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Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.

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Mujeres King Kong

Javier Gallego

lee un texto de Virginie Despentes —

El sexo débil, eso siempre ha sido una broma. Lo que las mujeres han recorrido no es sólo la historia de los hombres, como los hombres, sino su propia opresión específica. Una historia de una violencia inaudita. De ahí que surja una proposición simple: idos todos a tomar por el culo, con vuestra condescendencia de mirarnos, vuestra protección puntual o vuestra manipulación de víctimas para las que la emancipación de la mujer sería algo difícil de soportar. Lo que sigue siendo difícil es ser mujer y aguantar todas vuestras estupideces. Las ventajas que vosotros sacáis de nuestra opresión en realidad son trampas. Cuando el cuerpo de las mujeres pertenece a los hombres, el cuerpo de los hombres pertenece a la producción y a la guerra. Los únicos que salen ganando en este negocio son los dirigentes. Cuando defendéis vuestros derechos masculinos, sois como los empleados de un gran hotel que se creen los propietarios de la finca. Siervos arrogantes, eso es lo que sois.

¿Querer ser un hombre? Yo soy mejor que eso. No me interesa el pene ni la barba ni la testosterona. Tengo todo el coraje y la agresividad que necesito. Pero claro que quiero todo lo que un hombre puede querer, como un hombre en un mundo de hombres, quiero desafiar a la ley. Frontalmente. Sin atajos y sin excusas. Quiero obtener más de lo que me prometieron al principio. No quiero que me cierren la boca. No quiero que me digan lo que tengo que hacer. No quiero que me abran la piel para hincharme los pechos. No quiero tener un cuerpo longilíneo de adolescente cuando me acerco a los cuarenta. No quiero huir del conflicto para esconder mi fuerza y evitar perder mi feminidad.

A los hombres les gusta hablar de las mujeres. Así no tienen que hablar de sí mismos. ¿Cómo se explica ese silencio con respecto a sí mismos? Porque sabemos que cuanto más hablan menos dicen. ¿Quizá quieren que seamos nosotras las que hablemos de ellos? ¿Querrán que digamos, por ejemplo, lo que pensamos de sus violaciones colectivas? Diremos que ellos quieren verse follando entre ellos, mirarse las pollas los unos a los otros, empalmarse juntos. Diremos que tienen ganas de metérsela entre ellos por el culo. Diremos que de lo que tienen ganas, realmente, es de follar entre ellos.

A los hombres les gustan los hombres. Nos explican todo el rato cuánto les gustan las mujeres, pero todas sabemos que no son más que palabras. Se quieren entre hombres. Se follan unos a otros a través de las mujeres. Muchos de ellos piensan en sus amigos mientras la meten en un coño. Se miran a sí mismos en el cine, se dan los mejores papeles, se sienten potentes, fanfarronean, alucinan de ser tan fuertes, tan guapos y tener tanto valor. De tanto escucharles quejarse de que las mujeres no follan bastante, de que no les gusta el sexo tanto como haría falta, de que no entienden nada, acabamos preguntándonos: ¿A qué esperan para darse por el culo unos a otros? Venga. Si eso os puede devolver la sonrisa, entonces es que está bien. Pero les han inculcado el miedo a ser maricas, la obligación de que les gusten las mujeres. Así que se sujetan. Refunfuñan pero obedecen y de paso, furiosos por tener que someterse, le dan un par de hostias a una o dos chicas.

¿Cuál es la autonomía de la que los hombres tienen tanto miedo que prefieren seguir callándose y no inventar nada nuevo, crítico, creativo, acerca de su propia condición? ¿Para cuándo una emancipación masculina? A ellos, a vosotros, os toca independizaros. Porque, al final, no somos nosotras las que tenemos más miedo ni las que estamos más desarmadas. El sexo del aguante siempre ha sido el nuestro. De todos modos, tampoco hemos tenido elección. Pero el sexo que se dice fuerte es precisamente al que hay que confortar, curar, cuidar. Al que hay que proteger de la verdad. La verdad es que las mujeres son tan cabronas como ellos y los hombres tan putos y tan madres como ellas. Todos estamos en medio de la misma confusión. Hay hombres que están hechos para ocuparse del jardín y llevar a los niños al parque y mujeres con un cuerpo capaz de agujerear la cabeza de un mamut, de hacer ruido y de tender emboscadas.

No sabemos exactamente qué riesgos correríamos si todos los arquetipos se vinieran abajo. Pero si no avanzamos hacia esa revolución de los géneros, sabemos exactamente hacia donde regresamos. Un Estado omnipotente que nos infantiliza y nos somete de tal modo que las mujeres ofrezca a los niños a la guerra y los hombres acepten dejarse matar por salvaguardar los intereses de tres o cuatro cretinos. La tradición machista es una trampa, una restricción severa de las emociones al servicio del ejército y el Estado. En una sociedad liberal el hombre es un simple consumidor y no es deseable que tenga más poder que una mujer. El capitalismo es una religión igualitarista, nos somete a todos, como lo están todas las mujeres.

El feminismo no es una reordenación es una revolución colectiva, para las mujeres pero también para los hombres y para todos los demás. No se trata de oponer pequeñas ventajas de las mujeres a los pequeños derechos adquiridos de los hombres sino de dinamitarlo todo. Y dicho esto: buena suerte, chicas.

(Virginie Despentes, Teoría King Kong)

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