Sobre este blog

La historia que nos ocultan

Recopilación de libros antiguos. (Dominio Público).

José A. Alemán

Un recordatorio de lo consignado en las tres entregas anteriores nos devuelve al siglo XVI, a la tertulia en los jardines de don Bartolomé Cairasco de Figueroa, el canónigo poeta. Al profesor Alejandro Cioranescu debemos la más completa biografía y una aproximación al lugar que pudiera corresponderle en el panorama de las letras españolas que le ha negado la cicatería hispana. Lo que no le impide referirse, con justificado horror, a las ristras de esdrújulos con que obsequió a la Humanidad, elogiando en cambio sus octavas reales.

Cairasco, ya saben, es considerado hoy día el padre de la literatura canaria y tuvo en su órbita poética a Silvestre de Balboa, también grancanario, que marcharía a Cuba rebasados los treinta años de edad para convertirse en el punto de partida de la cubana. Balboa, como Cairasco y el lagunero Antonio de Viana, descubrió y “ocupó” literariamente su medio natural inmediato nombrando el paisaje y sus accidentes, la inmensa exuberancia de su Naturaleza, la flora y la fauna, las costumbres del cóctel de etnias que ya entonces pululaba por la isla antillana. Poco se sabe de Balboa y su obra, Espejo de paciencia, poema épico-heroico en octavas reales referido al secuestro en el puerto de Manzanillo, en 1604, del obispo Cabezas Altamirano por el corsario francés Gilbert Giron. La obra, perdida durante más de tres siglos, apareció en 1927, cuando Carlos M.Trelles la incluyó en la Bibliografía Cubana de los siglos XVII y XVIII. Cintio Vitier, escritor, poeta y crítico se extrañó que en el Puerto Príncipe (hoy Camagüey) de principios del XVII, entonces un pequeño caserío apartado, apareciera Balboa en un grupo de siete poetas cultos. Una extrañeza no menor fue la de Lezama Lima pues de aquellos seis poetas que acompañaban a Balboa, personajes conocidos en la colonia, no se conoce sino el soneto que cada uno de ellos compuso e insertó al principio de la obra. Desde que fuera encontrado, en fin, inició el poema su recorrido hasta situarse en el arranque de las letras cubanas con las bendiciones, entre otras, de Alejo Carpentier y de los ya citados Lezama Lima y Cintio Vitier. Nada menos.

Padres, los de mi tierra

En 1981, Lázaro Santana hizo un magnífico estudio preliminar del Espejo… para la edición de Edirca. Se centró en los aspectos literarios e insistió, en la riqueza léxica del mundo indiano, en la sonoridad de sus músicas que evoca la “notoria presencia del pueblo, integrado por una etnia abigarrada de negros, criollos, españoles, canarios, etc. en un democrático concilio de sangre y alegría”. Si mencionamos, además, junto a los canarios, a Juan de Castellanos, sacerdote cronista que aunque nacido en España encabeza la literatura nacional colombiana, tenemos ya a tres padres de sus respectivas literaturas; a los que hemos de sumar al lagunero Antonio de Viana, médico, historiador y poeta. Los cuatro poetas (Cairasco, Balboa, Viana y Castellanos) marcan para Manuel Padorno, que maneja las mismas claves literarias que Lázaro Santana, el momento de incorporación al idioma castellano de una cantidad considerable de términos que arrastran o son arrastrados por nuevos conceptos y maneras de ver el mundo que apuntan a realidades diferentes y “literaturizables”. El misterio, que lo desvelen los especialistas.

Sin duda Lázaro Santana está más en la vertiente literaria, que es también la de Padorno aunque aparezca más interesado en la presencia isleña en aquella etapa de desarrollo del idioma el castellano. Si el primero se esfuerza en encontrar en Balboa las vinculaciones canarias, Padorno pone el acento en lo novedoso de la inquietud canaria por incorporar, por asumir literariamente las realidades que afloraban del mismo proceso de expansión; le sorprende, en fin, que esa sensibilidad lingüística se advirtiera en Las Palmas, ciudad entonces de poco más de 3.000 habitantes. Así, mientras Cairasco se deleitaba con los frescos aires, las libreas floridas de los campos, el bosque umbrífero, las sabrosas támaras, la yedra verde, los pintados pájaros, las fuentes, la excelsa palma, el recio barbusano, el til derecho, el verde laurel, la sabina colorada y, cómo no, la eterna primavera en lo que daba forma al mito del bosque de Doramas, Balboa se esmeraba en la sabrosa enumeración de mameyes, piñas, tunas, aguacates, plátanos, mamones y tomates; hasta írsele el baifo con las hamadríades hermosas, las siguapas, las olorosas pitajas y el alto birijí. No se atrevió a tanto Ercilla que mantuvo La Araucana dentro de los linderos de la comprensión del lector castellano. No les fue a la zaga, ya digo, el lagunero Antonio de Viana y sus Antigüedades de las Islas Afortunadas que, a mi entender, acabó de fijar María Rosa Alonso.

En realidad, los castellanos del XVI no habían asimilado aún la existencia de las Indias, las ignoraban incluso los escritores e intelectuales y el propio Carlos V apenas las tuvo en cuenta. Se publicaban muchísimos más libros sobre los turcos que sobre las Indias. La sensibilidad canaria era otra, distinta, más cercana de allá que de acá, y de ahí la diferencia.

Era novedoso, incluso inaugural aunque no exento de lógica que surgieran núcleos literarios como el de Cairasco que, seguramente, tomó la idea de las tertulias de su estancia fuera de las islas dedicado, se sospecha, a actividades nada estandarizadas como sacerdotales. Y Balboa, que asistió a su tertulia en Las Palmas, seguramente lo imitara después en Cuba. Fueron ellos, con Viana y Castellanos, quienes comenzaron a desbrozar el camino de la apropiación literaria del medio natural a fuerza de “nombrarlo”, de describirlo. Que no es poco.

Entre las críticas a Balboa figuran las de Roberto González Echevarría, investigador cubano-estadounidense y catedrático en la universidad de Yale. Para él, la obra de Balboa está sobrevalorada al considerársela primera carta de nacimiento de la literatura cubana. La sitúa en el barroco de Indias recordando que, después de todo, el espejo es emblema barroco. Aunque no le niega algunos méritos literarios y cierta gracia, cree que no merece estar donde la han puesto. Piensa que la fusión de los gentilicios que usa Balboa (etíopes, luteranos, insulanos) son “una suma de rarezas, no una síntesis ontológica; un extrañamiento, no una fusión extasiada de naturaleza, lengua y fantasía”. Afirma, en fin, que de no darse las circunstancias en que se descubrió y las que sobrevinieron después “el poema sería hoy un mero dato erudito, apenas digno de figurar en una de esas tediosas listas que nos endilgan las historias de la literatura”. Aunque no especifica las circunstancias a que se refiere, no es difícil colegir que son las del régimen castrista al que no venía mal la figura de Balboa como icono, como referente de cubanidad que contribuyera a blindar la isla frente a Estados Unidos y que esa idea acabó de inclinar a su favor a Carpentier y Lezama.

Como no me gusta meterme en asuntos de personas mayores, aclaro que ni estiro ni encojo, ni la manta es mía. Aunque se me ocurre que, al margen de sus valores literarios, está el color del cristal con que se mira y que si a unos mueve la cubanía, a otros, caso de quienes miran desde esta orilla, el mayor interés es saber la vela que le toca en este entierro a los canarios que buscan su escurridiza identidad. Por cierto: González Echevarría conoció el texto de Lázaro Santana que a su entender “destaca lo que él considera elementos canarios en el poema de Balboa”.

Los años que siguieron hasta hoy

Los años que siguieron hasta hoyLas Palmas de Cairasco era pequeña pero bulliciosa y animada por gentes de diversas procedencias. El cultivo de la caña, la elaboración y la exportación del azúcar eran excelentes negocios que alegraban la vida económica y social. Cairasco perteneció a una familia acomodada que se resintió de la crisis azucarera grancanaria, según él mismo dijera en una de sus composiciones. Con la caída del azúcar, un proceso dilatado en el tiempo, perdió Gran Canaria la hegemonía que se instaló en la vecina Tenerife al calor de la pujanza viticultora. Y como a perro flaco todo son pulgas, la práctica destrucción de la ciudad por Pieter van der Does, en 1599, la dejó en las últimas a las puertas de un siglo XVII en que el principal esfuerzo sería reconstruirla. Hasta llegar al XVIII en que la coincidencia de diversos factores determinó el rápido ascenso de Santa Cruz desde su condición a principios de la centuria de “lugar habitado por pescadores y extranjeros”, como decían despreciativamente los laguneros, hasta alzarse con la capitalidad de la Provincia única de Canarias, la que ostentó durante el siglo XIX hasta 1927, ya en el XX, al crearse la Provincia de Las Palmas.

Durante el Setecientos, las islas vivieron, con especial intensidad en Gran Canaria y Tenerife, la Ilustración que podríamos enlazar casi sin solución de continuidad con el periodo protagonizado por los llamados, con su punto burletero, los “niños de La Laguna” porque en La Laguna se formaron.

Los “niños” se incorporaron a la vida de Las Palmas en la década de los 40 del siglo XIX y llegaron decididos a acabar con los residuos del enciclopedismo ilustrado, ancianos venerables, pero ancianos. El más destacado del grupo era Antonio López Botas, que fue alcalde de Las Palmas, además de diputado nacional y el hombre que, a pesar de su conservadurismo, facilitó a los revolucionarios de septiembre del 68 su estancia de confinados en la ciudad, ayudándoles incluso a embarcarse para España dispuestos a derrocar a Isabel II. Que yo sepa, ninguno de los “niños de La Laguna” se quedó sin el correspondiente rótulo en el callejero.

Pero a lo que iba: cabe sumar los esfuerzos ilustrados y el de “los niños” para modernizar la ciudad, aunque entre los propósitos “de campaña” de los segundos figurara acabar con los restos ilustrados, como acabo de indicar. López Botas y sus compañeros se aliaron con la colonia inglesa que sabía bien dónde y cómo colocar sus esterlinas y promovieron El Gabinete Literario, que tuvo a un inglés de primer presidente, creo recordar, y la Sociedad Filarmónica, que ahí sigue. Fueron ellos, si no tengo mal entendido, quienes acabaron con las “tapadas”, que así llamaban a las mujeres vestidas de arriba debajo de manto y saya con solo un ojo, generalmente el izquierdo, “destapado”. No sé si tendrán que ver estas “tapadas” con las de Lima, famosas desde el siglo XVI hasta pasada la primera mitad del XIX y a las que no fueron fáciles de erradicar: sospechaban las autoridades coloniales que ya había entonces grupos de travestis en acción. Siempre se ha especulado con el origen de las “tapadas” canarias consideradas por muchos de origen moro por evidentes similitudes en la vestimenta que se aprecian también en las limeñas.

Vista la historia de Las Palmas desde la perspectiva actual, parece que con la Ilustración, la etapa de López Botas y el remate del largo periodo de dominio de León y Castillo, que desplazó precisamente a López Botas, se sentaron las bases del siglo XX que comenzó con una notable capacidad de iniciativa de la burguesía local, que mantenía aún el hoy perdido “sentido patriótico”, llamado ahora solidaridad. El periódico La Provincia, fundado en 1911, fue una de las manifestaciones más evidentes que perduran de aquellos tiempos marcados por la Gran Guerra que dañó mucho al archipiélago. Este periodo desembocó en las ganas de vivir de los años 20 del siglo pasado en que volvió a florecer el ambiente social y cultural en el que seguía pesando la colonia inglesa. Se advierte una progresión interrumpida brutalmente por el golpe de Estado fascista al que siguió la guerra civil y segunda mundial. Sólo a la muerte de Franco pudo entreverse la vuelta a la democracia que, por fin, implantó la Constitución de 1978 aunque no sean pocas las taras que han quedado de la dictadura. La tolerancia con las manifestaciones públicas y los recordatorios fascistas, la negativa a abrir la senda de la memoria histórica y la concepción misma del ejercicio del poder por la derecha del PP figuran entre los principales lastres de la democracia. La impunidad de que gozaron los jerarcas franquistas que ha sido el legado del PP comienza a chocar ahora con el cambio de los tiempos y sectores de la Justicia que se niegan a mirar a otro lado. El espectáculo estos días con cargos de la cúpula del PP que dicen desconocer, no recordar, no tener constancia o simplemente negar hechos demostrados y ocurridos durante sus etapas de altos jerarcas indignaría si no estuviéramos ya acostumbrados. El PP, acorralado por las evidencias, trata ahora de convencernos de que esas cosas ocurren en las mejores familias y es cierto, desde luego, que casos de corrupción se dan allí donde hay algo de poder, algo que rascar. Aunque recurre de nuevo el PP a la engañifa para que la investigación parlamentaria de sus finanzas, arrancada al Congreso de los Diputados, la extienda el Senado a todas las formaciones políticas. Quiere el PP proyectar la imagen de que aquí el que menos corre tira al de adelante y pasar por normal el do ut des permanente.

Votos al por menor

Es casi imposible, como verán, evitar las referencias a la situación política española cuando la tolerancia se traduce, a efectos canarios, en la venta de los votos nacionalistas en el Congreso a una fuerza política que está dañando a la democracia y juega con la ignorancia de los representantes isleños. Porque el hecho de recibir en estos presupuestos unas pocas perras no es el éxito político que dicen ni responde a pragmatismo alguno. Sólo refleja torpeza, impotencia o ignorancia y tachen lo que no proceda. Subrayo lo de estos presupuestos porque no sabemos qué ocurrirá en los próximos años de no reproducirse la misma situación de minoría del Gobierno. Es evidente que los diputados isleños juegan al cortoplacismo, a salir del paso y ya se verá qué hacemos cuando llegue el momento. No parecen haber reparado en que el juego de Madrid siempre es el mismo: reducir a meras partidas presupuestarias graciables todo cuanto pueda representar un derecho histórico para hacerlas prescindibles. Por ejemplo, las subvenciones a los transportes. Son compensaciones por la lejanía que hagan realidad la igualdad de todos los españoles. Se ha aceptado que acabe por denominársela subvención pasando de puntillas por el hecho de que los tributos canarios participan también en la financiación y mantenimiento de la red de ferrocarriles que no tenemos. Con esos descuentos han estado jugando estos días transmitiendo la impresión de que este presupuesto nos da graciosamente lo que el siguiente puede quitarnos. Por eso quieren meter los dineros del REF en los presupuestos.

El caso es que al hablar de Las Palmas de Gran Canaria, aunque sea con motivo de un nuevo cumpleaños, no es posible circunscribirse a la estricta ciudad pues siempre asoman otros temas porque no es posible aislar su historia y su presente de la política con la que tontean los representantes canarios ni hacer abstracción de las cuestiones internas de las islas. Con algún que otro matiz, insuficiente para marcar la diferencia, la historia del archipiélago es una como es uno su presente. Todo lo condiciona la situación geográfica en el Atlántico que se rige también por el paso de los siglos y su adaptación a cada momento histórico, al progreso tecnológico, a las corrientes económicas y comerciales. Las que, por cierto, indican que el Atlántico comienza a no ser el principal escenario de tantos siglos de Historia para ceder el testigo al Pacífico, que viene apretando como océano central del futuro no tan lejano. Esto obliga a Europa y a Canarias a buscar su hueco en ese mundo que se ve venir. Ante semejante desafío, el isloteñismo estrecho de que hace gala el Gobierno de Canarias de inspiración ática indica hasta qué punto está en la luna de Valencia, incapaz de mirar más allá. Lo que no es casual y tiene que ver con el dichoso “pleito insular” que algunos dan por acabado. Veamos.

Hace unos años CC concluyó en un Congreso del partido que la naturaleza política canaria, su verdadera personalidad, es la competencia entre islas, incluso la lucha abierta en plan tesis-antítesis que lleva siempre a una feliz síntesis. Leche pachanga, claro. La idea, promovida desde los círculos de ATI, fue aceptada por los miembros de CC por cuanto no contrariar a los áticos y aceptar los grandes palabros era el mejor modo de que pasaran desapercibidos sus miras digamos crematísticas, o sea, los negocios.

Era fácil deducir para quienes saben las cabras que guardan que aceptar esa competencia interinsular como connatural de la identidad política, quienes lograran hacerse con el Gobierno gobernarían antes que nada para los intereses de sus mandantes insulares y ahí tenemos, como confirmación, los cuatro lustros cumplidos en que CC-ATI ha hecho lo que le ha dado la gana sin que sus compañeros grancanarios rechisten, bonito fuera, con el resultado de que hoy día nada dice en Gran Canaria una administración autonómica ausente de hecho. Paulino Rivero quiso aliviar la situación y lo defenestraron por traidor al tinerfeñismo radical para sustituirlo por Fernando Clavijo que con Carlos Alonso sirven los intereses de la oligarquía, incluida la grancanaria no vaya a revirárseles. Por ahí va la ley del Suelo.

Se cumplió, pues, el augurio de que darle a la competencia entre islas valor constituyente, por así decir, supondría que la isla que se hiciera con el Gobierno aprovecharía su preeminencia para anular a la de enfrente. Es lo que ha hecho la oligarquía tinerfeña durante los veinte y tantos años últimos sin que se advierta por parte de su equivalente grancanaria el menor interés en cambiar las cosas. Los animalitos se conocen y no sorprende a nadie que la Justicia ande ahora “auscultando” a destacados elementos del tinerfeñismo.

No se percibe y creo que ya es tarde para remediarlo, que la verdadera causa del pleito de Gran Canaria y Tenerife fue el centralismo provincial, como ya dijera Romanones, nada menos que en 1906, cuando vino a las islas acompañando a Alfonso XIII. Se le había informado, por alguna de las pocas cabezas isleñas de la época no recalentadas, que el origen del pleito era ése, el centralismo provincial, la Provincia en resumidas cuentas. Nada que agradecerle, por cierto, a Romanones pues no pensaba en las islas sino en que la pérdida de Cuba ocho años antes obligaba a retranquear y redefinir las áreas estratégicas y de defensa en las que Canarias jugaba un papel revalorizado como frontera sur más avanzada. Era preciso, para Romanones y los estrategas del momento, mantener la estabilidad política de las islas contra la que conspiraba la virulencia del pleito y por supuesto la facilidad con que entraban y salían los extranjeros y sus mercancías gracias a los puertos francos.

Seis años después de la visita del rey, Canalejas saca adelante, en 1912, año de su asesinato, la ley de Cabildos. Sin que a nadie le llame la atención la facilidad con que Manuel Velázquez, el abogado majorero, logró el éxito de su famoso referéndum. Hizo, por supuesto, un buen trabajo pero sin duda contó con la complicidad del propio Canalejas en la clave del papel a jugar por Canarias en el nuevo orden tras la pérdida definitiva del imperio.

Quince años después, la División de la Provincia estabilizó el archipiélago para los intereses españoles sin afectar a los isleños que siguieron con la discusión que ha imposibilitado siempre el entendimiento. La oligarquía tinerfeña ha trabajado para recuperar su añorada capitalidad de Canarias mediante el control del Gobierno autonómico, que no autónomo, de acuerdo con la pintoresca doctrina nacionalera de la competencia. El pleito se mantiene así latente y si ya León y Castillo los consideraba una “antigüalla” ni les cuento lo que será hoy. Se equivocan quienes piensan que ya está superado cuando, en realidad, es el pasotismo grancanario ante la falta de proyectos y hasta de propuestas de futuro y la total ausencia de ganas de elaborar algo que merezcan la pena lo que ha creado esa sensación de que, realmente, está en peligro el futuro de las islas. Cargar la mano en el turismo, celebrar el incremento de las cifras de visitantes, como si fuera imposible un cambio de tendencia; no valorar el impacto de tantos millones de visitantes sobre los recursos de que disponemos son muy significativos de una mentalidad, la que viene a refrendar la mencionada ley del Suelo que encierra la promesa de buenos negocios inmobiliarios que acaben de exprimir el limón. Quien avisa, ya saben, no es traidor sino avisador.

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