La constante reconstrucción europea

El exministro griego Yanis Varufakis ofrece una rueda de prensa sobre la presentación de su Movimiento Democracia en Europa 2025 (DiEM25).

Marcos Queijeiro

Berlín —

Yanis Varoufakis acaba de presentar el Movimiento para la Democracia en Europa – 2025 (DiEM25 en sus siglas en inglés). El objetivo, según su manifiesto fundacional, es crear una Unión Europea más democrática y al servicio de la ciudadanía porque las instituciones comunes no han sabido dar respuesta a los problemas políticos y sociales tras crisis económica de 2008.

No es la primera vez que surge una corriente ideológica en este sentido. El conflicto ha sido la dinámica predominante en el viejo continente a lo largo de la Historia y, como consecuencia o por efecto rebote, también han sido muchos los intentos de cooperación. Entre estos casos de unificación hay ejemplos tan dispares como el Imperio Romano, el Imperio Napoleónico o la pretensión nazi del Tercer Reich, todos ellos tenían en común que no se trata de integración política sino de imposición, pero el fin último era el mismo: una Europa unida. Otra característica común es que tuvieron un final.

Hay que llegar hasta el siglo XIX para encontrar propuestas de integración por medios pacíficos. Tampoco tuvieron éxito, pero tanto “La Reorganización de la sociedad europea” que Henri de Saint-Simon escribió en 1823 como “La joven Europa”, el proyecto federalista fundado por Giuseppe Mazzini en 1834, supusieron un giro en la construcción europea. El primero abogaba por fomentar la investigación científica y la industria como medios para mantener la paz. El segundo creó una organización para recuperar la soberanía popular y, desde ahí, construir una nueva Europa. Y no hay que olvidar a Kalergi, quien ya en el siglo XX, más concretamente durante el periodo de entreguerras, escribe “Paneuropa” y apuesta por el federalismo.

Estas y otras medidas políticas no fueron capaces de cuajar, la idea de una Europa unida aún tenía que dar un giro para hacerse realidad. Eso sucedió en 1950, cuando Robert Schuman, entonces ministro francés de Asuntos Exteriores, expuso la necesidad de crear un espacio que garantizara la paz tras la II Guerra Mundial. Un año después se firma el Tratado de París por el que se crea la Comunidad Europea para el Carbón y el Acero (CECA) y favorecer un acercamiento entre Alemania y Francia.

El siguiente paso fue ahondar en la cooperación económica y neutralizar el peligro de un conflicto armado. Los Tratados de Roma de 1957 son el inicio de la Comunidad Económica Europea (CEE) y de la Comunidad Europea de la Energía Atómica (Euratom). Nace así lo que se denomina “la Europa de los mercaderes”. Todo lo que no pudieron hacer las iniciativas netamente políticas y culturales se logró gracias a la economía tras un conflicto armado. Desde entonces hasta la actual Unión Europea se ha avanzado mucho, empezando por el número de miembros: de seis se ha pasado a 28, y los procesos de integración política y social han estado presentes en todas las medidas adoptadas por los socios comunitarios.

Además de estos procesos institucionales, también ha habido otras iniciativas para avanzar en la construcción europea como fue el Club del Cocodrilo (1980-1986). Este grupo de eurodiputados liderado por Altiero Spinelli abogaba por acelerar el proceso de integración europea, el federalismo y, ya que eran miembros del Parlamento Europeo, dotar a esta cámara de mayor poder. El nombre no hace referencia a ningún reptil con fama de feroz, sino que se debe a que los miembros del club se reunían en el restaurante Au Crocodile de Estrasburgo. Con la muerte de Spinelli en 1986 se acabó el club, pero se fue de este mundo siendo el principal impulsor de lo que más tarde acabaría convirtiéndose en el Acta Única Europa y en el Tratado de Maastricht.

Otro ejemplo es el Grupo Spinelli, creado por Guy Verhofstadt en 2010 y con el objetivo de aglutinar a ciudadanos, políticos e intelectuales para impulsar el paneuropeísmo. Su nombre nos remite al padre fundador de la Unión Europea y su objetivo por el cual se persigue un modelo de confederación es el mismo. Sin embargo, su posicionamiento ideológico es dispar. Spinelli era comunista y Verhofstadt pertenece a la corriente liberal. Otro punto en común es que ambas iniciativas parten de miembros destacados de las instituciones europeas.

Este proceso federalista dirigido por las élites no ha sabido dar una solución eficaz a una crisis económica como la del año 2008. La “Europa de los mercaderes”, que antaño había consiguido el mayor periodo de estabilidad del viejo continente está hoy en entredicho y sus logros, en peligro de desaparición. En los últimos años hemos visto los rescates financieros de Irlanda, Portugal y Grecia; los no-rescates de España e Italia; la amenaza de salida de Reino Unido; la amenaza de expulsión de Grecia; la supresión temporal del Tratado de Schengen y el restablecimiento de fronteras interiores; la incapacidad para controlar las fronteras exteriores, ya sea para controlar las migraciones desde África por motivos económicos como ante una crisis de refugiados de guerra en Siria. Todo esto supone, en la práctica, una vuelta a la “Europa de las dos velocidades” que se había superado tras la entrada en vigor del euro como moneda única y símbolo de estabilidad.

La propuesta de Varoufakis insiste en la vía política, pero desde la perspectiva del ciudadano frente al de las élites. El exministro griego propone que la democracia, en su sentido etimológico (el gobierno del pueblo), se imponga sobre la burocracia de las instituciones comunitarias que actúan como un universo excluyente. Además, abre una batalla contra los tecnócratas, que son cargos no electos. Argumenta que se han impuesto los criterios del Banco Central Europeo (cuya sede está en Alemania, por cierto) en detrimento del gobierno de la Comisión Europea y demás órganos de la UE. Finalmente, Varoufakis critica el sometimiento de los gobiernos de los Estados miembros a los intereses de poderes fácticos y del uso de la táctica del miedo que ambos actores hacen para controlar a la población.

Para lograr todos estos propósitos, DiEM25 se ha impuesto un plazo de diez años que vence en 2025, de ahí su nombre. Las primeras preguntas que surgen son, ¿será tiempo suficiente para alcanzar unos objetivos tan ambiciosos? y, sobre todo, ¿le queda a Varoufakis margen de maniobra para reconstruir Europa?

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