El milagro del último saúco de Gran Canaria

Saúco canario.

José María Rodríguez / EFE

Valleseco —

El hombre suele llevar a algunas especies a callejones sin salida, donde su extinción parece irremediable, pero a veces un golpe de suerte puede cambiar el curso de los acontecimientos: como el que ha hecho que Gran Canaria le deba seguir teniendo saúcos a una anciana que añoraba a su madre.

El saúco canario (Sambucus palmesis) es una planta endémica de las islas, típica de sus bosques verdes de laurisilva. No es la más abundante de la foresta, ni tampoco la más llamativa, pero sí una de las más escogidas: crece en los mejores lugares del bosque, a la sombra de otros árboles y allí donde no le falten alimento y agua.

Sin embargo, desde hace décadas está en franco retroceso (solo quedan 16 poblaciones en todo el archipiélago), sobre todo en Gran Canaria, donde la etiqueta de “en peligro de extinción” parecía quedársele corta, con solo dos árboles localizados en toda la isla, en un estado tan precario que ni sus esquejes prosperaban.

De hecho, en el Cabildo de Gran Canaria ya prácticamente se habían resignado a perderlo, a pesar de todos los intentos de sus botánicos por intentar obtener semillas de los dos últimos saúcos que resisten en el paraje de Valsendero, que resultaban sistemáticamente infructuosos, por su alto índice de parentesco.

A pesar de todo, los viveros del Cabildo en la finca de Osorio cuentan ahora con más de 1.600 pequeños saúcos autóctonos, de “pura cepa grancanaria”, listos para repoblar los bosques de la Reserva de Doramas en cuando se considere oportuno.

¿Cómo ha pasado una planta casi extinguida a tener más de un millar de ejemplares fértiles que garantizan su futuro? Como explica el director del Parque Rural de Doramas, Francisco Sosa, por un giro inesperado del destino: porque un repartidor de un supermercado de Valleseco se dio cuenta de que una de sus clientas, una anciana, tenía dos hermosos saúcos llenos de flores y retoños en su finca.

Fabián García -repartidor, pero licenciado en Biología- supo ver en el jardín de su vecina María José Pérez, Quica, algo más que las hermosas flores de esos árboles y se lo contó a sus colegas de formación, que no paraban de decirle lo preocupados que estaban por su impotencia para evitar que esa especie endémica desapareciera.

La cadena de casualidades no para ahí, sino que incluso ha facilitado que a los biólogos se les abra una suerte de puerta del tiempo para recuperar los genes de la mejor población de saúcos de la isla, la de Valsendero, pero no el linaje de sus supervivientes estériles de hoy, sino el de sus mejores árboles de hace 40 años.

La anciana, que falleció hace un año, relató a los biólogos que los dos hermosos saúcos de su finca (de más de siete metros de altura) los había recogido 37 años atrás entre los que solían brotar en Valsendero, porque allí iba a pasear con su madre. Y para recordarla, no se le ocurrió nada mejor que tener permanentemente las peculiares flores blancas de aquellos árboles en su jardín.

“Esa acción de doña Quica, que en su momento fue un homenaje a su madre, nos ha regalado la esperanza de salvar la especie. Ahora somos nosotros los que rendimos homenaje a esa señora y le agradecemos a su familia lo que nos ha ayudado”, señala a Efe la consejera de Medio Ambiente de Gran Canaria, María del Mar Arévalo.

¿Cuánto vale un árbol? ¿Cuándo representa conservar una especie que ya se daba por perdida?, se plantea la consejera. “Es impagable, hay acciones que valen mucho más de lo que cuestan”, apunta.

La cadena de casualidades afortunadas que ha devuelto la esperanza al saúco canario se cierra en la finca del Cabildo de Gran Canaria en Osorio, en cuyos viveros los retoños de los árboles de María José Pérez se han multiplicado contra todo pronóstico.

La responsable de esas instalaciones, Isabel Reyes, reconoce que no tenían experiencia alguna en cómo sacar adelante unas semillas de saúco, pero probó con varias de las técnicas que más resultados suelen darle en los semilleros, algunas con frío, otras con calor, otras con ácidos... “La sorpresa que nos llevamos es que el árbol es tan fértil, que de todas las formas las semillas germinaron”, dice.

“En todos mis años, solo había visto cuatro saúcos en los montes de Gran Canaria. Y dos se perdieron”, recuerda Reyes. Ahora tiene en sus manos más de 1.600.

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