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Goya en Gran Canaria: un viaje a través del genio de ‘Los Caprichos’

Un visitante en la exposición. 'Los Caprichos' de Goya

Pablo Jerez Sabater

Las Palmas de Gran Canaria —

Quienes se encuentren en Gran Canaria tienen una oportunidad única relacionada con el mundo de la Historia del Arte. Por primera vez se exponen en conjunto los 80 grabados editados en 1799 por el genial artista Francisco de Goya y que podrán disfrutarse hasta el próximo 1 de marzo en la Casa de Colón, en Las Palmas de Gran Canaria.

Goya no es un artista al uso. Es un genio universal. Un creador de una iconografía fascinante ligada al mundo de los sueños. También a sus propias vivencias. El artista aragonés (1743-1828) supo aplicar, a través del aguafuerte, aguatinta y punta seca, toda su creatividad para crear 80 estampas que marcaron un antes y después en la historia de la imagen visual.

Los precedentes

El grabado en Goya no puede entenderse si no conocemos el desarrollo de la imagen impresa. Habría remontarse al año 1453, cuando Gutenberg inventa la imprenta y se hace necesario acompañar al texto de un elemento visual. Al principio fue la xilografía (grabado sobre placa de madera) lo que se usó. Era una técnica rápida, pero le faltaba expresividad.

Así, en Italia comienza a fraguarse un nuevo lenguaje nacido del Renacimiento, de esa vuelta al pasado grecolatino. Y es en este contexto, en el norte del país transalpino, donde otro genio de la pintura, Andrea Mantegna, comienza a experimentar con el grabado sobre cobre, abriendo así el arte a nuevas posibilidades expresivas.

Décadas más tarde, Alberto Durero elevó el grabado a la categoría de obra de arte total. Tanto en sus xilografías como en sus aguafuertes supo entender las capacidades que esta nueva técnica ofrecía, concibiendo alguno de los grabados más impactantes de la Historia, como el conocido como Melancolía I, paradigma del enigma del hombre renacentista; el artista frustrado que juega con su pensamiento embebido en uno de los cuatro humores medievales.

Pero será un siglo más tarde cuando el aguafuerte (grabado sobre cobre al que se le aplica una capa de barniz) adquiere verdadero protagonismo gracias a la figura de Rembrandt, quizá el mejor grabador del siglo XVII. Con él, la estampa se libera del marco y la línea y el dibujo se convierten en los ejes fundamentales de un nuevo estilo artístico: el barroco.

Goya y la España Negra

El siglo XVIII trajo a España un cambio dinástico. Muerto Carlos II, el último de los Austrias, asume el trono el primero de los Borbones, Felipe V. Este cambio no fue nominal; sobre todo fue un cambio en la mentalidad. Francia entra en nuestro país con fuerza y el iluminismo galo supera los hasta entonces encorsetados pensamientos hispanos.

Pero Felipe V no sólo trajo consigo un cambio en el pensamiento. También en el arte. Nombres como los de Jean Ranc o Antón Rafael Mengs van a hacer que paulatinamente vaya desapareciendo el barroco y en España vayamos asumiendo ese gusto por lo recargado y volátil que llamamos rococó.

Es en este contexto en el que Goya da sus primeros pasos. Superado el tiempo de Felipe V y Fernando VI, Carlos III vuelve a España para asumir el trono, regresando de Nápoles. Fascinado por las manufacturas, idea una Real Fábrica de Tapices en la que, gracias a Meng, Goya iniciará su monumental serie dedicada a pintar cartones para luego ser hilados. Son los momentos del color, del tipismo, de la pintura vacua y alegre. Es el momento del Quitasol o de la Gallinita ciega. Sin duda, sus obras paradigmáticas de este momento.

Con Carlos III aparece la Academia y por tanto desaparece la formación gremial instaurada desde la época medieval. Pero también es una revolución a nivel intelectual: con él llega la Ilustración y el pensamiento que desune razón de religión. Un cambio fundamental de consecuencias significativas para la vida de nuestro pintor, quizá el mejor exponente de ese movimiento artístico que llamamos neoclasicismo, aunque Goya es un autor inclasificable.

Recordemos también que estamos en un momento crucial para la Historia. En 1793, el tercer estado (el pueblo) se revela en París contra la opresión de la Monarquía Absoluta, del clero y de la nobleza. Es el momento de la Toma de la Bastilla. De la decapitación de Luis XVI y María Antonieta. Hablamos de la Revolución Francesa: igualdad, fraternidad y libertad. Ideas ilustradas que llegan a la España de Carlos IV ya con Goya como su pintor de cámara, el máximo cargo que podía ostentar un artista de su época. Y todo ello amparado bajo el abrigo de dos de las personalidades más sobresalientes del cambio de siglo: Godoy y Jovellanos.

Luego vendría la época más convulsa de nuestra historia. Hablamos de Fernando VII, del absolutismo ilustrado, de la Guerra de la Independencia y los desastres de la guerra, de la sinrazón humana y, de alguna manera, del exilio de Goya en Burdeos. Una España negra que retrató de manera magistral el genio de Fuendetodos.

'Los Caprichos' o la crítica social como excusa artística

Volvamos al año 1799. Como he señalado, España vive en plena efervescencia de la Ilustración. Se valora por primera vez más la razón que el teocentrismo. Dios ya no era el centro del universo. El hombre estaba por encima. Goya estaba vinculado a esta corriente de pensamiento. Y nada como esta serie de 80 grabados para mostrar al público los desmanes de una sociedad sumida en el caos que produce la sinrazón, la barbarie y la ignorancia.

Unos años antes había caído enfermo. Estuvo a punto de morir, pero lejos de recuperarse, el mal que le aquejó le dejó secuelas: una sordera que le acompañará hasta los últimos días de su vida. De alguna manera esto hizo que su carácter cambiara. También su pintura. Había visto de cerca la muerte, y eso se nota en sus composiciones.

Había pasado unos meses en Cádiz y en Sanlúcar con su amigo Sebastián Martínez. Allí había comenzado a esbozar lo que a la postre serían sus caprichos. Goya buscaba reflexionar acerca de la naturaleza humana, de la bajeza moral del hombre. ¿Cómo explicar si no esta serie de estampas?

En España, la Iglesia tenía mucho poder. Goya lo sabía, pero se arriesgó a publicar unos grabados que retrataban con crudeza la doble moral del clero. ¿Cómo predicar sobre el pecado y luego visitar prostíbulos?, se pregunta nuestro artista. Además, sabe que el pueblo iletrado hace caso ciego a todo aquello que curas y frailes predicaban, ¿Cómo actuar contra ese mal si no a través de la educación y la cultura?

Estas preguntas, retóricas en muchos caso, las graba a través de tres técnicas: aguafuerte, aguatinta y punta seca para enfatizar. La muestra que nos presenta la Casa de Colón en Gran Canaria se distribuye en tres salas bajo cinco epígrafes temáticos: sueños, educación, matrimonio, religión y prostitución.

Los sueños fueron una constante temática desde el siglo XVII en España; de hecho Quevedo de alguna manera instaura este nuevo elemento al reflexionar sobre la percepción de los miedos y cómo estos afloran. Goya no concibe –como buen ilustrado- la superchería barata, el mundo de las brujas ni todo aquello que produce miedo por el desconocimiento. Había que atajar esta cuestión a través de la educación. Pero claro, ¿Cómo hacerlo si ésta estaba en manos de la Iglesia? El pueblo no tenía acceso a los libros. La única manera de enseñar era a través del castigo físico. De ahí la sátira que utiliza en uno de sus grabados más populares: Si quebró el cántaro. ¿Quién es más bruto? ¿El niño que rompió la cerámica o la madre que le golpea con un zapato?

Junto a ello, Goya no para de pensar en otro de los asuntos más críticos de los ilustrados: los matrimonios de conveniencia y de clase. En este momento, la lucha de clases, de sangre, era una constante. Una manera de ascenso social era a través de arreglar un desposamiento. ¿Era lícito? ¿Una jovencita casada con un viejo? Goya pretende reflexionar sobre la propia hipocresía de la sociedad. La vanidad del patriarcado hacía que bellas jóvenes buscaran el cobijo de las fortunas, aunque éstas tengan una joroba o sea llegando al altar ataviadas con una máscara, quizá presagio de la funesta vida que les espera.

Pero es quizá en el tema de la prostitución donde pone mayor énfasis nuestro pintor. No critica que exista –estamos en un momento donde se han prohibido los prostíbulos- pero considera que el hecho de practicarla en la calle es aberrante. Además critica la doble moral de aquellos que de puertas para fuera la insultan y de puertas para adentro la disfrutan. Entre ellos el clero. Además están las alcahuetas, mujeres que venden el cuerpo de las jóvenes a las que Goya caricaturiza hasta convertirlas en seres grotescos. Porque si algo caracteriza a Los Caprichos quizá sea eso, lo grotesco de sus personajes.

Su imaginación no tiene límites y en algunas escenas preludia lo que será a partir de los años 20 del siglo XX el surrealismo. Imágenes aparentemente inconexas pero repletas de significado. Lo importante de estas estampas no es lo que Goya nos cuenta, sino lo que nos quiere decir.

De ahí que junto a cada grabado haya una cartela con dos textos: uno de la época de la primera impresión; el segundo de una posterior. Entre medio lo que ha pasado es la censura, la Inquisición. Perseguido por la Iglesia, Goya resolvió donar las 80 placas de cobre a la Calcografía Nacional tras negociar con Carlos IV una pensión vitalicia de 12.000 reales para su hijo. Gracias a eso Los Caprichos pudieron salvarse.

Hoy forman un corpus fundamental para entender la obra del artista, pero también para conocer cómo era la España del tránsito del siglo XVIII al XIX. Una España no tan alejada de la actual, donde los miedos siguen siendo una constante en nuestro quehacer diario. En eso, Goya también se adelantó a su época. Fue un visionario.

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