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Roger Pascual: “Para los familiares de los desaparecidos, la incertidumbre es peor que la muerte”

El periodista y sociólogo catalán Roger Pacual publica Desaparecidos en España / Vicens Giménez

Noelia Román

Barcelona —

La fotografía de los desaparecidos en Catalunya y España es una imagen en movimiento que el periodista y sociólogo Roger Pascual (Barcelona, 1978) congela en Desaparecios en España, mapa geográfico y sentimental de un drama que, para centenares de personas al año, se prolonga de por vida. Durante 12 meses y en diferentes puntos del estado, Pascual escuchó sus historias. Las aportaciones de policías, psicólogos y periodistas, también. Luego, las pasó por el antivirus del morbo y, a través de nueve casos referenciales, las condesó en este libro que, auspiciado por la editorial de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), pretende ser también un “reconocimiento a los desaparecidos y a sus familiares, los grandes olvidados de esta sociedad”.

Usted cuenta en su libro que, en España, desaparecen unas 14.000 personas al año y que las familias de un centenar jamás sabrán qué sucedió con ellas. ¿Es una cifra asumible o una barbaridad?

Si te afecta, te parece una barbaridad y, cuando menos, es inquietante. Las familias y la policía hacen todo lo posible, pero esa incertidumbre de por vida es algo muy duro, una bomba atómica que afecta a las relaciones entre ellos, especialmente a los hermanos que nacen o se crían en ese ambiente. Son los grandes olvidados y, al tiempo, un estímulo para que sus padres sigan adelante.

¿Qué sentimiento predomina en las familias víctimas de este drama?

Sentimientos muy contradictorios y, básicamente, de rabia e indignación ante la falta de sensibilidad en el ámbito policial y ante desamparo a nivel institucional. En el caso de niños desaparecidos, ganas de resolver la incógnita, pero con muchas dudas: qué hacer para ayudar; quieren encontrarlos vivos, pero si les pasó algo, piensan que mejor que fuera en el primer momento…

¿Qué le sorprendió más de todo lo que le contaron?

Descubrir que temas que deberían generar empatía hacen aflorar, en cambio, gente que pretenden lucrarse, como videntes y falsos detectives, gente que pide dinero en nombre de o para la familia de los desaparecidos, bromistas macabros. Es despreciable. Me impactó saber que la madre de Sara Morales, que desapareció en Canarias en 2006, recibió llamadas de una adolescente haciéndose pasar por su hija... La pobre mujer había cometido el error de poner su teléfono personal en los carteles...

¿Cómo ha cambiado el trato de las desapariciones en las dos últimas décadas?

Hay un ejemplo que lo ilustra: cuando, en 1997, Cristina Vergua desapareció en Cornellà, su búsqueda en un vertedero con ocho efectivos se paralizó porque alguien filtró que su coste ascendía a 50 millones de pesetas –unos 300.000 euros-. Hoy día, la búsqueda de Marta del Castillo se ha abierto por cuarta vez y con 240 personas participando en ella. Cada vez hay más empatía hacia estos temas, que ya no se frenan por dinero.

¿De dónde salen los recursos para las investigaciones?

Son recursos estatales, como en cualquier otra investigación. Es muy buena señal que en un caso como el de Marta del Castillo se haya reabierto la búsqueda por cuarta vez; es señal de la mayor sensibilidad que hay sobre este tema: en nuestra sociedad, como en todas, también es necesario poder enterrar el cuerpo de los muertos para que los vivos descansen.

Los familiares repiten en su libro que la incertidumbre es lo más duro…

Salvador Domínguez, cuyo hijo Alberto desapareció en Cullera en 1998, me decía que, durante años, sintió envidia de los familiares de las víctimas de atentados terroristas porque ellos, al menos, sabían qué les había sucedido. Para los familiares de los desaparecidos, la incertidumbre es peor que la muerte.

Usted refleja una notable evolución en cómo se afronta su búsqueda en los últimos años. ¿Cómo se ha logrado?

El padre de Cristina Vergua tiene mucho que ver con este cambio. Sin apenas recursos, creó Inter-Sos, una asociación que ha trabajado muy duro. Gracias a su presión y a la coincidencia en el tiempo de las desapariciones de Marta del Castillo y de Mari Luz Cortes, ambas en 2009, se estableció un protocolo de actuación y las bases de datos empezaron a compartirse entre los diferentes cuerpos policiales. Pero aún queda mucho camino por recorrer.

¿Se hace mejor en países de nuestro entorno?

El caso de la británica Madelaine McCann nos enseñó que estamos yendo hacia un modelo europeo e internacional de colaboración entre las policías y que sin la cooperación internacional no es posible resolver estos casos.

¿Catalunya ha hecho alguna aportación en este terreno?

Los Mossos d’Esquadra crearon, el año pasado, la primera oficina de atención al desaparecido. Es una novedad, aunque aún falten recursos y coordinación estatal, internacional y global.

Usted habla del SADAR como uno de los avances recientes. ¿En qué consiste?

A semejanza del AMBER en Estados Unidos, es un protocolo que, en los casos de desapariciones de menores de alto riesgo, activa todas las alertas y hace que se investiga desde el primer momento. A veces, también se aplica a las desapariciones de adultos sin causa aparente o de personas con enfermedades.

Eso es posible gracias a Internet. ¿Cómo ha influido su aparición y la eclosión de las redes sociales en la búsqueda de desaparecidos?

Dando difusión, que es lo fundamental. Las redes son una caja de resonancia que permite llegar a muchos más sitios. Cuando, en 1986, desapareció el niño Juan pedro Martínez en Murcia no existía Internet, todo iba por correo y los procesos eran mucho más largos. Ahora, una imagen puede llegar a todo el mundo a través de las redes sociales en cuestión de horas.

Pero también tienen sus riesgos…

Sí: su anonimato da rienda suelta a la gente macabra.

En su libro, usted también analiza el papel de los de los medios de comunicación en esta cuestión. ¿ Cree que, si fuera posible, los familiares preferirían que la búsqueda se hiciera sin repercusión mediática alguna?

No, porque ellos saben que los medios son fundamentales para dar la máxima difusión y para que la policía no desista, aunque a veces también puedan ser un problema, arruinar líneas de investigación o poner en alerta a los secuestradores y asesinos.

El jefe de la sección de desaparecidos de la Unidad Técnica de la Policía Judicial de la Guardia Civil asegura en su libro que la presión mediática no les afecta. ¿Se cree que la policía no está pendiente de lo que los medios publican en determinados casos?

La jueza María Sanahuja afirma que, cuando los casos están en los medios, los atestados son una maravilla, que los policías se esmeran más. Y, sinceramente, no creo que en la búsqueda de Marta del Castillo hubiera habido 240 efectivos si el caso no hubiera tenido la repercusión mediática que tuvo.

Pero usted es muy crítico con el trato que algunos medios han hecho de algunos casos y lamenta el 'todo vale' empleado por algunos.

En la búsqueda de la audiencia fácil se han hecho muchas cosas mal. Sólo hay que recordar el caso de las niñas de Alcàsser o el de Marta del Castillo: algunas cadenas de televisión pagaron a familiares de presuntos asesinos para que los defendieran en público. Ése es un dinero manchado de sangre. Y hay muchas maneras de presentar la realidad sin escarbar en lo más morboso.

Usted cita al periodista Paco Lobatón, presentador durante años de Quién sabe dónde, diciendo: “no se puede añadir más dolor al dolor”. ¿Es posible?,

Es cierto que, cuando los familiares cuentan de nuevo la historia, reabren la herida y reviven el drama, pero, al tiempo, mantienen viva la memoria de sus desaparecidos, algo muy importante para ellos. Es una contradicción en la que viven permanentemente. Yo les estoy muy agradecido de que me hayan abierto su corazón.

Es lo que usted resume con una metáfora marinera, la de la ola y la playa.

Efectivamente. En algunos casos, en los primeros momentos, hay una gran ola mediática, pero luego baja la marea y la playa se queda desierta con los familiares. Sienten una sensación de olvido, mientras que lo que ellos necesitan es que no se olvide su caso.

¿Qué importancia tuvieron en el trato de las desapariciones programas como Quién sabe dónde y Esta noche cruzamos el Mississippi?

Quién sabe dónde hizo una labor importantísima, resolvió muchos casos, sobre todo de desapariciones voluntarias e hizo una gran labor de sensibilización. Si miramos el caso de las niñas de Alcàsser y comparamos el trato que hizo de él la periodista Nieves Herreros o el Mississippi, están en el polo opuesto a Quién sabe dónde. Contemplar a Fernando García, padre de una de las niñas, viendo imágenes del cuerpo de su hija noche tras noche y planteando ideas delirantes, está en las antípodas del respeto necesario.

¿Quién y cómo se traza la línea entre lo que es informativamente relevante y lo morboso?

Yo creo que uno debe plantearse cómo trataría el asunto si el desaparecido fuera su hija, qué querría uno; seguramente, que el caso llegara al máximo número de personas posibles, que tuviera la máxima difusión pero con el máximo respeto, y también los máximos recursos posibles.

¿Apostaría por la creación de un decálogo deontológico para tratar los casos de desapariciones?

El sentido común tendría que ser suficiente, pero si no, tendría que haber límites: no pagar nunca por entrevistas a presuntos asesinos ni a sus familiares.

¿El sentido común le bastó para escribir Desaparecidos en España sin morbo y con rigurosidad?

Eso, el mirar con los ojos de un familiar y el escribir y reescribir muchas veces, tratando de encontrar el tono, huyendo del morbo y de la sensiblería barata para no aumentar el dolor de las familias y conseguir que sus voces y la del lector conformaran una imagen global que ellos podrían haber firmado.

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