Sobre este blog

El artículo 155 ya está aquí

Mariano Rajoy, presidente del Gobierno de España.

José A. Alemán

La incapacidad para entenderse de las partes en el conflicto catalán, las falacias del Gobierno acerca de una recuperación económica que no avalan los análisis de prospectiva y la impotencia frente a los terribles incendios del fin de semana pasado, entre otras realidades no menos observables, indican que este país no fulula. Un verbo, fulular, que oí por primera y última vez una tarde, a la salida del Estadio Insular hace ya unos cuantos años. El nefasto arbitraje de un tal Mazagatos sacó de sus casillas al respetable hasta el borde del amotinamiento; el que evitaron no las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, la entonces llamada gristapo sino las carcajadas, isleños que somos, ante la ocurrencia del aficionado que le echó al juez de la contienda el perro que lo persiguió por el césped: -¡Pero, hombre! ¿No ve que quiere jugar, el animalito? –le gritaron al cerrar la puerta del vestuario en que se refugió con la lengua fuera.

El incidente del perro calmó a buena parte de los indignados ya muertos de risa al salir del recinto sin que nadie preguntase qué hacía un perro entre el genterío humano en un campo de fútbol. Poco a poco los comentarios derivaron hacia los aspectos técnico-futboleros y fue entonces cuando alguien pronunció la sentencia definitiva:

-Lo que pasa es que el equipo no fulula.

-Razones –dijeron quienes lo escuchaban.

Fue, ya dije, la primera y última vez que oí el verbo, que seguramente no existe, por más que se entendiera su significado sin necesidad de explicaciones. Pero no se me ocurre otro para referirme al hecho de que el Gobierno presuma de lo bien que nos va mientras análisis económicos rigurosos dicen que de eso nada y advierten respecto a las crecientes desigualdades al tiempo que dan datos de familias en riesgo grave de pobreza y porcentajes de la población trabajadora que sigue en la pobreza y son más bien pesimistas con el futuro del sistema de pensiones. Y a pesar de que Canarias lleva el farolillo rojo en todos los renglones sociales y perspectivas de futuro, nadie acude a las concentraciones en demanda de soluciones pero se suman en tropel al clamor por la unidad de España ante el secesionismo catalán con despliegue de banderas patrias adquiridas en los chinos.

Suárez, la izquierda, la burguesía catalana

Me refiero aquí a la izquierda, la tradicional, la que intervino en la Transición desde la dictadura hasta lo que no pocos izquierdosos de nuevo cuño llaman despectivamente “régimen de 1978”. O sea, habla del Partido Comunista que inmolara Carrillo para tener, decía, la fiesta en paz; y al PSOE, que sigue dando palos con el rabo, ahora dirigido por un Pedro Sánchez con el que, la verdad, no sé a qué atenerme. Recuperó la secretaría general socialista a caballo de su rotundo no es no a Rajoy y la reivindicación de la plurinacionalidad española; la que le produce urticaria y gran repelús al presidente del Gobierno español con el que acaba de pactar, bajo el mantra derechoso de la unidad nacional, la reforma constitucional de la que nunca ha querido ni oír hablar el jefe del Gobierno.

Sánchez, en fin, quiso vendernos la moto de su acuerdo con Rajoy para darle capones mancomunados a los catalanes asegurando que incluía en el paquete la reforma de la Constitución con el reconocimiento de la plurinacionalidad española y dos piedras. No quisiera yo malmeterlos, ahora que se llevan tan bien, pero lo cierto y verdadero es que si Sánchez anunció la tal reforma, Rajoy se limitó a decir que existe, sí, la posibilidad de reformar la Constitución, no que vaya a hacerlo, si bien habrá una Comisión sospecho que al estilo Romanones quien aconsejaba nombrar una Comisión cuando se quería empantanar un asunto. Sánchez ha vuelto a hacer el canelo, con la salvedad de que esa coloración es como la sarna, que con gusto no pica.

En cuanto a los sindicatos, los de izquierda, como si no existieran. Empezaron a desmejorarse cuando las empresas decidieron entenderse directamente con los comités de empresa sin sindicalistas entrometidos, lo que obligó a las centrales a “especializarse” en asuntos de funcionarios públicos al desertar los parias de la tierras y las famélicas legiones de su cantar.

Tanto han cambiado los tiempos que hoy veo a Adolfo Suárez con otros ojos. No era el tipo ambicioso que traicionó a los suyos, según decían quienes fueron los suyos. Hoy pienso que le iluminó el camino precisamente su pertenencia a la cúpula del Régimen franquista. Eso le permitió comprender que la muerte del dictador demandaba darle una oportunidad al sector de la burguesía catalana más comprometido con la democracia y la legalidad republicana. Consideró que se le había agotado el tiempo a la franquista y supo valorar muy bien las circunstancias del momento hasta el punto de entenderse con Tarradellas, que pudo regresar a Cataluña como el presidente de la Generalitat que era en el exilio. Y eso significativamente antes de que hubiera Constitución y Estado de las Autonomías. O sea: Suárez aceptó, como quien no quiere la cosa, la legalidad republicana y se produjo el relevo de la burguesía catalana colaboracionista con el franquismo por el ala que representaba Jordi Pujol, un notorio perseguido político que pasaría a convertirse en el interlocutor ideal para Madrid; y no barato, precisamente. Aquella operación política fue, seguramente, una de las claves de la Transición. La que más credibilidad aportó al proceso que tenía, por supuesto, mucha gente impulsándolo por detrás con la cabeza visible y el brazo ejecutor de Suárez, quien demostró un talento político del que carece Rajoy, todo un saltoatrás, diría un cubano.

Pierde la política

Y vuelvo a lo que iba: al presidente español no le va a la zaga Puigdemont en ese juego de acción/reacción que se traen. Es evidente que si el primero no quiere un arreglo sino vencer por aplastamiento, al segundo, que no aspira a menos, lo tiene bien cogido un secesionismo de los de ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio. Es decir, ni palante ni patrás. Pone los pelos de punta ver cómo se marchan de Cataluña empresas punteras y que siga Oriol Junqueras sosteniendo que no pasa nada que ya volverán en cuanto la Generalitat haga morder el polvo a Rajoy y toque el cornetín de órdenes. Aunque uno procura no meterse en asuntos de personas mayores, en este caso creo que se pasan los secesionistas cuatro o cinco pueblos de los granditos y si es verdad que su desfonde afectaría al conjunto del país, mucho me temo que incluso en el mejor de los casos, Cataluña ya no volverá a ser la misma. Ni económicamente ni en orden a la estimulante convivencia que muchos hemos disfrutado en aquella tierra. Es inútil negar que nada volverá a ser lo mismo al menos durante un buen periodo de tiempo.

Si Rajoy está atrapado por las consecuencias de su política de hostigamiento a Cataluña, que viene de atrás como ya les he contado, a Puigdemont lo condiciona el catalanismo devenido secesionista y autoconvencido de su soberbia excepcionalidad que corrobora, sin ruborizarse, el Institut Nova Historia, amparo de tremendas “investigaciones” salidas de los ámbitos de la Asamblea Nacional de Cataluña. Confieso que me produjo perplejidad que los catalanes, que han alcanzado un notable nivel cultural, cuenten con supuestos historiadores que remontan el origen de su nación al siglo VII antes de Cristo y afirmen que Cataluña fue la “primera nación del mundo”; en lo que, por cierto, Rajoy y el PP consideran que es España la nación más antigua.

Es la política la gran perdedora porque la razón no está plenamente de ningún lado. La cuestión es que en este enfrentamiento no se ha dado margen alguno a la racionalidad que exige la democracia. Como ha indicado el profesor Álvarez Junco la democracia es debate, argumentación, uso de la razón, capacidad de acuerdo; el nacionalismo, en cambio, es antes que nada sentimiento y los sentimientos se respetan, no se discuten. Puede discutirse en democracia, racionalmente, presupuestos, competencias, distribución de poderes, etcétera, pero nada que afecte a los sentimientos y creencias, a la consideración que todo nacionalismo tiene de su patria. Éste no interesa, por lo que llevamos visto, a Rajoy y tampoco puede decirse que entusiasme demasiado a Puigdemont que si, por un lado, lo tienen bien cogido los secesionistas, por el otro parece entretenerle mucho llevar al límite a Rajoy. Este lamentó hace unos días verse obligado a adoptar medidas que no le gustarían. No especificó cuales pero, ya ven, su ministra de Defensa, Dolores de Cospedal, opinó que no sería necesaria la intervención del Ejército en Cataluña. No sé en qué apoyaba su parecer pero no parece aventurado deducir de su comentario que la posibilidad se ha sopesado en el seno del Gobierno.

Lo cierto es que andan despendolados y que ya Rajoy ha iniciado el proceso para aplicar el artículo 155 de la Constitución. A juzgar por el intercambio de cartas del jueves pasado, parece inevitable que ocurra y no estaría yo muy seguro de que Rajoy no desea dar el paso ni que a Puigdemont le repugne demasiado que Rajoy se les venga arriba para acabar de poner la población a 180 para ir nadie sabe adonde pues lo que venga, lo que ocurra, con el 155 en vigor pertenece a un campo nunca explorado no se sabe lo que resultará. Si quieren que les diga la verdad, a veces tengo la incómoda sensación de que España es realmente un Estado que puede resultar fallido en cualquier momento porque no ha tenido manera de integrar sus territorios y sus pueblos como no sea a la fuerza, como hiciera el fascismo franquista.

De momento la herida catalana está ahí y ya no hay manera de remendar las cosas mediante los apaños del poder central con los grandes burgueses catalanes. Ya no es lo mismo. A mi entender, hace tiempo que la burguesía dejó de ser la exclusiva voz cantante del catalanismo que utilizaba sus veleidades separatistas para obtener de Madrid lo que pretendía. Se entendieron bien durante décadas y fue precisamente Jordi Pujol el primero en experimentar hasta qué punto las cosas comenzaban a cambiar, es decir, a notar que la burguesía comenzaba a perder su interlocución exclusiva. Habían otras sensibilidades que se iban incorporando a las organizaciones catalanas a las que llevaron sus inquietudes y problemas. Creo que Puigdemont está sufriendo ahora mismo esta especie de realineación y que si el artículo 155 abre unos espacios todavía inexplorados, tampoco está muy clara la forma en que se irán ensamblando sensibilidades distintas. Después de todo, hasta no hace tanto era impensable que el presidente de la Generalitat estuviera a merced de una fuerza política no burguesa con la capacidad de presionar que posee ahora mismo la CUP. Casi estoy por decir que si en el actual conflicto no incidieran tanto algunas fuerzas políticas ajenas a la burguesía no tendrían las empresas tanta prisa en abandonar el territorio. La incertidumbre, me atrevo a decir, no la provoca tanto la situación en sí como que no sea la voz de la burguesía la única en presencia.

[[OBJECT]

Presos políticos e inmersión lingüística

Como saben, Albert Rivera y sus Ciudadanos y Xavier García Albiol, presidente del Grupo Popular en el Parlamento catalán, son los que más demandan la aplicación del 155 que permita al Gobierno central amarrar bien las cosas para ir a unas elecciones autonómicas de las que esperan salir dueños de la situación. Parten de la base de que los votos de los que no estén de acuerdo con la secesión irán para ellos. Olvidan que no todos los que consiguieron votar el 1-O dijeron Sí a la independencia. El hecho de que el referéndum no tenga valor jurídico ni sea fiable no quiere decir que no permita alguna que otra composición de lugar. A mi juicio, hay una cierta elementalidad que se manifiesta por parte española en los ataques a la inmersión lingüística y por la de los secesionistas en la falta absoluta de respeto a quienes fueron machacados por el fascismo al hablar de la existencia en España, ahora mismo, de presos políticos.

Respecto a la inmersión lingüística, ya saben que García Albiol quiere acabar con ella a como dé lugar y quiere que el Gobierno central aproveche la aplicación del 155 en las manos adecuadas para conseguirlo. Entre sus argumentos, la supuesta persecución del castellano lo que es una grave mistificación. Conozco a varios isleños con nietos nacidos en Cataluña muy satisfechos con que sus nietos hablen castellano y catalán con la misma fluidez y que consideran muy acertada la política de inmersión lingüística de la Generalitat. Mucho se habla, ya saben, de incidentes en Cataluña sufridos por hablantes castellanos y sin perjuicio de que todos estamos expuestos a chocar en cualquier sitio del mundo con un venado, no conozco a nadie merecedor de crédito que haya sufrido algún incidente.

Ya veremos qué sale de este empeño de empeorar las cosas. Por parte del secesionismo cabrea la ligereza con que hablan de presos políticos en referencia a los dos activistas que una jueza envió a prisión. Desde luego, no me parece que haya sido la decisión más oportuna desde el punto de vista político para serenar los ánimos y desde luego no tengo los elementos de juicio suficientes ni la cualificación jurídica necesaria para afirmar que la jueza se excedió en la calificación y valoración jurídica de los delitos imputados. Lo que me parece demasiado es que exijan su libertad y los consideren “presos políticos”. Porque no lo son. Podrá considerarse excesivas las penas pero en absoluto se les puede equiparar con los que padecieron las torturas en las comisarías franquistas, con estancias de semanas enteras entre la suciedad y las chinches, maltratados sistemáticamente y enviados a jueces compinchados con los policías de la Brigada Politico-Social que pasaban por alto el lamentable estado físico con que los mandaban a la cárcel. Llamar presos políticos a los dirigentes de la Asamblea Nacional Catalana y de Omnium cultural no sé si es insensibilidad o ignorancia, pero si que es una manera de trivializar los sufrimientos de quienes fueron víctimas del franquismo.

Sobre este blog

Etiquetas
stats