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Carta con respuesta es un blog del escritor Rafael Reig. Dejad vuestros comentarios en este blog sobre vuestras preocupaciones políticas, sociales, económicas, teológicas o de cualquier índole, y él os responderá cada martes.

Sacrificium intellectus

Rafael Reig

Algo huele a podrido cuando una película se anuncia como irracional, como algo que sólo se puede comprender con las emociones, desechando el uso de la inteligencia.

Creo entender la ironía de David Martos ante algo que nos ofrecen más allá de la razón y me hago la misma pregunta que él: ¿qué hacemos con lo que sólo apela a nuestra emoción y quiere abolir nuestra inteligencia?

Se nos dice que es “una sucesión de escenas aparentemente inconexas”. ¿A qué viene el “aparentemente”, si nadie es capaz de explicar cuál es la conexión que late bajo las apariencias? ¿No serán, sin más, inconexas? ¿O es preferible o más prudente no poner al descubierto la conexión?

Se nos dice que lo más posible es que no entendamos de qué va la película, pero que además eso quizá no importa, que lo importante es sentirlo. ¡Barástolis! ¿Cómo que no importa? ¿Son lentejas o son órdenes de un sargento? No importa que lo entiendas, sólo tienes que sentirlo; es lo que diría cualquier arenga que manda a las tropas al frente en nombre de algo que no debe razonarse, sino sentirse (la patria, Dios, la grandeza del Reich, qué sé yo).

Se nos vende la película como “una historia de la que no podemos hablar con argumentos lógicos, ante la que sólo podemos reaccionar emocionalmente”. Eso en toda tierra de garbanzos se llama manipulación. Desconfiemos de todo lo que se dirige a nuestras emociones y excluye nuestra razón. El ejemplo clásico es un discurso de Hitler, que es refractario a todo análisis racional, que precisamente pretende impedir el uso de la razón, porque sólo quiere provocar una reacción emocional, propiciar cierto estado de ánimo excitando emociones (antisemitas, nacionalistas, de supremacía racial, delirios de persecución, etc.) Se nos pide que claudiquemos, que renunciemos a la inteligencia, que no razonemos y nos dejemos llevar por una emoción. ¿No es demasiado pedir?

¿Y cuáles son esas emociones, por cierto? ¿Hasta dónde nos llevan si nos dejamos arrastrar por ellas?

N.P.I. (Ni Pastelera Idea). No se sabe qué emociones serán, lo que da miedo, quizá sean las mismas que provocaba el Führer en Nuremberg. Al parecer hay que ver una película como quien se deja hacer cosquillas o conducir a la batalla de Stalingrado cantando himnos.

Naturalmente que el cine, como todo arte, provoca emociones. Lo sabe cualquiera que haya visto La diligencia, de John Ford, por ejemplo. Pero emociones reconocibles y sobre las que podemos hablar, no emociones secretas y a la carta, esotéricas, inefables y que muy turbias serán, cuando no nos atrevemos ni a decir su nombre.

Con todo, lo más sospechoso es el envase en que se nos ofrece desde los departamentos de marketing esta misteriosa eucaristía fílmica: “Es una cuestión de riesgo, de atreverse a armar el puzzle. Y, a primera vista, no corren buenos tiempos para los aventureros”. ¡Atiza, pero si parece una compañía de móviles o un nuevo coche para hombres con carácter! Atrévete, aventureros, riesgo… Eso suena a arenga para reclutar camisas pardas: no seas parte de la manada, atrévete, corre el riesgo, sé uno de los elegidos, etc. Cuánta palabrería, señor.

Mensaje recibido, sin embargo: “Ich habe gewagt”, “yo me atreví”, que fue el epitafio que Rudolf Hess hizo grabar en su tumba.

El otro día, en el instituto de nuestras hijas, les proponíamos mi amigo Juan Luis Conde y yo a los estudiantes de ESO una discusión sobre el dictum de Hegel: “Todo lo racional es real y todo lo real es racional”.

Lo único que queríamos era impulsarles a armarse contra la ofensiva de irracionalismo (o peor, razón corrompida, pervertida) que se nos viene encima, contra lo inefable, lo emocional, lo que no admite réplica y expulsa a la razón. O en otras palabras, el fascismo, que goza de muy buena salud.

También salió en el aula a relucir Wittgenstein, porque queríamos dejarles claro que: “La filosofía es una lucha contra el embrujamiento de nuestra inteligencia mediante el uso del lenguaje”.

Exacto, Ludwig. Y esto, más que una película, parece un conjuro mágico, un encantamiento de brujas, pura palabrería siempre peligrosa, un despiadado dios que nos exige el sacrificium intellectus de los jesuitas.

¿Que exagero? Pues claro que exagero. De sobra sé cuánto galimatías, palabrería que resuena de puro hueca y papanatismo hay en el mundo del cine y de la literatura. Y sé que no es para tanto, pero me queda, como a David Martos, la duda perturbadora: ¿será algo nuevo y diferente o será el indicio de la misma, sabida y sufrida, lucha contra la razón?

A veces hay exagerar, hay que sacar las cosas de quicio para entenderlas mejor: nada bueno puede venir de tanto irracionalismo para elegidos que se atreven.

A la pregunta decisiva de David Martos (qué hacemos con una historia que apela a nuestras emociones y soslaya nuestra inteligencia), ¿qué respuesta podemos dar?

Me parece que en la respuesta a esta pregunta nos retratamos todos.

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