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Partidos en cuatro partidos

Mariano Rajoy, Albert Rivera, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias

José A. Alemán

“Hay verdades, mentiras y encuestas” era, en tiempos no tan lejanos, el comentario de los políticos rascados por lo mal que quedaron en la “foto fija de un momento”, que también se decía de los sondeos prelectorales y que viene a hacer bueno aquello de que cada cual cuenta de la verbena según le haya ido en ella. Es lo que pensé al escuchar el otro día al pepero Martínez Maíllo. Lució el hombre una falta de sutileza pareja a la insensibilidad del portavoz parlamentario del PP, Rafael Hernando, que la otra tarde se confesó cansado (no asqueado, ni indignado, arrepentido o avergonzado) no de la corrupción sino de que se hable de ella. Pero dejo estar a Hernando y vuelvo a Maíllo, coordinador general del PP, al que nunca debieron dejarlo pasar de sargento. Dicho sea evitando la tentación de imitar a Nicolás Estévanez y hacer con esta gente algo parecido a su cuasi sátira sobre tipos y costumbres militares intitulado La milicia, que en 1883, iba por su sexta edición. Y anoto la fecha del opúsculo de Estévanez por si Rajoy y su ministro de Educación necesitan referencias bibliográficas en el proyecto de promover en los colegios los valores de las fuerzas armadas.

El PP, de capa caída

Maíllo, a lo que iba, digirió fatal la encuesta de Metroscopia de principios de febrero que pone allá arriba, o sea, en primer lugar y por encima del PP, a Ciudadanos (Cs). Dijo el dicho coordinador que el PP no es, qué va, como esos partidos siempre pendientes de las encuestas para alimentar su programa con las proposiciones de los encuestados que consideran electoralmente más rentables. Sin duda, Maíllo reflejó en su comparecencia la alarma o la simple preocupación por la quiebra de la unidad de destino en lo universal de la fuerza política que nació no tanto como su marca blanca sino a iniciativa de sectores de la derecha que decidieron poner los cuartos para crear la alternativa a un PP descuajeringado.

Que el PP está amenazado por Cs es tan evidente como que el PSOE ya sufre la misma presencia. Según Metroscopia, al decir de los periódicos que se han hecho eco de su sondeo de febrero, los socialistas comenzaron el año con una pérdida del 13% de sus votantes que ya en febrero andaba por el 18% y subiendo. En cuanto a Unidos Podemos, aguanta más o menos aunque ya lejos, a mi juicio, de las expectativas que despertara entre el electorado de izquierdas. No creo que le haya beneficiado el empeño de enterrar al PSOE, lo que le dejó libre el paso a Rajoy hasta el punto de que muchos culpan a Iglesias de que siga en la presidencia. De todos modos, los socialistas no jugaron limpio con Podemos y ese fue el resultado que mantiene a Rajoy destruyendo el país.

Poco se dice de la política de Cs que, por un lado, le exige a Rajoy y al PP esto, lo otro y lo de más allá sin dejar de apoyarlo aunque no cumpla. Aunque el PP se ha movilizado con su control de la comisión correspondiente del Senado para que indague las fuentes de financiación de Cs. Postureo que le dicen.

Puede pensarse que este arrebato pepero de ordenar que se pongan negro sobre blanco las cuentas del partido de Rivera obedece a su empeño, inexistente por supuesto, de poner las cosas claras y que sea espeso sólo el chocolate. Pero volvemos a la historia de lo que parece y de lo que realmente es. Porque si es cierto, como muchos piensan, que Cs surge a iniciativa de un sector poderoso de la derecha que vio llegado el momento de sustituir al PP agotado por un Cs joven y de lenguaje más actual estaremos ante lo de siempre, eso de cambiar algo sin que nada cambie. De momento, reconozcamos que fue una decisión adoptada justo a tiempo pues Rajoy está ya más caducado que los parches porosos de mi abuela por más que quienes en la dirección del PP dependen de él traten de salvarlo de la quema sin reparar en que las cenizas no arden. Por un lado, no hay quien se crea que, como asegura, él no sabía nada de nada de la corrupción marca España; salvo que lo considere tan bobo de baba que ni enterarse de lo que ocurría en los despachos de Génova, a pocos metros del suyo. Si es así, me callo. Tampoco es creíble que no le extrañaran los espectaculares actos electorales a los que asistía y que prodigaba elogios a corruptos reconocidos. Sin ir más lejos, aquí en Las Palmas, el PP colgó un enorme poster, a fachada completa, de un edificio de varios pisos cerca de la Torre de Las Palmas con el ineféibol Soria de motivo artístico y dos piedras. Sonreía levemente pero así y todo recordaba, por las dimensiones, la enorme cartela de Mussolini con las amenazadoras fauces abiertas que aparecía en no recuerdo ahora qué película del neorrealismo italiano. Nunca logré averiguar cuanto costó la cosa. La transparencia, ya saben. Y en cuanto a los elogios sí cumplió Rajoy el compromiso electoral contraído en un mitin de aplicar en toda España el modelo de Gobierno de Jaume Matas en Baleares. Yo creo que incluso lo superó. Por la boca no sólo mueren los peces, es fama.

El caso es que, siempre según Metroscopia, el 62% de los votantes populares piensa que Rajoy debería coger puerta y en cuanto a la mejoría económica a la que se agarra para repetir candidatura, el 53% considera que no se debe, precisamente, a su Gobierno. Tampoco creo que le favorezcan las informaciones acerca de su descuido en materia de Universidades y de investigación científica. Es un hecho constatado por los observadores que los países que no han descuidado estos renglones son los que mejor han superado la crisis y están listos para abordar el futuro. Lo contrario de España que, además de dedicarle escasos fondos, no ha impedido que ahora mismo estén trabajando fuera del país nada menos que 37.000 científicos formados con dineros españoles. Y lo que aún es peor: los que volvieron durante los años en que el Gobierno se planteó tomarse en serio la Ciencia, se sienten estafados y tienden a irse de nuevo por donde vinieron. Restablecer la confianza, si se consigue, llevará un tiempo en el que, vista la drástica reducción de las nuevas patentes españolas, habrá que pagar fuertes royalties por invenciones entre las que habrá científicos españoles que han tenido que marcharse. Tampoco parece que ayuden mucho al desarrollo que jóvenes que se han esforzado en una carrera, que han hecho sus masters y demás acaben de profesores asociados en las universidades con sueldo de 300 euros al mes como único ingreso. El PP nos dejará el desastre servido. No vale decir “¡Que inventen ellos”, la frase descontextualizada atribuida a Unamuno. Su origen, al parecer fue un artículo titulado El pórtico del templo escrito en forma de diálogo entre dos personajes, Román y Sabino, en que el primero habla de aprovechar las invenciones ajenas diciendo que, al fin y al cabo “la luz eléctrica alumbra aquí tan bien como allí donde se inventó”.

Y como las desgracias nunca vienen solas, los empapelados en el primer juicio del caso Gürtel resultaron canoros aunque sin melodía grata. Al final Rajoy ha quedado en evidencia; él y los dirigentes del PP que acabaron cogiéndose los dedos ellos mismos cuando clamaron por esperar a que los tribunales se pronunciaran. Debían confiar en los jueces amigos promocionados por el propio PP y en los que no están por complicarse la vida. Pero resulta que hay jueces y jueces y pudieron confirmarse extremos comprometidos y comenzaron a descubrir que no eran tan impunes como creían. Entonces encontraron la excusa maravillosa de que la corrupción es cosa del pasado que no interesa ya a nadie. Un pasado muy presente, nunca mejor dicho con unas consecuencias que no alcanzamos todavía a vislumbrar. Después vinieron los trucos para retrasar juicios alguno tan poco sutil como la destrucción a martillazos del disco duro de un ordenador de Bárcenas. De este asunto salió el PP bien parado porque el juez decidió que no había pruebas, sin pararse en que esas pruebas no existen precisamente porque las destruyeron con bárbara “tecnología”. No hay por donde cogerlos a pesar de estar cogidos por todos lados. La tomadura de pelo a la gente es de las que hacen época.

El “triunfo” de Rajoy

Estamos, sobre el papel, a dos años y medio de las elecciones generales aunque nadie esté en condiciones de asegurar que no haya adelanto electoral. Es mucha la gente, incluso dentro de su partido, convencida de que el tiempo de Rajoy se acabó y que no está ya en condiciones de ofrecer nada que tenga que ver con una gobernabilidad correcta.

La parálisis del país no arranca de la crisis catalana sino que ésta es una más de sus causas; y no de las menos graves que no se solucionará, por supuesto, por la vía del artículo 155: el problema está ya unas cuadras más lejos de una solución razonable. Varias veces he anotado aquí la larga trayectoria de Rajoy desde finales de los 90 a hoy, con cargos de responsabilidad primero y máximo responsable después no sólo del partido sino también del Gobierno. Una trayectoria que ha sido un alarde de torpeza que no le ha impedido sonados éxitos electorales y ha llevado el problema catalán adonde está. A su política se debe el auge del secesionismo y hay quienes consideran que estamos en realidad ante su triunfo definitivo para el que se ha valido de la ley y el orden de coartada: su triunfo sería, precisamente, haber llevado al secesionismo catalán, al catalanismo en general, al límite de romper el marco político y de convivencia tradicional de Cataluña. Una ruptura que resta predicamento a la Comunidad en beneficio de los núcleos de intereses que se han ido concentrando en Madrid y para quienes son los catalanes los únicos rivales de consideración a su dominio de España. El objetivo está, sin duda, más que cumplido y no pueden los catalanes culpar exclusivamente al enemigo exterior porque han puesto de su parte. Y si el Gobierno central se ha pasado varios pueblos no puede decirse que ellos andaran muy listos y lo de Puigdemont jugando a ser Tarradellas en el exilio resulta, cuando menos, tan chungo como lo de los jueces que siguen manteniendo en prisión a los dirigentes catalanes no por lo que han delinquido sino porque pueden delinquir. Como aquella película de ciencia ficción en que una Policía especial detenía a los delincuentes antes de que delinquieran.

Conviene aquí volver atrás y señalar que Rajoy inició esa trayectoria a finales de los 90 y principios de los 70 en el momento en que, por razones que no vienen ahora al caso, asomó la nariz el nacionalismo español, o sea, el españolismo que tenía todo contra el sistema autonómico pues, al igual que el PP, se decantaba por la homogeneización político-administrativa territorial. Al PP no le gustó la Constitución y fue contra ella, no lo olvidemos. La propuesta españolista tenía su arrastre entre los añorantes del franquismo y quienes no acababan de aclararse con aquel lío de las autonomías que para muchos acababa con la unidad de las Españas. Recordé por aquellos días el discurso de Fernando de León y Castillo en las Cortes contra el proyecto de Constitución federal. Fue el 11 de agosto de 1873 y el diputado grancanario se vació con un discurso al que dio tono al confesar que “yo no puedo mirar impasible los signos apocalípticos de disolución y de muerte que se dibujan en todo los horizontes de la política española”; para añadir después que “si el proyecto llega a ser ley fundamental, no hay para qué hablar de la nación española, porque habrá desaparecido, y habrá desaparecido dividida y deshonrada”; para agregar por último que Proudhon escribió El principio federativotradújolo al castellano el señor Pi y Margall; encontrólo aceptable por lo disolvente, y he aquí la federación convertida en ideal de gobierno para el partido republicano“.

Esta visión negativa del federalismo es la que se impuso en España con tanto predicamento que se ha mantenido hasta el extremo de que prácticamente no se ha considerado su posibilidad más que en medios académicos, especialmente catalanes, con ánimo de aplicarlo a la reforma del Estado de las Autonomías a fin de hacer frente a las cuestiones territoriales pendientes de toda la vida. Lo que no pudo ser.

Esas propuestas no lograron interesar a los partidos políticos de ámbito estatal con dirigentes más interesados en dirigir a sus partidos en todo el país desde Madrid que otra cosa. Es Madrid la clave de su poder y no están ni por nada dispuestos a perderlo ni a dejar de moverse por la capital de España donde siempre “cae algo”, como me dijo alguien metido en el tejemaneje partidista de la capital del Estado.

Indica Jacint Jordana, profesor de Ciencias Políticas de la Pompeu Fabra, que son precisamente esos partidos políticos de ámbito estatal el principal obstáculo para que se avance en la política federalizadora que él considera imprescindible pues están en riesgo el futuro del Estado de bienestar y la convivencia democrática. Que lo están. Y viene bien volver a recordar aquí a León y Castillo porque su visión de la cuestión federal, expuesta en el mismo discurso a que me referí antes, me la espetó hace algún tiempo un abogado antifederal y sin embargo amigo. Decía León que la federación se entiende como puente hacia la unidad nacional y no al revés, como la vuelta desde la unidad a los reinos ibéricos, lo que consideraba anacrónico. Si bien para él la federación era beneficiosa cuando iba de la diversidad a la unidad. Y ponía como ejemplo de progreso la federación de España y Portugal para llegar mañana a la unidad ibérica.

Sin embargo, señala Jordana, en los últimos quince años se ha producido una competencia entre los grandes partidos por la emergencia de un nacionalismo español de corte homogeneizador de acuerdo con una estrategia iniciada por el PP y que acabó arrastrando al PSOE por temor a perder votos si se mostraba débil frente a demandas e identidades singulares, o sea, “de las tierras y hombres de España” que repetían los franquistas desde que el dictador dijo la frase en un mensaje de Navidad. El discurso españolista utilizaba las ideas igualitarias de forma que no se notaran demasiado pero siempre con el objetivo, según Jordana, de “explotar algunos prejuicios recurrentes como, por ejemplo, el supuesto carácter egoísta de los catalanes”. Víctima de aquella política, ahí está Rajoy que lo diga, fue el presidente Zapatero que se comprometió a aceptar el Estatuto de Autonomía que aprobara el Parlament. Con toda la mala fe del mundo el PP vendió la moto de que Zapatero haría lo que quisieran los catalanes ocultando que a las Cortes Españolas, el Congreso y el Senado, correspondía la aprobación. Aquella infamia tuvo su versión canaria con Soria advirtiendo a los isleños de que Zapatero recortaría las pensiones para darle el dinero a Cataluña.

El mismo Jordana considera que una de las razones para que el federalismo carezca de predicamento importante en España es la tradición centralista que viene de los Borbones franceses a partir del siglo XVIII en que se sentaron en el Trono español. Los Borbones hicieron de Madrid una capital administrativa sin otra función que la gestión del aparato público civil y militar (a diferencia de París que era también capital económica). Esto impulsó una cultura política y burocrática a la que Jordana atribuye caracteres “autistas” y que se ha mantenido durante siglos por encima de todas las transformaciones sufridas en el país. Tal vez por ello, piensa nuestro autor, la Administración General del Estado, tiene pánico al Estado Federal: “Desde jueces a técnicos comerciales, pasando por abogados de estado y diplomáticos, muchos altos funcionarios pueden considerar una pérdida de poder irreparable -y de puestos de trabajo- la transformación federal, roturando sus redes de poder e influencia”.

La resistencia podría darse también en los mismos partidos demasiado acostumbrados a eso que llaman el centralismo democrático que tiene tanto de exigencia por arriba como de sumisión por abajo.

Sánchez, plurinacional pero menos

Nada más recuperar Pedro Sánchez la secretaría general del PSOE anunció que batallaría por el reconocimiento de la realidad plurinacional española. Miraba el hombre a Cataluña cuando lanzó su brindis al sol pues, para empezar, no cuenta su partido con gente de entidad intelectual y política suficiente. Si le sobran los dispuestos a bajarlo de la parra porque el federalismo que conlleva el reconocimiento de la plurinacionalidad no les conviene, sobre todos si están instalados en Madrid que es desde donde se manda realmente en los partidos. Tanto que ahí tienen a los nacionalistas canarios haciendo el paripé para no llegar, por último, a casi nada. No creo que merezca la pena extenderse en este asunto cuando ya es evidente que Pedro Sánchez ha reculado, ya no habla de plurinacionalidad y se le ha impuesto la mediocridad funcionarial de su partido, que es la suya propia. Las grandes cuestiones de Estado están fuera de sus debates de ocupados que están con el control del aparato partidista. Los partidos como fines en sí mismos, lo que les impide aprender de, por ejemplo, Merkel y Schultz que suscribieron un nuevo pacto de Gobierno, la canciller enfrentándose a su propio partido, nada conforme con las concesiones que hizo a Schultz quien, por su parte, renunció a un ministerio relevante para dejar claro que no le han movido intereses personales sino razones de Estado. Igualito que aquí, oye.

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