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El informe Chilcot y el PP con estos pelos

Tony Blair, George Bush y José María Aznar invadieron Irak el 20 de Marzo de 2003.

José A. Alemán

Después de nueve años de trabajo, del análisis de miles de documentos y de ni se sabe cuantas transcripciones de entrevistas y debates, se ha hecho público el ‘Iran Inquiry’, conocido como el ‘Informe Chilcot’ porque John Chilcot se llama el alto funcionario británico que lo dirigió por encargo de Gordon Brown, sucesor de Tony Blair en el 10 de Downing Street. El ‘Informe’ esclarece el feo asunto de la participación del Reino Unido en la invasión de Irak, en 2003.

De la montonera de volúmenes resultante se han divulgado algunas de las principales conclusiones de la investigación: Sadam Hussein no era una amenaza urgente para los intereses británicos como se hizo creer; la existencia de armas de destrucción masiva se presentó con “demasiada certidumbre”, dicho en inglés para suavizar la madre de todas las mentiras acumuladas y desmentidas antes de la agresión por los investigadores de Naciones Unidas; no se agotaron las alternativas pacíficas; se socavó la autoridad del Consejo de Seguridad de la ONU; y la conclusión final: la guerra fue innecesaria.

La investigación la recomendó el Consejo Privado del Reino Unido con el propósito de que la experiencia y sus implicaciones sirvan de precedentes a futuros gobiernos británicos en situaciones parecidas. Gordon Brown aceptó la recomendación, consciente de que Blair, su correligionario, no saldría favorecido, precisamente. Pero, no sé si saben, hay lugares en que el interés del país y la transparencia, el respeto a la ciudadanía, en suma, están por encima de los intereses partidistas. Es más, a Blair no le humilló reconocer sus errores y pedir perdón; como hizo a su manera, el mismísimo George Bush. Como afirma la chiquillería, el que tiene boca, se equivoca, versión impúber al latinajo aquel de que errar (sin hache) es humano. Aunque yo que ustedes esperaría sentado a que los imite el “tercero de las Azores”, José María Aznar, del que no sé si evita las explicaciones por el soberbio prurito de quien se cree un gran hombre o si se lo desaconseja el temor a que se le note demasiado que lo llevaron a las Azores de telonero, de pajullo que creyó pasar así a la Historia, en la que no da ni para un anticiclón en condiciones.

No está de más saber las cabras que guardamos y recordar, con tan saludable propósito, que Aznar envió al Congreso de los Diputados una proposición no de ley para que se le autorizara a participar en la agresión. En todo el mundo se habían movilizado millones de personas contra aquella infame acción bélica. También en España, donde el grueso de la población no veía bien la aventura. La propuesta fue aprobada por la Cámara; como se esperaba ya que el PP tenía mayoría absoluta. Lo sorprendente fue el júbilo de la bancada pepera aplaudiendo, hasta partirse las manos, el éxito de lograr una aprobación que se daba por descontada.

Reconozco que el espectáculo de abrazos alborozados, de mutuas felicitaciones me dejó perplejo. Y llevado de mi natural bondadoso lo atribuí a bote pronto a que sufrieron sus señorías una especie de “saltoatrás”, como llaman los cubanos a imprevistos accidentes genéticos, que hizo aflorar los procuradores franquistas que llevaban todavía dentro en modo de adhesión inquebrantable; un atavismo, en definitiva. De otro modo no me cabía en la cabeza semejante explosión de alegría en quienes, al fin y al cabo, celebraban la aprobación del envío de soldados españoles a morir o ser muertos, que eso tienen las guerras, es fama. Sólo espero que no me vuelvan con la historia de que Sadam Hussein era un sátrapa sanguinario, que lo era, para justificar la iniciativa en términos de llevarle a los iraquíes la democracia; cosa que nunca estuvo en el ánimo de los Rumsfeld y Cheney que alentaron la adicción de Bush al petróleo.

Gasolina más barata

No me extenderé en las cosas que dijeron en la banda pepera por aquellos días en apoyo de la postura de Aznar decidido a emular a Mambrú, el duque de Marlborough que se fue a la guerra sin saberse si volverá, do-re-mi, do-re-fa. Sin embargo, no me resisto a recordar a Ana Palacio, entonces ministra de Asuntos Exteriores del seudo Mambrú carpetovetónico. Dijo esta señora que a resultas de la guerra y el derrocamiento de Sadam Hussein se abarataría la gasolina y como no tengo el gusto de conocerla, no sabría decirles si alguien le contó que en las guerras mueren personas o si es que no tiene por tales a los musulmanes y prefiere la gasolina barata.

Traigo a cuento esta intervención de la señora Palacio en aquel debate no como simple anécdota sino porque la mentalidad que late en su comentario está más extendida de lo que puede parecer. No por maldad sino que la derecha es como es. Sin ir más lejos, hace unas semanas, al hacerse público el ‘Informe Chilcot’, alguien preguntó a Rajoy su opinión sobre el asunto. Ya se sabía que Tony Blair había comparecido ante la opinión pública durante más de dos horas para dar su versión y reiterar sus disculpas por los errores cometidos. Asimismo, había quedado establecido que los tres gobiernos implicados ocultaron información, mintieron de mala manera y consumaron la agresión que acabó con centenares de miles de vidas humanas; además de generar la actual situación de inestabilidad en Oriente Próximo y de inseguridad en el resto del mundo. Pregunta impertinente donde las haya, en plena Eurocopa a la que respondió Rajoy que no había leído el informe de “algo”, subrayó, ocurrido hace trece años. A lo mejor olvidó que hace trece años era vicepresidente del Gobierno por lo que no me parece aventurado suponer que respaldó una política que provocó la terrible venganza islamista de Atocha en 2014, dos o tres días antes de la jornada electoral en la que le derrotó Zapatero. Seguro que no reparó en las consecuencias pero sí que autorizó la campaña pepera contra ZP que duró los siete años de la presidencia socialista última para prolongarse en forma de legado durante la legislatura rajoyana. La campaña, recuerden, arrancó de la complicidad de Zapatero con ETA para el atentado de Atocha que le permitiría ganar las elecciones y con ellas la ocasión de vengar la muerte de su abuelo. El PSOE, en el que anidaban no pocos detractores de Zapatero, no supo contrarrestar semejantes infundios y así vemos a Pedro Sánchez que tiene todos los boletos para ser la próxima víctima de su propio partido. Entre unos y otros han condicionado de tal manera la vida política que ahí los tienen, bloqueados a tope, sin que los partidos emergentes hayan podido hacer más que comprobar que no todo es soplar y hacer botellas. A mi entender es poco presentable un político con la carga que lleva encima Rajoy, en la que habrá que meter su tibia persecución de la corrupción y encendidas defensas de corruptos insignes; o su renuncia a intentar la investidura, pero sin renunciar a su candidatura con la vistas puesta, me temo, en unas terceras elecciones y culpando del fiasco, eso sí, al PSOE que sigue en la luna de Valencia. No hay mucho lugar para la esperanza.

La “nueva” Europa

No puede reprochársele demasiado a Rajoy su distanciamiento de asuntos que le atañen directamente. No se puede sustraer a esa mentalidad que les dije en que los muertos en atentados lejos de Europa son menos muertos que los habidos en las capitales europeas. La UE, como saben, no acaba de coger el toro por los cuernos y no parece importarle gran cosa los miles de ahogados en el mar y las fatigas que les hacen pasar a los que consiguen llegar a tierra. Son víctimas de menor categoría para la Europa próspera, democrática, garante de los derechos humanos, solidaria y demás que realmente no existe. Hasta no hace tanto tiempo, el proceso europeo parecía imparable, sin posible marcha atrás y los nacionalismos feroces, los que propiciaron en buena medida dos guerras continentales y mundiales durante la mitad del siglo XX, parecían exorcizados, vivos sólo en círculos muy reducidos más como curiosidad que otra cosa. Animalitos de Dios. Para desactivarlos los padres de Europa pusieron en pie una estructura nada democrática que no diera opción a esos nacionalismos volver a colarse a lomos del populismo. Al fin y al cabo Hitler llegó al poder en las urnas.

Me salto lo ocurrido en los últimos sesenta años en que la UE ha ido perdiendo sintonía con sus ideales de partida, los que se vendieron como una realidad consolidada, para ir al Brexit. No al hecho de la separación del Reino Unido de la UE sino en lo que tiene de indicio de algo más trascendente. Porque si se fijan en el debate suscitado por el referéndum y su resultado no se habla para nada de aquella Europa soñada sino que todo se circunscribe a los aspectos económicos, a quien gana y quien pierde más, si los británicos o los continentales. La Europa soñada por los fundadores se ha ido empequeñeciendo y dado pie a la creación de una burocracia europea que sólo respira por el lado de la economía y las finanzas en su versión neoliberal y distante del pueblo raso. El superelitismo capitalista. No tengo la menor duda de que aplacados los primeros cabreos de los mandatarios de la UE, los británicos conseguirán la Comunidad que han querido siempre: Europa como una simple zona de libre comercio en plan de cada uno en su casa y Dios en la de todos. Le cuadra bien esa salida a la larga a la tecnocracia. Tiene a su favor el Reino Unido su relación especial con Washington que, sin duda, hará honor al parentesco y el respaldo que al comercio y a la economía británica aportan las ex colonias del imperio que facilitan y refuerzan su presencia en el Pacífico, el océano del futuro llamado a desplazar el Atlántico del lugar central que ha ocupado desde finales del siglo XV. No creo, pues, que vaya por último a salir muy perjudicada la City, siempre del bracillo de Wall Street y de los USA que no miran menos al Pacífico. La Rusia post soviética y la China capitalista son ahora los rivales a tener en cuenta.

Mucho me temo que Europa ha jugado ya todas sus cartas y que habrá de aceptar la suerte que le toque en un futuro que ya se ve venir. Ese TTIP que se está negociando apunta en esa dirección en que, significativamente, se afianza el poder de las grandes compañías transnacionales sobre el de los gobiernos estatales, otra pista de lo que se avecina. La Europa “nueva” va a resultar más vieja que nunca.

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