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Todo por el turismo

Donald Trump y Kim Jong-un (CA).

José A. Alemán

No deberían tomarse a broma la disputa de Kim Jong-un y Donald Trump acerca de quien lo tiene más grande y poderoso; no el tamaño de lo que están pensando sino el botón nuclear que el “hombre-cohete” dice tener sobre su escritorio, listo para alcanzar cualquier lugar de los USA; en lo que el “viejo chocho” amenaza con borrarlo del mapa, a él, a su país y alrededores: cosa de quien desenfunda primero, que a los dos les sobran botones.

Entre otras gracias, se empeña Trump en indisponerse con todos los países afectados por alguna crisis bélica o efecto equivalente de inestabilidad. Va de bravucón de cantina. El Año Nuevo lo celebró entrándole duro a pakistaníes e iraníes y en el caso de los segundos apoyando abiertamente la insurgencia dándole al régimen el resobado pretexto del enemigo exterior. Su objetivo, romper el acuerdo nuclear de 2015 con Irán y ponerlo en piedras de ocho para cargárselo en los próximos meses dejando todo dispuesto para una bonita barbacoa. Trump alienta abiertamente las revueltas contra el régimen iraní sin que le preocupe ni mucho ni poco que no favorezca, precisamente, a los que se han echado a las calles con sus bendiciones. Lo suyo es la obsesión por marcar las distancias respecto a la política de Obama que trató de reducir las tensiones que su sucesor persigue como perro a por cáscaras de queso.

Mientras, Kim Jong-un, el hombre-cohete, ha aprovechado el “American first” de su antagonista para seguir adelante con el programa nuclear que le permite amenazar ya, directamente, el territorio USA; además de requebrar a Corea del Sur, aliado incondicional de Washington desde el armisticio de 1953 que puso fin a la guerra de las dos Coreas. Ni qué decir tiene que los surcoreanos se están dejando querer y lo mismo envía Pyongyang una representación deportiva oficial a la Olimpiada de Invierno que organiza Corea del Sur. No hay duda de que, al margen del interés occidental en mantener la división establecida en el armisticio, hace más de 60 años, los coreanos son los primeros interesados en entenderse entre ellos lo que ha dejado medio fuera de juego a Trump: Kim Jong-un se arrayó el millo. Los coreanos son un pueblo partido por imposición internacional.

Todavía en los años 50 del siglo pasado podían verse por las calles de Las Palmas bandadas de chiquillos detrás de los pocos chonis que se movían entonces por la ciudad. Los apabullaba aquella jerigonza coral de los guayetes que sonaba cosa parecida a guan peny moni tropiyú, si no me falla la memoria.

No fue hasta los 60 o principios de los 70 que ciudadanos serios y responsables, de los para algo habían hecho una guerra, acometieron el género periodístico epistolar para exigir a las autoridades la adopción de medidas que evitaran espectáculo tan denigrante. Eso sí, todo expuesto con el debido respeto y consideración hacia las autoridades concernidas. La exposición de los motivos de queja se remataba con un “es gracia que espera merecer de V.I.” y un “¡qué van a pensar de nosotros los numerosos extranjeros que nos visitan!”.

Nótese que no decían aún “turistas” sino “extranjeros” o “visitantes” y que siguieron siendo “ingleses”, por encima todo; al menos hasta que se entronizó el concepto no de “sueco”, que era cosa que se hacía uno, sino de “sueca”, que tuvo el efecto colateral de la apertura de la boite del Gabinete Literario con el grado de penumbra para que las niñas encontraran con quien, bajo la vigilancia de los padres de las criaturas que se turnaban cada hoy y media o dos horas con la disciplina y la puntualidad aprendida, seguramente, en el frente del Ebro.

Después vendría el terrible terremoto de Agadir que cortó en ciernes un posible desarrollo turístico de esa zona hoy marroquina total. Después, la Junta de los Coroneles determinó el boicot de Grecia y el desvío de un número considerable de visitantes hacia las Islas. Canarias, como tantas otras veces, volvió a estar en pecado mortal al beneficiarse de nuevo con las desgracias ajenas. Las agencias suecas fueron clave en aquel periodo.

Así, con el paso del tiempo, aquellas voces inquietas por lo que pudieran pensar de nosotros “los numerosos extranjeros, etc…”, desaparecieron. Y es justo en ese punto donde se deja caer el Departamento de Urbanismo del Ayuntamiento de Las Palmas y su anuncio de que no menos de 57 edificios de uso residencial de Ciudad Jardín serán rehabilitados. La iniciativa afectará a las calles Hermanos García de la Torre y José Miranda Guerra que cambiarán de aspecto. Se trata de recordar y recuperar el valor arquitectónico de esta zona que cuenta con notables muestras de la arquitectura racionalista que se hizo en Las Palmas.

No sé si el PP municipal “disparó” ya contra esta propuesta porque está el Cardona, ya saben, que no perdona una. Sin embargo creo que la idea merece amplio respaldo; aunque para mi gusto se pasan varios pueblos los munícipes al hablar de rehabilitar esos inmuebles “para atraer al turismo”. Me parece muy bien, desde luego, que los turistas encuentren nuevos motivos para sentirse a gusto en la ciudad: pero siempre he defendido que deben ponerse por delante, conceptualmente al menos, a los habitantes de la ciudad. A estos debería ilustrárseles acerca de los valores del lugar en qué viven. Estamos, conviene no olvidarlo, en una ciudad amputada de no pocos de los atractivos de otros tiempos. Fue sometida a un urbanismo salvaje, de baja calidad, a proyectos descabellados cuando no abusivos y no sé si se han fijado, pero estas mismas Navidades la ciudad de Las Palmas ha estado medio bloqueada. No es preciso aclarar que no soy un experto en la materia pero es evidente que la ciudad y buena parte de la Isla están llegando a un punto de saturación que me recuerda aquel dicho de que el tráfico automovilístico es un tigre insaciable que devora, sin parar, cuantas vías le echen para aplacarlo.

Me parece muy bien, desde luego, que los turistas encuentren nuevos motivos para sentirse a gusto en la ciudad: pero siempre he defendido que deben ponerse por delante, a los habitantes de esta

Y ya, para rematar y metido en lances de memoria, les recordaré que allá por los años 70 tratamos los ilusos periodistas de la época de hacer un poco de campaña ante los problemas que ya comenzaba a apuntar el tráfico rodado. Algo que no debió gustar a los concesionarios de automóviles que mantuvieron, durante años, una doble página, semanal si mal no recuerdo, en que se informaba de todos los modelos de coches existentes en el mercado. Para nada necesitaban esa publicidad… salvo para impedir que llegara al ánimo de la gente que se puede vivir, incluso sobrevivir, sin coche.

Como en más de una ocasión he escuchado por ahí ideas como la de liquidar lo viejo por el hecho de serlo sin más consideraciones, se ocurre traer aquí a colación un párrafo muy significativo de Tony Judt: “¿Porqué, al fin y al cabo, la Gare de l’Est de París –una gran estación de transporte construida en 1856- sigue siendo perfectamente funcional hoy en día, aparte de agradable de contemplar, mientras que casi cualquier aeropuerto (o gasolinera) construido cien años después resulta ya completamente disfuncional y su apariencia grotesca?”.

Arrimadas, presidenta

Como comprenderán no tengo el menor interés en que Inés Arrimadas se alce con la Presidencia de la Generalitat o su partido acceda a la Presidencia del Parlament. Sin embargo, ya ven, me llama la atención que sea el PP quien trate de empujarla ya sea negociando lo que sea necesario negociar o sugiriéndole que se decida recordándole, a cada momento, que está obligada a darle ese paso como partido más votado en Cataluña. Ya les digo que mi desinterés de lo que haga por último esta señora es completo u absoluto porque, si algo me llama la atención es la poca vergüenza de Casado, Maillo, Hernando y algún que otro que siguen dando la vara con que Arrimadas debe entender que le toca intentarlo porque para algo ganó.

No casualmente los sujetos acabados de mencionar vienen a ser los mismo que justificaron a Rajoy cuando rechazó la invitación del rey a intentar la investidura presidenciable.

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