Hijos de Gorée

La reducción en la llegada de embarcaciones con inmigrantes clandestinos de África Subsahariana, es sólo un espejismo, ya que ni la posibilidad de un viaje truncado por la muerte, ni la de un retorno inmediato sin tocar el sueño europeo hace desistir a los senegaleses de reintentarlo.

El equivalente a 1,5 veces la actual población de Senegal, 15 millones de hombres, mujeres y niños, fueron vendidos como esclavos durante tres siglos por europeos que usaron la isla de Gorée (frente a la costa de la capital, Dakar) como plataforma para sus negocios con mercancía humana. Hoy, cuando aún no han pasado 150 años desde que terminase ese tráfico ni 50 desde el fin de la colonización francesa, un pueblo al que se ha desposeído de sus recursos humanos y materiales más valiosos, sigue sintiéndose esclavo de los resultados de ese expolio histórico. Así, con la claridad de expresión que caracteriza a los senegaleses, lo explicaba Bernardette, guía-traductora en la Casa de los Esclavos, que aún se mantiene como museo para ayudar a la memoria a no olvidar las atrocidades cometidas sobre este pueblo. “En Senegal todavía existe la esclavitud ?asegura-. La mayoría de las chicas tienen que dejar sus aldeas y venir a Dakar a servir en las casas de los ricos, donde hacen absolutamente todo a cambio de unos 20 euros al mes”.

Los “ricos” a los que se refiere Bernardette son el 10% de la población del país, que se reparte el 36% de su riqueza. En el otro lado de la balanza están los más pobres, otro 10% de los habitantes que malviven con un 0,26% de los recursos. En este punto, cabe contextualizar el presupuesto de Senegal. Asciende a 1.200 millones de euros, una quinta parte del que prevé Canarias para 2007 (6.300 millones) para una población cinco veces mayor que la del Archipiélago. Y, si los senegaleses apenas pagan impuestos (sólo lo hacen la minoría que trabaja y en porcentajes muy bajos, además, proporcionales a su ínfimo sueldo), ¿de dónde sacan el dinero los ricos?, es la siguiente pregunta que le viene a uno a la cabeza. La respuesta de Bernardette está generalizada e interiorizada entre la población: “Los gobernantes dedican sus periodos de mandato a acumular todo lo que pueden de las ayudas que les vienen del exterior y así tienen garantizada su posición para toda la vida”, argumenta sin atisbo de duda.

Ante este panorama de desaliento y desesperanza absolutas, en el que las únicas posibilidades de desarrollo quedan anuladas por sus propios compatriotas, no es de extrañar que Senegal, como uno de tantos países africanos, vea Europa como la tierra prometida y como deudora de todos sus males actuales, por lo que en cierto modo se sienten con derecho a recibir de ella una contraprestación en forma de oportunidad del desarrollo del que se les privó. Este es el resumen de la desesperación, que el propio pueblo acepta y comprende como motivo exclusivo que le mueve a intentar una y otra vez alcanzar el sueño europeo, arriesgando su vida y emprendiendo ellos mismos otra descapitalización, que no por ser a su iniciativa deja de ser menos obligada que las anteriores. Este es un esbozo del pueblo que fija Canarias como su única escapatoria posible.

Los senegaleses saben que las posibilidades de éxito de una aventura en cayuco son escasas, y que cada vez lo son más, pero no por ello desisten. La presión de la familia, que centra sus esperanzas en los más fuertes y la inexistencia de otra salida, convierten esta locura en la posibilidad menos mala de las que se les ofrece. Es más, el fracaso en el primer intento, fortalecerá el segundo, porque las presiones se acumulan. Así de crudo lo describe Bernardette. Guiándose por esta lógica, parece claro que la reducción de los últimos meses en la llegada a Canarias de embarcaciones con inmigrantes clandestinos procedentes del África Subsahariana, es sólo un espejismo, como refleja, en el centro de Dakar, un enorme mural en el que se ve un cayuco en el mar desbordado de personas, una de las cuales señala la meta: una isla con la bandera española y un faro encendido, el que supuestamente les habría de guiar hacia una vida mejor.

Zanjando deudas a pequeña escala

Mientras tanto, en Gorée intentan, con tesón y una resistencia encomiable al desaliento, sacar a los visitantes europeos todo lo que pueden, a una modestísima escala, vendiendo el fruto de su bello trabajo artesanal. Lo que para uno es calderilla, para ellos es una fortuna y el visitante se ve en la encrucijada de elegir entre sentirse el tonto del grupo por no regatear demasiado o el heredero light del explotador histórico, por no querer esquilmar 3.000 francos CFAS arriba o abajo en la transacción de turno.

Los que consiguen hacerse un hueco en este negocio en el que la competencia es más feroz que entre las multinacionales más poderosas, forman parte, al fin y al cabo del grupo de los privilegiados. Collar a collar, tela a tela, cuadro a cuadro? obtienen unos beneficios de sus ventas muy por encima de los costes de producción y llevan a casa unos ingresos nada desdeñables, en comparación con su nivel de vida. Para ello, no escatiman esfuerzos. Sus técnicas de venta consisten en un acoso implacable a todo blanco que desembarque en la Isla, desde el mismo momento en que pone un pie en tierra. Sorprende su insistencia y su don de la ubicuidad, porque a uno le da la impresión de tener a Penélope Cruz enredada entre sus piernas de forma continua, pero, al repasar el anecdotario del día, también lo estaba entre las del resto de la expedición. Y quien dice a Penélope (así se autodenominaba), dice a Amina, Amiga? y dos docenas más de mujeres (en su mayoría) peleando por autoadjudicarse al turista y desplegando toda una serie de artes medidas que van desde el enfado ante la compra a la competencia, al regalo comprometedor o, como en el caso del alter ego africano de la actriz española, el ingenio, pero sobre todo, la insistencia. Por agotamiento, poder dar dos pasos seguidos, pena o interés, las transacciones se suceden en medio, eso sí, de una honradez digna de elogio, en la que nunca varía un precio pactado ni desaparece un solo franco del cambio.

En Senegal no existe la clase media. Si acaso podría ser este gremio, cerrado a cal y canto a nuevas incorporaciones, dedicado a la venta de artesanía a los turistas de Gorée. Es uno más de los contrastes del país de los contrastes. Ya en Dakar, éstos sorprenden a un visitante permanentemente estimulado por un sinfín de realidades a las que, sin embargo, extrañamente, uno se adapta con facilidad. Los carros de caballos, hechos a base de bidones o tablones de madera, conviven en las calzadas con taxis destartalados y algunos coches europeos de paquete. Los solares y las casas medio en pie rodean mansiones salteadas, ajenas a la realidad que las circunda. Restaurantes franceses, como el Coeur de Croix, o italianos, como El Café de Roma, ofrecen en sus cartas langosta, patés y selectos vinos, creando micromundos en los que a uno le da la impresión de haber sido trasladado de repente a otro país, distinto de aquél que ha quedado fuera y en el que, en plena calle (en plena tierra, porque en toda la capital no hay una sola calle embaldosada), una decena de personas cocina y come de un mismo caldero el mismo arroz del día anterior y del anterior al anterior.

Porque otra de las características de Dakar es que todo se hace en la calle: dormir sobre esteras o a ras de tierra; vender de todo, desde sandías a ventiladores, muebles, teléfonos, ¡Nescafé!; reparar coches; bordar; cuidar ovejas (enormes y delgadas), amamantar bebés, jugar al futbolín, algunos, pocos, los menos, trabajar? y nada, sobre todo, nada. La convivencia de todas estas actividades, con el variopinto y desorganizado tráfico y la presencia de animales confiere a la ciudad un desconcertante aspecto de caos total, ante el que el europeo, se siente, por etapas, asustado, desorientado y, finalmente, acomodado.

Sociedad abierta y tolerante

La tolerancia y el carácter abierto de los senegaleses que, al fin y al cabo, son uno de los países más desarrollados de África, contribuyen a esta sensación de comodidad, de falta de convencionalismos. El 95% de la población es de religión musulmana, pero la convivencia y el contraste en los usos comunes, como el vestuario, mayoritariamente occidental, la prevalencia de las celebraciones cristianas en el calendario de festivos, la coexistencia de iglesias y mezquitas ?de los pocos edificios bien cuidados que se ven- o el hecho de que durante 20 años un presidente católico gobernase el país, son ejemplos de este rasgo de la personalidad de grupo, lejos de los extremismos.

Color es otra de las palabras que viene a la cabeza al pensar en Dakar ?una ciudad con olor a mar, un mar omnipresente al que miran con ensueño y miedo, y una humedad casi sólida- y, en general, en todo el país desde que se pone un pie en un aeropuerto, en el que el contacto entre vehículos y personas es tan estrecho que lo primero es que las maletas sufran un atropello y se tarda tres horas en conseguir una tarjeta de embarque.

El colorido de las frutas y todas las mercancías puestas a la venta en cualquier lugar; de las túnicas, los pareos y los tops de las muchachas; el azul intenso del mar y otro, más claro, de un cielo permanentemente azul; el marrón del suelo, el negro de las pieles brillantes y soberbias rodeando cuerpos perfectos; el multicolor de los populares microbuses que, contrariamente a lo que pudiera pensarse, bullen de actividad desde las seis de la mañana, movilizando a miles de personas que se apresuran al centro a buscar algo, lo que sea, un día más.

Desarrollo a escala Daros

En el interior del país, sus habitantes aún viven en poblados de chozas hechas con materiales vegetales, agrupados en pequeños núcleos, donde el principal problema es la escasez de agua. Sin embargo, la modernización se abre paso poco a poco en estos lugares, que salpican la sabana, gracias a programas de cooperación como el que lleva a cabo el Gobierno de Canarias en Daros Nahum, en la región de Diourbel. Allí, las mujeres se han adjudicado el papel de empresarias, mientras los hombres continúan dedicados al campo.

Este proyecto, que se desarrolla a través de la ONG Movimiento por la Paz, el desarme y la libertad en Canarias, trabaja en tres líneas principales: la concesión de microcréditos, la alfabetización de 200 mujeres y la construcción de un pozo, con un sistema de distribución y riego. Gracias a pequeñas iniciativas como ésta, a la que el Gobierno destina casi 84.000 euros, las mujeres de Daros Nahum han tomado las riendas de su vida y contribuyen a la mejora de las condiciones de vida de su pueblo. “Antes, no hacíamos nada”, declaró una de ellas, que también es la matrona del poblado. En su caso, accedió a un microcrédito de 12.500 francos CFAS (unos 18 euros), que ha dedicado a elaborar jabones, protectores contra los mosquitos, faldas y otros productos que vende entre los 500 vecinos de su propia aldea y los que la visitan. Saca unos 100 francos de beneficio neto de cada transacción y ahora se plantea pedir un segundo préstamo para “ampliar el negocio”.

Mientras explica esto, un grupo de mujeres se afana en aprender a escribir, primero en su dialecto, para pasar después al francés, con pizarras y tizas, dando a su vez una lección de conciliación con la vida familiar, al exhibir, colgados de sus espaldas, a sus bebés durmiendo plácidamente. Los niños más mayores se saltan el día de la visita las clases programadas en la escuela, que también ha llegado a su civilización.

Eso sí, el que acuda a Senegal con la pretensión de comprender cómo se sienten los extraños de una raza minoritaria cuando son mirados como bichos raros por los miembros de la predominante, volverán decepcionados. Eso nunca ocurre allí. Orgullo, tolerancia, lucha, ingenio, entusiasmo? son muchas las lecciones que un pueblo considerado subdesarrollado a los ojos del autodenominado Primer Mundo puede dar sobradamente.

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