado en que vivimos, pero choca bastante que esos mismos que se echaron a la calle por una causa respetable no estén ni se les espere cuando las convocatorias son para denunciar que Canarias figure en la cola de casi todos los rankings de bienestar, o las subidas de la cesta de la compra al límite de las posibilidades de las familias, los incumplimientos presupuestarios, los recortes, los amagos de acabar con la fiscalidad diferenciada, el deterioro de los servicios, el que las Islas ofrezcan cada vez menos posibilidades a sus jóvenes y un largo etcétera. La soledad de esas reivindicaciones con modestas pancartas por delante contrasta con la notable profusión de banderas españolas en las manifestaciones por la unidad. De algún sitio habrán salido, digo yo. A lo mejor del chino de la esquina.

El soberanismo catalán

Del soberanismo catalán ya he hablado ampliamente muchas veces por lo que no es preciso poner aquí el mismo disco para llegar a la impresión personal de que España ha perdido a Catalunya al margen de cómo se resuelva la actual situación. Y no porque los separatistas lleven las de ganar la partida y estén al borde de apuntarse a brutos sino porque, realmente, el españolismo, que es la forma de nacionalismo a la que debemos más catástrofes sociales, es incapaz de convivir con otras sensibilidades ideológicas o simplemente diferenciadas. Se han roto, ya digo, demasiadas cosas.

Estos días no le han faltado a Rajoy advertencias de que se ande con ojo a los catalanes. Le han dicho que no los conoce bien y algo de eso debe haber. No hay más que repasar la historia para comprobarlo. Lo que no quiere decir, por supuesto, que no haya catalanes tan intransigentes como los hay españoles. Hay de todo como en cualquier otro sitio y si bien no es posible en estos asuntos atribuir la mayor cuota de responsabilidad a una parte, no está menos claro que el Gobierno central que tiene el mayor poder, los medios y los recursos para afrontar razonablemente este tipo de situaciones. No es de recibo, por otra parte, que ese mismo Gobierno reduzca el problema al supuesto empeño catalán de subvertir el orden constitucional y destruir la democracia española por el simple gusto de acabar con ella. Es una manipulación de los sentimientos de la gente a la que con demasiada frecuencia se recurre desde las instancias del poder. Quienes vivimos bajo y contra el franquismo y la Transición bien sabemos de la aportación catalana a esa democracia tanto en Catalunya como en el resto de España.

Si nos ceñimos a lo ocurrido estos días, debe destacarse que el Govern ha considerado que la pirueta de Puigdemont del sí pero no a la proclamación del Estado catalán no es tal sino un intento de ganar tiempo a la espera de que se materialice alguna mediación internacional que, en cualquier caso, no sería pública y darle algo más de tiempo a la posibilidad de diálogo que, dicen, se le ha aconsejado a Puigdemont de alguna instancia de peso pues el conflicto catalán es español pero también europeo y no está la UE precisamente para que le proliferen como hongos por el continente situaciones parecidas. La actitud de Puigdemont del martes obedece sin duda a alguna recomendación para ganar un poco de tiempo.

De momento, el Govern ha dicho claramente que lo de Puigdemont el martes pasado fue para ganar un espacio de tiempo para el diálogo. Que será, dicen, la última oferta y que el requerimiento de Rajoy podría llevar al president a sacar la independencia de allí donde esté ahora mismo. Jordi Turull, portavoz de la Generalitat ha dicho claramente que si Rajoy pone en marcha el 155 estará diciendo que no tiene voluntad de diálogo y que entonces el Govern “será consecuente con el compromiso con el pueblo catalán”.

Es posible, por no decir seguro, que Rajoy confíe en que conseguirá romper el bloque independentista sin hacer caso a quienes le han advertido de que los catalanes son como son. Algo debería decirle el hecho comprobado de que no pocos de los que no están por la independencia fueron a votar en el referéndum en reivindicación del derecho a hacerlo, a que se consulte a la población y todo eso. Es cierto, desde luego, que el referéndum fue ilegal, sin las garantías suficientes para ser tenido en cuenta pero no lo es menos que se planteó como “consultivo”, para conocer la opinión del electorado, pero acabó por generar una crisis que ya no se sabe donde parará.

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