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Son como niños; perversos, pero niños

Albert Rivera, Mariano Rajoy, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias cuando eran niños

José A. Alemán

Las Palmas de Gran Canaria —

Quien más, quien menos recuerda la vez que se enraló con los primos en casa de los abuelos; ya saben, ruidosas galopadas por galerías y habitaciones marcando las pisadas a ritmo caballuno, tiros figurados entre dientes, artallos a pallollo, cruces de espadas a lo Errol Flynn y otros reputados espadachines del cine de la época, forcejeos a mano limpia en los que sólo podían los contendientes tocar el suelo con la planta de los pies y el silencio que siguió al ¡crash! del pesado jarrón chino traído de Filipinas el año del cólera junto a su pareja, la que también se estrelló en parecidas circunstancias de alguna generación anterior. Los mayores, que ya habían cumplido el rito de advertir a la chiquillería de que se empieza jugando y se acaba llorando, irrumpieron alarmados y como los guayetes, todos a una, se culparan mutuamente del estropicio, la tía abuela, a la que llamaré “señorita Tá” por una sola vez no sea que venga, se impuso al guirigay con un refrán a propósito: “Entre todos la mataron y ella sola se murió”. El dicho, la paremia si me pongo fino, tomó origen, creo, en la histórica ineptitud de los políticos de la época para salvar la I República española; que no es el caso hoy, pero sólo porque tenemos una monarquía pues la incapacidad para ponerse de acuerdo es la misma.

Fue lo primero que se me vino a la cabeza con el asunto de la superanticipación electoral. Hay quien dice que hasta el 2 de mayo, en que tendría el rey que disolver las Cortes, puede haber pacto. No sé en qué se fundan pero peores cosas se han visto. Aunque prefiero pensar para que no se me llene la buchaca que estamos como en uno de esos partidos de fútbol resueltos en el último segundo de la prórroga. O sea, que hemos de aguantar hasta que se agote el tiempo y acaben los líderes del cuatripartidismo de responsabilizarse mutuamente del fracaso. Como digo, son como niños; perversos pero niños.

Lo que les importa

Es perverso, por ejemplo, que a Mariano Rajoy le importe tres pitos estar meses sin hacer nada por aliviar tantas malas situaciones. Si ya de por sí la corrupción institucionalizada, sistémica, hace que no sea de recibo su pretensión de repetir en la presidencia, la escasa sensibilidad ante la situación de millones de españoles pone aún más de manifiesto que está en otras cosas, las suyas, que nada tienen que ver con la gente de a pie. Es verdad que el PP cuenta ahora con tres vicesecretarios que se han tomado en serio, no tengo motivo para negarlo, la lucha contra la corrupción. Pero creo que Rajoy los ha nombrado demasiado tarde, cuando comprendió que no está bien visto eso de enviar mensajes de aliento a los cogidos in fraganti y sus elogios públicos a Camps, Rato, Matas, Barberá, Carlos Fabra y ni sé cuantos compañeros mártires que acabaron todos bajo observación judicial. Un gafe, el hombre al que ahora le ha salido el valenciano Ricardo Costa, para el que piden ocho años de cárcel, señalándolo con el dedo. Abundan en el sinsentido de premiar a quien no lo merece los fervorosos aplausos a Soria el otro día, en la reunión del PP canario en Las Palmas. Eran de los que se tributan a los héroes, a los que han rendido grandes servicios a la colectividad, etcétera. Y no sólo no hay nada de eso en la ejecutoria del personaje sino que mintió al presentarse, tras anunciar su total retirada de la política, en el primer acto partidista importante, el de designar a su sucesor al frente del PP. Semejante homenaje a quien ha sido quitado de en medio por mentiroso indica que en el manual del perfecto pepero comulgar con ruedas de molino es norma de obligado cumplimiento.

Los otros ‘matadores’

Rajoy culpa de que estemos sin gobierno a sus rivales. Eso a pesar de la evidencia de que, por muy provisional que sea su Gobierno, siempre dispondrá de más resortes que nadie para evitar la pérdida de casi un año de gobernación a un país en crisis económica, social, política, institucional y ya veremos cómo nos va en la Champions. Rajoy es heredero de la derechona celtíbera que comenzó a formarse en tiempos del patriarca Tubal, hijo de Jafet y nieto de Noé, que se proclamó rey de lo que después sería España. Caro Baroja asegura que Tubal fue una invención, que en el siglo XVI se discutía si en verdad existió y que llevó tiempo liberar la historiografía española de su sombra. Aunque para mí, que me perdone don Julio, Felipe VI se da un aire con el dicho Tubal, al que se atribuye la introducción en la Península del idioma vasco. A ver si va a resultar antecesor de Otegi.

Culpable favorito para Rajoy es Pedro Sánchez. Y lo comprendo por su osadía de aspirar a La Moncloa con el desastrado propósito de impedirle cumplir el destino manifiesto de gobernar España porque se vería, Sánchez, en la tesitura de admitir que la acrítica desenvoltura con que el PP le reprocha tan desmedida ambición implica que a Rajoy sólo le mueve su indeclinable afán de servicio tipo Todo por la Patria. Y ya metido en conjeturas, igual descubriría también que está mandatado, ahora provisionalmente, por la derechona propietaria del país, lo que le llevaría, en fin, a explicarse tantos años de saqueo y robos, que no serían tales por que yo con lo mío hago lo que me da la gana.

Los advenedizos

Comprenderán con semejantes antecedentes que el PP se indigne cuando algún advenedizo intenta desplazar a los suyos. Tuvieron los peperos que tragarse a Felipe González porque el hombre les salió de colmillo retorcido y poco escrupuloso en asuntos ideológicos. No encontraban por donde hincarle el diente y pronto descubrieron que estaba en su mismo carro y contaba con la poderosa socialdemocracia alemana para impedir que Carrillo pusiera en piedras de ocho los planes de Moscú. Como ahora pretende Iglesias con su régimen bolivariano. Pero una vez se dice que la calabaza es buena y como no pudieron con Felipe, a Zapatero le hicieron la vida imposible del modo más infame hasta que lograron forzarlo a convocar elecciones anticipadas.

El problema radica en que los socialistas llevan demasiado tiempo con el síndrome del advenedizo y batallan para que se les reconozca como gente de orden homologable, sin renunciar por ello a ser de izquierda, que es su razón de parecer. Al PP no le preocupan ni mucho ni poco los pronunciamientos izquierdosos y las promesas electorales socialistas; pero al PSOE le escuece que Pablo Iglesias, con su puntito de demagogia, lo acuse de adquirir compromisos y hacer promesas en campaña que al llegar al machito no cumple. Imputación de la que se defienden los socialistas con que la política es el arte de lo posible y que no han retirado sus promesas incumplidas del programa del partido sino que esperan el momento en que le cuadre tornarse posible.

Podemos ha disfrutado poniendo en evidencia a los socialistas pero no decepciona menos. Es cierto que arrancó de verdades como puños, pero si su extracción universitaria le ayudó primero a formular análisis atinados y a sacarle los colores a más de cuatro, después, en la práctica política, le ha hecho cometer el error capital de no ajustar de forma adecuada la realidad política a su análisis. Esta insuficiencia, unida a determinadas actitudes de Pablo Iglesias, verborrea y patinazos incluidos, han hecho dudar a los electores. Como ocurrió con su desdén por los esfuerzos de tanta gente comprometida con la Transición. No fue de las ocurrencias más acertadas. Son ciertos los errores e insuficiencias en aquel proceso advertidos en las aulas, pero en la vida política real las cosas pintan de otra manera. Sin desmerecer el análisis diríamos académico, pero sí marcando sus insuficiencias y poniendo por delante que sí, que hay quienes han mitificado aquel proceso.

Pensar que quienes intervinieron en las negociaciones de entonces no eran conscientes de sus errores en el momento mismo de cometerlos es una presunción de enterados que ven las cosas con la perspectiva que no tuvieron los protagonistas. Pero es importante que Franco muriera en la cama, que los antifranquistas no consiguieran derrocarlo lo mismo que su Régimen tampoco logró aplastar los movimientos y partidos clandestinos; aunque al sentarse en las mesas de la Transición mantenía intacto su poder fáctico y represivo como su principal baza negociadora. Había que evitar el bloqueo del proceso, alejar el riesgo de conflicto, en definitiva, se hizo lo que se pudo por más que siempre se puede llegar un poco más lejos. No valoraron que hubo en aquel proceso quienes tuvieron asesinados en sus familias o sufrieron largos años de cárcel, vejaciones y abusos que se embucharon para que arrancara la fiesta en paz.

Tampoco estuvo muy atinado Iglesias con los socialistas que decidieron darle su voto a Podemos. Muchos de ellos, partidarios de la unidad, pretendieron ayudar a Sánchez a vencer las resistencias que le alejan de la izquierda que pretende liderar: reivindica su hegemonía dentro de la izquierda pero no se le ve un detalle. Y recurre al victimismo para meter en el mismo saco al PP y a Podemos poco menos que juramentados para impedirle a Sánchez llegar a La Moncloa. Yo no creo que Iglesias prefiriera el triunfo de Rajoy pero sí que iba a lo suyo, a desbancar al PSOE e incluso a tragárselo; pero cometió el error de ridiculizar a Sánchez y poner tibio al PSOE cabreando a los socialistas que decidieron “prestarle” su voto. A su vez, Sánchez y los suyos tampoco hacen nada por averiguar la razón de que Podemos haya visto la posibilidad de tragárselos. Algo habrán hecho mal y no es difícil demostrar que el PSOE anda hoy muy escaso de fundamentos ideológicos para sus propuestas políticas, que, por cierto, no faltaron en la etapa de Zapatero y supusieron considerables avances democráticos. Los actuales mandatarios del PSOE ni siquiera han sabido (no han querido) aprovechar lo que Zapatero hizo bien para compensar la mala imagen, sin duda agrandada de forma interesada, del último Gobierno socialista. Ni siquiera ha sabido Sánchez comparar los números de cómo dejó Zapatero al país con los de Rajoy y montar a partir de ahí el discurso de la diferencia. Y en cuanto al juego de lealtades y deslealtades, no fue chica la del PSOE cerrando su acuerdo con Ciudadanos mientras seguía negociando con Podemos. Ni Sánchez ni Iglesias estuvieron a la altura que cabía esperar y le han dado un respiro a Rajoy, que, tras cuatro años desastrosos con el añadido de los meses que llevamos sin Gobierno tiene aún posibilidades de ganar unas próximas elecciones.

Tampoco ha estado muy lúcido Iglesias en el Congreso al no reparar que no es una asamblea de Colegio Mayor y tanto se prodigó en mesas redondas que acabó aburriendo a las sillas. Su tacticismo le interesa como mucho a quienes están en la batalla y a algún viciosillo. Lo que me tiene todavía flipando es lo que antes comenté de los reproches a Sánchez por su ambición, a los que se une los dirigidos a Iglesias que, dicen, no piensa más que en sillones; de poder, claro. A quienes siempre hemos pensado que llegar lo más alto posible y disponer de buenos sillones son los objetivos naturales de los políticos, que para eso se meten en política, nos llama la atención este tipo de imputaciones.

Por último, Albert Rivera. Rajoy ya se lo está tomando en serio y ha comenzado a embestir contra él. Está claro que Ciudadanos es el relevo de algún sector de la derecha española, supongo que los de cabezas mejor amuebladas, que considera a Rajoy amortizado y han lanzado la operación de catapultar a un pequeño partido catalán al espacio estatal y con buen éxito inicial. Cuando Podemos comenzó a inquietar, hubo quienes en los ámbitos de la derecha, no de la derechona, que no hila tan fino, hablaron de la necesidad de un Podemos de eso, de la derecha, y dicho y hecho: poco tiempo después Ciudadanos dio el salto y se presentó en el resto del Estado como una formación de centro, o sea, ni de derechas ni de izquierdas que es como suelen presentarse las formaciones de derechas cuando no quieren que se les note.

Son como niños; perversos, insisto.

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