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Carta con respuesta es un blog del escritor Rafael Reig. Dejad vuestros comentarios en este blog sobre vuestras preocupaciones políticas, sociales, económicas, teológicas o de cualquier índole, y él os responderá cada martes.

Todavía hay clases

Rafael Reig

Cercedilla —

El día que no conteste en primer lugar al comentario que me produzca más incomodidad, les he pedido a mis amigos que disparen contra mí, como se hace con el caballo que se ha roto una pata. Al menos así me ahorrarán el sufrimiento de haberme convertido en un botarate. Por tanto, la primera, en la frente.

Sí me pareció (un tanto) clasista al hacérmelo notar usted, don Egholam, como si hubiera lectores que viajan en clase turista y otros que leen el diario en preferente, y por eso decidí que tenía que pensar sobre ello. El pensamiento complaciente, el que nos hace sentirnos mejores, disipa las dudas y nos reconcilia con nosotros mismos, es la receta infalible de los jíbaros para reducir cabezas. Sé que usted opina lo mismo, porque su comentario aparece destacado y con el membrete de socio.

Lo primero que recordé fue el triste anuncio de Público cuando decidió cerrar su edición en papel. Una marea de indignación recorrió internet, hubo vestiduras desgarradas, hubo quien se retorció los cabellos y hasta mechones se arrancaba, y hubo también una consigna que corrió como la pólvora: mañana todos compraremos Público en el kiosco como muestra de solidaridad, se juramentaron los indignados, con rostros compungidos.

Santa palabra, solidaridad, aunque sé que no fui el único que se quedó atónito. “Ah, pero entonces ¿es que hasta ahora no lo compraban? Pues así se explica que cierre”, pensamos muchos, porque nos parecía como quien, cuando vuelve del gran centro comercial en el 4x4, se llena de indignación al descubrir que han cerrado la tienda de la esquina.

Entre paréntesis y para decirlo todo: las ventas escasas nunca ayudan a un periódico, pero el cierre de Público, en mi opinión, no se puede atribuir sólo a eso: el desinterés y los intereses empresariales son los verdaderos responsables. Cierro paréntesis.

La independencia de un periódico sólo la garantizan sus lectores, porque al final hay que preguntarse, como Josep Pla: y todo esto ¿quién lo paga? Si lo paga una compañía eléctrica, un banco o un empresario como el Sr. Roures, pues apaga y vámonos

Este es el motivo de que haya socios, como antes había en muchas publicaciones una “subscripción de apoyo”, un poco más cara que la normal, a cambio de lo cual te enviaban un libro de regalo o las tapas para encuadernar la revista a final de año.

Ser socio de eldiario.es cuesta 5 euros al mes y a cambio ofrece 5 beneficios: leer con anticipación ciertas cosas, los comentarios destacados, acceso a encuentros con la redacción, las consabidas promociones y descuentos, y lo que llaman “nuestra gratitud personal y profesional”.

Así las cosas, con semejante precio y tales privilegios, ser socio (5 euros al mes) no parece una cuestión de clase, sino una muestra de compromiso.

Y por otra parte, el trato de favor no lo es tanto, ya que no hay acceso a contenidos exclusivos. No se trata, por ejemplo, de que los comentarios de los socios aparezcan en primer lugar, por encima de los otros: tienen que hacer la misma cola y no pueden abordar el avión en su propio mostrador, como los pasajeros de primera. Sólo se indica que el comentario ha sido hecho por un socio. Sería, en mi opinión, “un tanto clasista” si hubiera ventajas exclusivas para los accionistas de la empresa, para los anunciantes o para los directivos, pero tampoco es el caso. Se trata de un simple reconocimiento simbólico a quienes participan (a un precio también bastante simbólico) en un proyecto común. A mí, en el bar al que voy a diario, me cobran las copas igual que a cualquiera, pero me saludan con un amable “qué pasa, Rafita”. ¿cuestión de clases? Qué va, es que soy parroquiano de misa diaria con mis dos whiskies todas las mañanas y, como los socios de eldiario.es, también cuento con la “gratitud personal y profesional” del camarero.

Así que, en definitiva, no lo veo clasista, don Egholam. Los asientos son del mismo tamaño, el equipaje de mano permitido es el mismo y no estamos separados por una cortinilla.

Sí veo más bien otra cosa que podría ser un beneficio colateral. Identificar a los socios contribuye a crear una comunidad y por tanto una cierta responsabilidad: alguien responde de lo que está diciendo, ya que al menos sabemos que está comprometido con el proyecto. A mí no me parece mala idea en internet, donde tanto abunda el anonimato, el comentario faltón y cerril firmado por un tal “pekenike 343”, el troll infatigable y rabioso que tira la piedra y esconde la mano.

Los socios, por tanto, no son ninguna élite inaccesible que goce de extraordinarios privilegios vedados al común de los mortales. Son, como en cualquier bar, los amigos de la casa. Cuando entran se les saluda por su nombre y, sin necesidad de pedirlo, se les pone lo de siempre. Pero pagan igual la cuenta, por supuesto, y esperan su turno.

¿Clasismo? Honestamente, después de que usted me invitara a pensármelo (se lo agradezco), creo que no es más que un saludo cordial.

Y cuando recuerdo a quienes, por solidaridad, iban por primera vez al kiosco a comprar el último número de Público (que al parecer no habían comprado hasta entonces), creo que los socios se lo merecen.

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