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Rajoy en vías de amortización

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy

José A. Alemán

Las Palmas de Gran Canaria —

“Es la mejor barrera del mundo. Tan ligera como el aire. Más fuerte que el whisky. Más barata que el polvo. Totalmente de acero y de varios kilómetros de longitud. No ha nacido res que pueda atravesarla. Señores, acepten el desafío y lleven sus vacas”. Así proponía el vendedor John Warn Gates, allá por los años 70 del siglo XIX, sus alambres de púas a los granjeros texanos para proteger sembrados y gallineros de las avalanchas de ganado provocadas por los rancheros con todo el derecho que les daba haber llegado antes a matar indios. Las púas primigenias se reservan hoy para la exclusiva disuasión de los animales, de modo que los nuevos diseños, de hojas metálicas muy afiladas y cabronas, se destinan a los seres humanos abocados a huir de la miseria, el hambre y la muerte en sus países de origen. Hay cuchillas de diversos tamaños pensados para cualquier tipo de daño que quieran causar sus clientes. De especial ingenio y eficacia son las giratorias especiales antiescalada y las que vienen con ingeniosas muescas en sus extremos, de efecto anzuelo pues se enganchan indistintamente en las ropas o en las carnes. Las más caritativas se sirven con bondadosos colores fluorescentes que advierten de su presencia; frente a las de tipo camaleón que se camuflan cosa mala. La variedad es grande. Las hay elementales que pinchan o cortan, a elegir, y electrificadas de bajo consumo y con corrientes variables, desde el calambrazo doméstico común, que todos hemos sufrido alguna vez entre palabrotas y maldiciones delante de los niños, hasta las de electrocución directa, que son las más indicadas para las grandes aglomeraciones de desesperados y fugitivos. Todos los modelos, en fin, según catálogo. Se admiten tarjetas.

Tenía yo esta información de ofertas en una ficha que se me traspapeló. La recordaba cada vez que oía al ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, hablando de lo democrático del procedimiento y su chulesca invitación a quienes lo critican a que le envíen sus señas y teléfonos y poder mandarles a sus casas una remesa de detenidos en las vallas para que los alojen y atiendan. Como siempre ocurre, mucho se habló durante unos días de las “concertinas”, que así dieron en llamarlas para rebajar algo su dramatismo, para desaparecer en cuanto dejaron de ser novedad noticiable, por lo que no sé si las mantiene el ministro o si las retiró aconsejado por su director espiritual, que ya no se lleva freír musulmanes ni animistas negros. La ficha apareció cuando dejé de buscarla y me vino bien ahora que los mandamases europeos se dicen decididos a hacer algo.

Y arranco con la manera de enfocar el problema del ministro Fernández Díaz. Aparte de sus evidentes limitaciones, que le llevan a sospechar que hay yihadistas entre los que acechan al otro lado de la vallas la oportunidad de colarse por Ceuta y Melilla, es ideológicamente incapaz de relacionar el fenómeno con la miseria y la pobreza sobre la que se asienta buena parte del bienestar del primer mundo. No puede admitir que haya un capitalismo desalmado que alienta y sostiene dictaduras asesinas y genocidas porque son buenas para los negocios y desde luego mejores que la democracia a poco les salga uno que crea en esas cosas.

No es envidiable el cargo que ocupa el ministro Fernández Díaz. Seguro que lo pasa mal y aún peor porque cada vez que dice algo demuestra que no ve más allá de lo que tiene delante. Se queda corto con sus referencias a las mafias que trafican con inmigrantes. Parece no entender que no son causa sino consecuencia de la miseria de millones de personas. Claro que hay que combatir a las mafias, pero teniendo claro que ellas no han creado el “nicho” de mercado para su negocio. Si existe demanda aparece enseguida una oferta, lo que quiere decir que seguirá habiendo mafias no se procuren salidas en sus propios países a quienes se ven obligados a ponerse en manos de delincuentes surgidos del mismo magma de miseria que ahora les aprovecha. Sin descartar, rizando el rizo, la aparición de patronos de alguna de estas organizaciones criminales que visten chaqueta y corbata de ejecutivos en algún lujoso despacho con capacidad para obstaculizar las soluciones.

En los últimos días, los 900 desaparecidos en el Mare Mortum, como acaba de rebautizar El Roto al Mediterráneo, han removido las conciencias de los mandatarios europeos que anuncian reuniones para salvar la cara durante el lapso del tiempo entre la aparición de la noticia y su paso a páginas interiores hasta desaparecer. O sea, lo mismo de siempre, aunque esta vez sea superior el rango de los reunidos. Escribo antes de la urgente reunión que debió celebrarse este jueves 23, de la que sólo espero, quisiera equivocarme, declaraciones de principios porque no parece que haya disposición a coger el toro por los cuernos sino necesidad de contener la marea indignada de la opinión pública internacional hasta que baje. Son demasiados los compromisos solemnes incumplidos y las ayudas caídas en bolsillos aprovechados para que nos fiemos.

A la reunión, que no se había celebrado a la hora de escribir, anunciaron su asistencia 28 jefes de Estado y de Gobierno. El alto grado de representatividad de los asistentes para abordar asunto tan acuciante daría a un eventual fracaso una inusitada trascendencia en la opinión. Se han adelantado algunas de las medidas a considerar, entre las que figura el despliegue militar para “capturar y destruir” los barcos dedicados a tan repugnante negocio. Se sabe que en Libia escasean los barcos y que los traficantes han llegado a amenazar, a punta de pistola, a quienes acuden en ayuda de los inmigrantes “para recuperar las embarcaciones y llevárselas de nuevo a Libia y seguir con su negocio”. Aunque en los días anteriores a la reunión había división de opiniones acerca de este tratamiento militar, la parte española ya se pronunció a favor por boca de los ministros Fernández Díaz y García-Margallo. España, Italia y Malta son los que más han insistido en recurrir a los ejércitos, propuesta que cuenta, en principio, con las simpatías de los demás países.

De todos modos, conviene comentar que García-Margallo, ministro español de Exteriores, se ha remitido al indudable éxito de la Operación Atalanta contra los piratas del Índico somalí como referente del despliegue en el Mediterráneo. España decidió participar en esta operación tras el secuestro del pesquero Playa de Bakio, por acuerdo del Consejo de Ministros de 23 de enero de 2009. El Gobierno de Zapatero comprendió que no solo peligraba la seguridad marítima internacional sino también los intereses nacionales españoles en la zona, concretamente la pesca atunera del Índico.

El ministro de Exteriores, a lo que voy, ha vuelto a caer en el vicio pepero de que incluso cuando deciden contar una verdad no la dicen toda. Porque Atalanta persigue piratas dedicados a abordar mercantes y pesqueros, a lucrarse con la carga robada y a negociar el rescate de los secuestrados; y los barcos en riesgo llevan a bordo personal de seguridad armado para repeler agresiones por lo que nada tienen que ver, salvo que flotan, con los barcos de inmigrantes susceptibles de convertirse en escudos humanos o en rehenes. Quiero decir que no es lo mismo ir a por piratas que interceptar buques cargados a tope de inmigrantes, es decir, tratar de afrontar por vía militar un problema humanitario de hondas raíces en las poblaciones emisoras de inmigrantes. Por tanto, imagino que se tratará de capturarlos en puerto para lo que tendrán que contar con el consentimiento de las autoridades nacionales. Pero Libia no tiene en estos momentos Estado de modo que habrán de ser las Naciones Unidas quienes legitimen la intervención; la que, por supuesto, será una oportunidad para el Estado Islámico siempre dispuesto a complicar las cosas. Günther Grass pensaba que el mundo va de cabeza a una tercera guerra mundial y hay quienes están convencidos de que esa guerra ya ha comenzado a la vista de la serie pavorosa de conflictos, reales o potenciales, no todos bien conocidos, muchos ignorados extendidos por todo el planeta.

Los 900 desaparecidos de una tacada hace unos días han sacudido a los mandatarios europeos que durante años han dejado solos a los italianos, los únicos que han intentado actuar como debió hacerlo el conjunto de la UE. Ha tenido que ocurrir este desastre para que líderes como Cameron y Merkel, que se habían desentendido del problema y se oponían a los rescates en el mar, cambien de actitud y se dispongan a echar una mano para que no digan. Son muy fuertes las noticias que llegan de Lampedusa acerca de pescadores que, navegando de noche, han notado que los cascos de sus barcos chocaban con algo para descubrir con las luces del día que estaban rodeados de cadáveres. Y no menos fuertes resultan las cifras de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM): en lo que va de año ha registrado 30 veces más muertos que en el mismo periodo de 2014 y se teme que la cifra total del año pasado (3.279) se supere en pocas semanas. Calcula la OIM que, de seguir la tendencia actual, a finales de 2015 sean 30.000 los desaparecidos en el mar. Es lo que hay.

Wert, erre que erre

Los consejeros de Educación de Andalucía, Asturias, Canarias, Cataluña y Euskadi plantaron el otro día al ministro del ramo, José Ignacio Wert. No están de acuerdo con las evaluaciones finales de ESO y bachillerato y vuelven a denunciar la inexistente propensión al diálogo del Ministerio. Fue en una reunión sectorial que los representantes de las cuatro autonomías citadas abandonaron a los 15 minutos. Poco después explicaron su actitud en un documento conjunto leído por José Miguel Pérez, consejero de Educación y vicepresidente del Gobierno canario. “Nos negamos a asistir como meros espectadores al continuo desprecio al profesorado y a la devaluación constante de las autonomías que persigue la Lomce”, se dice en el texto.

Como es sabido, la política de Wert y su ley de Educación abunda en la idea de que cada ministrillo tiene su librillo. Vamos a casi una ley por cada tanda de años de gobierno bipartidista, todas ellas celebradas alternativamente por los unos o los bi-otros, si bien es la Lomce wertiana de las más contestadas. Tanto que el PSOE prometió en su momento cambiarla en cuanto vuelva a hacerse con el poder. Quizá fuera ese compromiso anticipado el preludio de la quiebra del bipartidismo que muchos dan hoy por consumada. Aunque, la verdad, a veces pienso lo que aquel isleño de tierra adentro que aseguraba no creerse que Franco había muerto hasta que “jieda”. O sea, que mejor será esperar a ver qué y contra quienes pactan después de las elecciones para certificar la defunción. En el documento de los representantes de las cuatro autonomías que dejaron a Wert con la palabra en la boca se alude a que la Lomce camina hacia ninguna parte y no sé hasta qué punto se alude al cambio de dirección tras el desalojo del PP.

En cualquier caso, creo que seguiremos haciendo colección de leyes de Educación mientras no haya un Gobierno capaz de coger el toro por los cuernos y de poner en su sitio a la jerarquía eclesiástica española. Y no generalizo diciendo “la Iglesia” porque Iglesia son también quienes dentro de ella tampoco están de acuerdo con los intereses, con frecuencia abusivos, de una jerarquía que refuerza, alienta y hasta lidera el conservadurismo más elemental y trasnochado al tiempo que lo utiliza en plan estos son mis poderes. Lo ocurrido con la asignatura de Religión indica que ahí sigue, enredando y con la catequesis metida en la escuela. No creo necesario insistir en este asunto, aunque nos convenga permanecer atentos al ruido de hisopos de la Curia vaticana contra el Papa Francisco: deben pensar que con su labia argentina confundió al mismísimo Espíritu Santo. Me pregunto qué estará pasando por la cabeza de Francisco que ha confesado tener el pálpito de que su Pontificado será breve. De momento, ha levantado el ánimo de muchos creyentes y de los que no lo son o lo son menos. Ya oímos decir a Jerónimo Saavedra que el Papa lo ha hecho de nuevo practicante.

Rajoy, de capa caída

El caso Rato ha destapado la caja de Pandora pepera y mucho me temo que por los cielos del partido se extiende la sombra de José María Aznar. Este hombre prometió, en su día, que no sería presidente más de dos legislaturas, es decir, ocho años. No pensó que si veinte años no son nada, ni les digo de ocho, quizá empeñado en demostrar que él no es Felipe González, dispuesto a mantenerse en La Moncloa hasta que las ranas críen pelo. No sé si se arrepintió pero lo cierto es que cumplió su promesa. Aunque también es verdad que hay motivos para sospechar que, a imitación del que fuera Caudillo de las Españas, trató de dejarlo todo atado y bien atado.

Ahí están, por ejemplo, sus supuestas vacilaciones acerca de quien habría de ser ungido sucesor de su grandeza. Se dio por sentado que sería Rato y ahora nos encontramos con que Aznar lo sondeó en su día hasta convencerse de que el icono pepero en ciernes no estaba interesado, por lo que decidió dedignar a Mariano Rajoy. Sin embargo, también dicen en el PP que para Rato fue una decepción que no se inclinara por él. Diría que ese fue el primer capítulo del drama de Rajoy que, seguramente, acabará de resolverse en las próximas elecciones con salida sin vuelta al ruedo.

Es evidente que el tejemaneje aznariano era para no perder poder aunque no fuera presidente en La Moncloa ni en Génova. Dada la relevancia que había adquirido Rato por su gestión económica, imagino que pensaría que con él como sucesor tendría más difícil meter cuchara y continuar de gallo máximo. Optó, pues, por Rajoy quien, Dios me perdone, no solo le pareció con menos luces sino que lo ha demostrado ampliamente. Debió parecerle a Aznar más maleable y en el peor de los casos enemigo de menor cuantía. Aquí habría que recordar una entrevista que concedió a un medio USA. No tengo a mano ahora mismo el recorte pero en ella afirmó Aznar, al ser preguntado por la buena situación económica española: “El milagro económico español soy yo”. O sea, ni Rato ni San Rato: Él.

La oposición a Zapatero fue la que fue, ya saben y no voy a aburrirles con los detalles salvo resaltar su escasa altura intelectual y política y su considerable grosería. En lo que toca a la ejecutoria como presidente, los compromisos incumplidos, la ausencia de explicaciones de sus medidas, el esconderse tras la pantalla de plasma, las ruedas de Prensa sin preguntas dieron una imagen muy distante de la que corresponde hoy día a un presidente. El abuso del decreto ley, la vía menos adecuada para predisponer a la oposición a consensos útiles le perjudicó tanto como el argumentario famoso del “legado” socialista. La pobreza dialéctica fue siempre evidente. En el Gobierno, en fin, no abundan las lumbreras, más bien todo lo contrario para confirmar la ley no escrita de que los mediocres se rodean de mediocres para que no haya listo que los baje del machito.

Por otro lado, aquel remedo de firma cuasi solemne de la reforma constitucional al alimón con Pedro Sánchez para consagrar el pago a los bancos como primer deber de buen gobierno resultó patético; en especial, tras la promesa del secretario socialista, cuya fue al parecer la iniciativa, de derogar en cuanto llegara a la presidencia la disposición que acababa de firmar.

En las comparecencias parlamentarias que no pudo evitar, cualquier mención a la corrupción encontraba como réplica la alusión a los ERE lo que, bien mirado, podría ser un reflejo de inercia bipartidista pues el resultado era siempre que no se hablaba ni de los centenares de casos del PP ni de los ERE.

Este repaso apresurado a la presidencia de Rajoy, que no ha cumplido aún los cuatro años y parece estar ahí desde hace cincuenta, era necesario para volver a Aznar y a su entrevista del año pasado en Antena 3. Allí largó sus primeras críticas a Rajoy y reveló su disposición a volver a la primera línea si su país, su partido y su conciencia lo exigen. El distanciamiento ha sido tan gradual como evidente, según se ha visto en otras intervenciones de Aznar desde las tribunas de cónclaves peperos. No menos evidente es que hay dentro del partido manos negras que procuran no facilitarle las cosas a Rajoy al que se le ha puesto cara de amortizado. Las filtraciones relacionadas con lo de Rato son muy significativas. Demasiadas veces se ha cogido los dedos y hay dirigentes a los que gustaría quitárselo de encima en evitación de males mayores. Se ven literalmente en la calle. En lo que Aznar comienza a sacar cabeza. Según dicen, el propio Rajoy, que prescindió de él en la campaña de las europeas, se ha sentido lo bastante presionado para pedirle que participe en la campaña de mayo que será, seguramente, su última oportunidad. Lo que ya no sabría decirles es si está detrás de todo eso el deseo de Aznar de regresar o los de un buen número de dirigentes deseosos de que lo haga. Porque creen que es lo mejor o porque no tienen repuesto a mano, lo que no dice bueno de la cohesión interna del partido. Hay muchas dudas acerca de que Rajoy pueda aguantar hasta las generales y la seguridad de que no le dejarán siquiera intentarlo si en las elecciones de mayo se da el gran batacazo que se barrunta.

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