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El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora

Diario de campaña (II)

Los candidatos al Congreso de los Diputados por la provincia de Las Palmas por el PP, José Manuel Soria (d); PSOE-NC, Sebastián Franquis (2d); Coalición Canaria, Pablo Rodríguez (i); Podemos, Victoria Rosell (3i), y Ciudadanos, Saúl Ramírez (2i)

Carlos Sosa

El primer debate a cinco de candidatos al Congreso por la provincia de Las Palmas estuvo a punto de pasar a la historia por su acartonamiento si no fuera por la chispa que se prendió en medio del estudio central de la Cadena Ser en Las Palmas cuando el moderador, Evaristo Quintana, puso sobre la mesa la corrupción. A partir de ese momento descubrimos a un Chano Franquis (PSOE) completamente desconocido, con una agresividad muy poco habitual, documentado y con ganas de aplastar a Soria, el más duro rival que cualquiera puede encontrarse en un cara a cara de este tipo. Franquis fue astuto, lanzó una primera andanada dura y esperó a que el ministro de Industria le contestara con una petición absurda: “debe pedir perdón” por haber insultado de ese modo al PP. El socialista se vino arriba blandiendo una larga sucesión de casos de corrupción del partido en el Gobierno que hicieron enmudecer a Soria. Primer round a favor del PSOE. El segundo round vino a continuación, cuando la candidata de Podemos, Victoria Rosell, reprochó muy duramente al Gobierno del PP presumir de haber legislado contra la corrupción cuando precisamente acaba de entrar en vigor la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal por la que se limitan los plazos de investigación a los jueces. La ex magistrada empleó términos duros (“hay que tener mucha cara dura” o “hay que tener poca vergüenza”), lo que condujo a Soria a sacar la artillería que le tenía guardada y que vino consistir en que el Gobierno ha hecho ese cambio legislativo “para impedir que los jueces hagan política o negocios con la toga”. Cogido por los pelos, desde luego, porque se supone que la excusa esgrimida hasta ahora había sido el deseo de acortar la pena de telediario a la que se enfrentan los imputados en causas de corrupción. Pero al candidato del PP le daba exactamente igual porque él tenía previsto soltar ese ataque viniera o no a cuento, que para eso consiguió que la fiscalía abriera una causa muy extraña de investigación por una infracción disciplinaria destinada a aclarar si la ex magistrada pudo haber beneficiado a un empresario muy amigo del señor ministro. Punto, que ya habrá tiempo de rematar esta faena por él mismo empezada.

Un claro perdedor

Esa agarrada dialéctica terminó por animar un debate que hasta entonces fue una sucesión interminable de intervenciones regladas y cronometradas, algunas de alto nivel y otras absolutamente prescindibles. Todos los candidatos llevaban tabletas electrónicas y papeles (y un buen número de acompañantes), y a papeles y tabletas se dirigían recurrentemente bien para tomar notas o bien para consultar las suyas propias para encontrar el argumento o el dato necesario en cada momento. Sólo uno de los debatientes, Pablo Rodríguez, de Coalición Canaria, abusó de la lectura de sus notas hasta el punto de llamar la atención negativamente entre el respetable y entre los analistas que tras el debate tomaron la palabra para hacer evaluaciones. Rodríguez fue el peor calificado precisamente por la falta de convicción que encerraban sus palabras, casi todas leídas, y eso que fue el que trató de dar un mayor contenido canario a lo que se dilucidará el próximo día 20. Pero hay que reconocerle el empeño porque ninguna encuesta hasta la fecha le garantiza, ni de lejos, su acta de diputado. El quinto invitado, Saúl Ramírez, de Ciudadanos, estuvo correcto, sorprendió gratamente a quienes no le conocían debatiendo; empleó muy bien los reproches de manual al bipartidismo y colocó con habilidad las propuestas de su partido. Se tocaron muchos temas englobados en los bloques en los que la cadena organizadora propuso y fueron aceptados días antes. Se sorteó el orden de intervención y se sortearon los sitios donde habían de sentarse los candidatos. Y el azar quiso que frente a los representantes de los dos partidos de izquierdas se sentaran los tres más equiparables con la derecha. Y en algunos momentos parecía que los dardos se cruzaban solo en esa dirección, salvo cuando los emergentes tiraban de bipartidismo para alejarse de otras etiquetas.

A Soria no le gustó el formato

Los analistas que ocuparon los micrófonos de la Cadena Ser tras la salida de los cinco candidatos dieron por ganadores del debate a Victoria Rosell y a José Manuel Soria. Lo explicó ampliamente el sociólogo Miguel Guerra García de Celis, que resaltó de la candidata de Podemos sus capacidades comunicativas y el temple con el que gestionó la tarascada de José Manuel Soria. Los otros dos analistas, Eduardo Araujo y José Miguel Fraguela, fueron menos concretos y repartieron dos primeros puestos ex aequo a Victoria Rosell y a José Manuel Soria. La primera fue la única que puso sobre la mesa asuntos tan sangrantes como el asesinato de mujeres a manos de sus parejas o ex parejas, a lo que ningún otro candidato siguió. Y Soria estuvo brillante al dedicar su último turno exclusivamente a hablar del triunfo electoral de la Mesa de Unidad Democrática en Venezuela, mandarle un recado a Podemos y, de paso (o por encima de todo) tratar de captar el voto de la gran cantidad de venezolanos residentes en Canarias, la mayoría de ellos contrarios al gobierno de Maduro. Tras sus últimas palabras, a Soria dicen haberle escuchado dos expresiones que desde luego parecen confirmar que no salió muy a gusto del debate. La primera se la soltó a Sebastián Franquis: “Coño, Chano, no generalices”, en referencia directa a la corrupción, el momento en el que el candidato del PP se vio más acorralado. Su siguiente frase se la dedicó a sus colaboradores mientras salía a toda prisa de la emisora casi sin despedirse: “No me gustan los debates a cinco”. Sus razones tenía. Sin embargo, debería ir repensando esa actitud a la vista del fracaso que puede haber supuesto para su partido la ausencia de Mariano Rajoy en el debate de este lunes por la noche en Atresmedia. Las redes sociales ridiculizaron la cobardía del presidente del Gobierno, y el ruido no lo pudo tapar una floja Soraya Sáenz de Santamaría, que como toda medida para luchar contra la violencia machista recomendó a las chicas que no dejen que sus novios les miren los móviles.

Ballenas contra Rajoy

La innovación en comunicación de la que presume el Partido Popular en esta campaña electoral se le puede atragantar con el vídeo de los hípster que causa furor en las redes. Utilizar a un activista ecologista, vegano, hípster, voluntario en las campañas de protección de las ballenas, para proclamar que los electores tienen que “pensar sin prejuicios” afirmando que “Rajoy, que yo sepa, no tiene nada en contra de las ballenas” es ya una pifia contrastada. Rajoy sí tiene algo contra las ballenas, aunque probablemente no lo sepa. La posición de su Gobierno, probablemente avalada por el emperramiento de José Manuel Soria y la negligencia de Miguel Arias Cañete, fue la de rechazar la creación de un santuario para ballenas en aguas canarias, cerca de Lanzarote y Fuerteventura. Rajoy prefirió apoyar para esa zona de rica diversidad natural las prospecciones petrolíferas de la compañía Repsol que, por si no lo recuerdan, no sólo acabaron en sonoro fracaso, sino que pueden haberse convertido en una de las causas del batacazo electoral que pronostican las encuestas. Es gafe este presidente.

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