Sobre este blog

Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona y Master en Periodismo y Comunicación por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Fue Jefe de la Sección Política del periódico Canarias 7, Jefe y analista de la Sección de Economía del periódico La Provincia, Jefe de las secciones Nacional, Internacional, Edición y Cierre de La Opinión de Murcia,  Corresponsal y analista económico en Canarias del periódico La Gaceta de los Negocios, Director del diario La Tribuna de Marbella, Jefe del Gabinete de Comunicación del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, Director del diario La Gaceta de Las Palmas, Cofundador y director del peridico digital CanariasAhora.com. Director del Canal Canarias de la productora Media Report y Director de la Televisión Canaria Internacional. Como escritor, ha publicado cinco libros.

No sólo de sábanas se hacen las camas

La socialdemocracia se desmorona a golpe de traiciones y falta de objetivos.

Jorge Batista Prats

Las Palmas de Gran Canaria —

Unos dicen que fue cosa del Imperio Romano y otros que el tema atañe a la Edad Media, el caso es que eso de “hacer la cama” viene de que, en un tiempo lejano, la ciudadanía tenía que rellenar con paja un saco de tela para construirse un jergón donde echar a descansar los huesos cuando el sol hacía mutis por el foro u horizonte. Un auténtico martirio porque, al amanecer, la paja debía ser extraída para que se secara, de tal modo que la noche siguiente pudiera usarse para los mismos fines. No quiero imaginarme cómo disfrutarían chinches, garrapatas y pulgas con las trancas de sangre fresca que se agarraban de madrugada. Dicen que muchos de esos bichos murieron de cirrosis hepática, pero yo estimo que los historiadores exageran. Pasaron los años y, aunque los chupópteros, en la más amplia acepción del vocablo, nunca han desaparecido, el asunto fue evolucionando hasta la llegada del príncipe Vlad el Empalador, el Nosferatu (Phantom der Nacht ) de Murnau en el expresionismo alemán y los castillos de los Cárpatos, donde aullaban lobos en oscuras y horripilantes noches de tormenta. El director alemán Werner Herzog realizó un fabuloso remake en 1979 con el misterioso Klaus Kinski e Isabelle Adjani. A mi juicio, la cumbre artística del mojito de plasma – dejando fuera a la Bodeguita del Medio – la alcanzó Bram Stocker en 1897 con la genial obra de literatura epistolar Drácula. Francis Ford Coppola llevó al cine la novela en 1992, precisamente – lo recuerdo ahora de casualidad – cuando se hundía en Sevilla la carabela que había construido un genio de la carpintería náutica para celebrar la Expo. Algo parecido pero menos patético a los aconteceres del submarino que recientemente han elaborado otros ilustres de la ingeniería y no consiguen que flote ni de coña. Claro, que habrá muchos que dirán: “Si es submarino, para qué coño quieren que flote”. Y tienen razón. Esperpéntico. Y como el esperpento es deformación, torsión y disparate, lo de hacer la cama bajó al vulgo para situarse como una frase eufemística que ha logrado triunfar aquí, allá y acullá.

Hacerle la cama a alguien

En el Río de la Plata allá en el Rancho Grande allá donde vivía la frase hacerle la cama a alguien significa: “embobar a alguno o alguna de manera premeditada y sutil con el fin de obtener provecho de su confusión”.

En España, la misma expresión es referida a “preparar el terreno en sentido figurado para algún propósito que se tenga en mente; preparar una jugarreta a alguien”.

En Chile, sería “minar a alguien a la sordina para hacerlo caer del puesto en que está, a fin de ocupar su lugar”.

En definitiva, y optando por hablar en cristiano, la cosa va de joder a alguien por la espalda de modo que cuando mire a su alrededor compruebe que no se encuentra ya donde estaba. Algo así como segarle la hierba bajo los pies pero en plan más urbano, menos idílico y virgílico.

Desde hace muchos años, cuando acabo la jornada totalmente descalabrado, siguiendo la norma de que el trabajo dignifica, siempre me viene a la mente un interrogante que jamás he logrado descifrar. ¿Quién inventaría la horizontal? Y eso que me he sumergido en volúmenes y volúmenes de Historia de esta cosa a la que llaman Humanidad. Siempre pensé que la vertical tiene un sostén indiscutible e incuestionable: la fuerza de la gravedad que descubriera Newton cuando sentenció, corriendo a 9,8 metros por segundo, que “one apple a day keeps the doctor away”. Es decir, que cuando miramos a un manzano y uno de sus frutos ha madurado lo suficiente, cae, el fruto, no el manzano, perpendicularmente a la tierra, definiendo una línea recta. Esas líneas, las líneas rectas, son tan suyas que, si se mosquean, se colocan en paralelo y no vuelven a hablarse hasta el infinito. De ahí surgió la famosa frase: “Te retiro la palabra”. Eso, que estaba yo otra vez cuestionándome acerca de quién inventaría la horizontal – descartando al ganso – y experimentando ese placer que otorga el descanso sobre bandeja mullida, cuando advertí que yo disfrutaba de mi cama mientras Felipe Dios Isidoro González, Susana Díaz y Juan Luis Cebrián construían una a medida para un tal Pedro Pedrito Sánchez quien, al parecer, se había empeñado en escorarse a la izquierda sin permiso del Ibex 35 y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Cómo me hubiera gustado hablar del tema con Shakespeare en un acogedor despacho en el que Mark Knopfler tocara Romeo and Juliet con su maravillosa National Resonator. Una tragedia, una verdadera tragedia. Pedrito quería a Pablo y Pablo quería a Pedrito. El primero, para salvar a una socialdemocracia muerta, y el segundo para fagocitar a los cadáveres a través de una liturgia inspirada en las actividades del doctor Frankenstein. Pedrito apostaba por el imposible frente a una baronesa jarta de Tío Pepe al aroma de eres, griñanes y chavetas, mientras que Pablo, pese a su clerical apellido, optaba por el underground. Take a walk on the wild side. Se inclinaba por un cóctel entre antropofagia y coprofagia e incluso coprofilia. Podemos pero no podía porque, como ya dijera Huxley, al que tanto respeto, hay otros mundos pero están en éste. Aunque la mayoría no se entere de nada.

Los nostálgicos no quieren cambiar el gastado lapicero de grafito por el ordenador y la tablet, pero, aunque crean en la eternidad, todo se mueve y lo cierto es que la socialdemocracia está muy cerca de la momificación. Ni tiene líderes, ni ideas, ni espacio político. Mandan los mismos que frustraron con el latrocinio más feroz la ilusión del 82 y han hecho de España, junto a AP/PP y otros, un país en quiebra al compás de la corrupción más cruel y vergonzante. Los que aún recuerdan y añoran al otro Pablo Iglesias de boina y no coleta, tal vez desconozcan que la socialdemocracia lleva hundiéndose durante los últimos 15 años en toda Europa, con derrotas sucesivas en Alemania, Suecia, Polonia, Italia, Holanda, Francia, el Reino Unido en 2010, España en 2011, 2015 y 2016, Portugal en 2011, y Finlandia y Dinamarca en 2015. La hemorragia continúa y la crisis en el PSOE español – un partido que nada tiene que ver con las siglas que le dan nombre – es sólo un nuevo paso del vía crucis.

A mi el tema me aburre, la verdad. Es sórdido, mezquino y hediondo. Lo más relevante de la denominada crisis del PSOE ha sido hasta ahora la invasión de las pizzas y los cantos de los mariachis a las puertas de Ferraz. Porque Felipe Dios Isidoro González, aunque de nacionalidad colombiana, sigue siendo el rey. Y más me aburre – mi padre me decía que sólo se aburren los tontos, y por ello quiero salir pitando de esta coyuntura – más me aburre, digo, advertir que en una década se ha duplicado el número de españoles que no lee. De tal manera que encajo con inmensa tristeza lo que señala el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), “el 36,1% de la población española nunca coge un libro, un 20,5% más que en el año 2003”. Mal vamos y no sé a dónde llegaremos. Seguiré investigando quién descubrió la horizontal que es, junto a la postura fetal, la posición definitiva por antonomasia. En la cama sobre la cama pensando.

Breve historia de la cama … la de dormir

Remontándonos a los tiempos de los egipcios, nos encontramos con una cama ordinaria, con la estructura básica que conocemos en la actualidad, pero con dos detalles curiosos: en el extremo hacia donde se orientan los pies se ubicaba una parte realzada, posiblemente para colocar un mosquitero, o evitar que se observara al durmiente de frente. El segundo detalle se encuentra sobre la cabecera, donde se colocaba una suerte de arco para poner la cabeza de manera rígida, y de ese modo evitar que se desarmara el complejo peinado del yacente.

Los griegos, y luego los romanos, adoptaron el triclinio, una suerte de cama con la cabecera realzada donde cabían tres personas a la vez, teniendo ese remate inusual para poder recostarse mientras se comía o hablaba en reuniones informales. Pero el lecho propiamente dicho poseía las mismas características que las que hoy conocemos, pero en diferente escala (hay que recordar que desde aquellos tiempos hasta el día de hoy el ser humano ha crecido un promedio de unos 10 centímetros).

El cambio más significativo ocurrió durante el período románico, cuando se incorpora el dosel. Este elemento sirve para evitar que accedan al habitáculo insectos y ratas (que solían merodear por las vigas de las habitaciones), cerrando el perímetro con un cortinado, probablemente para generar un microclima en el interior y combatir el frío.

En los tiempos que siguieron, la cama acompañó a cada estilo según sus características: el Renacimiento con columnas salomónicas, el Barroco atestado de elementos decorativos, líneas limpias y monumentales durante la época del imperio de Napoleón y formas etéreas y orgánicas durante el Art Nouveau hasta los días de hoy.

Amantes de la cama … no en la cama

Marcel Proust: el escritor francés permanecía en la cama hasta bien pasado el mediodía, escribiendo y corrigiendo sus notas, y lo hacía en posición prácticamente horizontal, con la cabeza sobre dos almohadas y el codo apoyado para poder llegar al cuaderno en el que escribía. Además, su habitación estaba forrada con corcho para asegurar su tranquilidad. Pasaba muchas más horas en la cama que en su escritorio.

Voltaire: se estima que el filósofo ilustrado podía llegar a trabajar hasta 18 horas al día. Su rutina era así: se despertaba temprano y se pasaba la mañana acostado en la cama, leyendo y dictando textos nuevos a uno de sus secretarios. No se levantaba hasta el mediodía.

Truman Capote: lo explicó él mismo en una entrevista en The Paris Review: “Soy un escritor completamente horizontal. No puedo pensar a menos que esté acostado, ya sea en la cama o estirado en un sofá y con un cigarrillo y café a mano. Tengo que estar fumando y bebiendo. A medida que la tarde avanza, me muevo desde el café y el té a la menta hasta el jerez y los martinis”.

Vicente Aleixandre: tras ganar el Premio Nobel, un programa de televisión sueco quiso grabarlo en su rincón de trabajo, y Aleixandre respondió: “Me temo que no va a poder ser, usted me disculpará, pero es que yo escribo siempre en la cama”.

Edith Wharton: en lugar de escribir en su despacho, por las mañanas pasaba varias horas escribiendo en la cama después del desayuno, e iba tirando las páginas acabadas al suelo sin orden ni concierto, de donde las recogía su secretaría, quién se encargaba de ordenarlas y mecanografiarlas.

Vladimir Nabokov: Nabokov era una persona versátil, también en sus rutinas de escritura. Lo hacía de pie, sentado o tumbado según el momento del día, como él mismo explicó en alguna ocasión: “Me gusta empezar el día en la posición vertical del pensamiento vertebrado, en un encantador atril antiguo que tengo en mi estudio. Después, cuando siento la gravedad mordisqueando mis pantorrillas, me instalo en un cómodo sillón junto a una mesa normal; y, por último, cuando la gravedad comienza a subir por la espalda, me acuesto en un sofá en un rincón de mi pequeño estudio”.

Ramón María del Valle-Inclán: el escritor gallego solía escribir acostado en la cama, en cuartillas que después fijaba con chinchetas en un tablero para que su mujer las ordenara y transcribiera. Pero no solo dormía en la cama, también le gustaba recibir allí sus visitas. Aunque su salud no era ninguna maravilla, siguió escribiendo hasta el final. Se afirma que cuando murió estaba escribiendo en su cama.

Juan Carlos Onetti: Onetti comenzó a escribir acostado a modo de homenaje: “Si mi maestro Valle-Inclán escribía en la cama…”; así que se tumbó y permaneció sus últimos años prácticamente confinado en su habitación, escribiendo entre las sábanas. Dicen que era tan raro verlo de pie, que su perro se sorprendía al verlo levantado y le mordía el pijama para que volviera a la cama.

Mark Twain: afirmaba que podía escribir en absolutamente cualquier sitio, y así lo llevaba a la práctica. Pero uno de esos sitios era su cama, donde se recostaba con una pipa en la boca y el cuaderno apoyado en las rodillas.

George Orwell: el caso del autor británico es distinto, porque solo escribía desde la cama cuando estaba enfermo. Pero fue tumbado como acabó la novela 1984. Ya moribundo, subía la máquina de escribir a la cama para teclear todo el tiempo posible.

Sobre este blog

Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona y Master en Periodismo y Comunicación por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Fue Jefe de la Sección Política del periódico Canarias 7, Jefe y analista de la Sección de Economía del periódico La Provincia, Jefe de las secciones Nacional, Internacional, Edición y Cierre de La Opinión de Murcia,  Corresponsal y analista económico en Canarias del periódico La Gaceta de los Negocios, Director del diario La Tribuna de Marbella, Jefe del Gabinete de Comunicación del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, Director del diario La Gaceta de Las Palmas, Cofundador y director del peridico digital CanariasAhora.com. Director del Canal Canarias de la productora Media Report y Director de la Televisión Canaria Internacional. Como escritor, ha publicado cinco libros.

Etiquetas
stats