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La geología cambiante de Canarias espoleó la diversidad genética de su flora

Jardín Canario (ALEJANDRO RAMOS)

Efe

Las Palmas de Gran Canaria —

La flora de Canarias lleva siglos desafiando a la botánica con una paradoja evolutiva con tintes de enigma: ¿Cómo es posible que linajes de plantas aparentemente encerrados en islas y que en su mayoría descienden de un solo ancestro mantengan una alta tasa de diversidad genética?

Un estudio liderado por el Jardín Botánico Canario Viera y Clavijo (Cabildo de Gran Canaria-CSIC) aporta en el último número de la revista Perspectives in Plant Ecology, evolution and systematics una nueva teoría que muestra que la flora de las islas ha sido moldeada por las islas mismas, que llevan millones años en constante cambio y que no siempre han estado tan aisladas.

Esta hipótesis integra por primera vez todo el caudal de datos que la genética y filogenia molecular proporcionan sobre la flora canaria, que incluye más de 600 especies únicas en el mundo, en los procesos geológicos que han determinado que cada isla sea como es.

En otras palabras, traslada a historia de la flora los efectos de una geología salvaje y cambiante, marcada no solo por volcanes que llevan más de 20 millones años haciendo emerger islas desde fondo del océano y por una constante erosión que desmonta de forma implacable todo su trabajo, sino también por eras glaciales en Europa, enormes subidas y bajadas del nivel de los océanos, cambios drásticos en el régimen de vientos e, incluso, por grandes tsunamis.

Los autores del trabajo, cuyo primer firmante es Juli Caujapé, director del “Viera y Clavijo”, recuerdan que, como en toda isla emergida del océano, la biodiversidad nativa de Canarias tuvo que llegar necesariamente de fuera; de hecho, en el caso de plantas la genética ha podido datar los tiempos de colonización de muchos linajes, remontándose incluso a 15 millones de años en el pasado.

En esa primera etapa del Mioceno, solo existen dos de las islas que hoy componen el archipiélago, Fuerteventura y Lanzarote, pero formando una sola, “Mahan”, y poco después emerge Gran Canaria.

Sin embargo, eran muy diferentes: su altitud rondaba los casi 4.000 metros del Teide, que entonces ni había empezado a formarse, y su orografía abrupta recuerda la actual de La Palma.

A esas primeras islas llegan las plantas, directamente desde África o quizás desde más lejos, desde Madeira, a través de un rosario de islas ahora sumergidas bajo el Atlántico que facilitaron el salto de toda esas especies hasta Canarias, entre ellas algunas que hoy son auténticas reliquias, porque desaparecieron de Europa y de todo el ámbito Mediterráneo durante las glaciaciones.

Esas tres islas intercambian biodiversidad que más adelante se irradiará hacia La Gomera y los islotes de Teno, Anaga y Roque del Conde, millones de años antes de que el Teide comience a rellenar el hueco entre ellos y a construir la forma definitiva de Tenerife.

Al mismo tiempo, los propios fenómenos volcánicos y la erosión comienzan a desmantelar las grandes elevaciones que existían en Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote.

En el Plioceno y el Pleistoceno, la subida y bajada del mar lo transforma todo: en las grandes glaciaciones, el mar desciende hasta 130 metros respecto a su nivel actual, lo que habilita un paso seco entre Fuerteventura y Lanzarote y hace emerger varias montañas submarinas, mientras que en los periodos interglaciales los océanos crecen hasta 25 metros por encima de su cota presente.

La teoría que formulan Caujapé y sus colaboradores sostiene que durante todo ese tiempo la flora de cada isla estuvo sometida a un aislamiento intermitente e, incluso, a fenómenos dramáticos, como maremotos que borraron del mapa buena parte de la biodiversidad de las zonas más bajas de Fuerteventura y Lanzarote (Gran Canaria conserva vestigios de un tsunami que alcanzó 100 metros de altura en Agaete, hace unos 800.000 años).

La flora evolucionó por separado en cada isla durante milenios o millones de años, mientras predominaban las condiciones geológicas, ecológicas y climáticas que determinaban su confinamiento.

Sin embargo, no perdió la capacidad de reproducirse con sus congéneres de zonas diferentes de su misma isla, de otras islas o del continente en cuanto la bajada del mar abrió pasos secos o rosarios de islotes, cuando los volcanes que dominaban su territorio se desmantelaron o cuando los vientos que dispersaban las semillas de este a oeste fueron sustituidos durante largos periodos por otros que soplaban en dirección contraria, hace unos 18.000 años.

Los especialistas del Jardín Canario y las universidades de La Laguna y Kansas (EEUU) que firman esta teoría defienden que, en todo ese tiempo, la flora canaria no ha dejado de “surfear” de isla en isla, dentro de cada isla e, incluso, de Canarias al continente, cada vez que las condiciones del pasado geológico lo permitieron.

“Esta teoría es, hoy por hoy, la que mejor explica la paradoja de la elevada diversidad genética de la flora canaria y cuestiona con datos experimentales algunos de los postulados clásicos sobre la evolución de las floras insulares”, asegura a Efe Caujapé, en referencia a quienes tradicionalmente describían a las islas como sumideros de biodiversidad o callejones evolutivos sin salida.

El director del Jardín Botánico Canario subraya que, en el futuro, el progresivo desmantelamiento de los volcanes y barrancos que hoy dominan algunas islas también debería propiciar la formación de nuevas poblaciones con elevada diversidad genética. Sin embargo, ahora existe un factor nuevo que dificulta cualquier predicción: la presencia del hombre y su influencia sobre la biodiversidad.

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