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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

El barrio de La Mina, la droga y la importancia de las coronas

Fachada del mítico edificio blanco de la calle Venus de La Mina, en Sant Adrià

Yeray S. Iborra

Tres sillas frente al edificio Venus. El mítico de las carreras de coches entre la policía y el Torete y el Vaquilla en los ochenta en las pelis de Jose Antonio de la Loma. Tres señoras de negro impoluto toman el fresco con los pies enterrados por los frutos secos que no encuentran destino en sus bocas. Se están contando una historia tan buena que una de ellas tira toda la bolsa al suelo, mientras las otras dos ríen enérgicamente.

En el parque de al lado, un grupo de nueve hombres charlan de un taller mecánico y de los precios fabulosos que aplica. Dos niños que juegan con una pelota interaccionan con ellos cada vez que el esférico golpea la valla que hace de portería y pierden el control.

Es primavera y empieza a hacer calorcito a última hora de la tarde, la gente empieza a salir a la calle. La Mina repuebla las esquinas y los chillidos de niños que salen y entran de la calle del Mar, en el edificio blanco de la Parroquia, se escuchan desde cualquier rincón del barrio. La Mina vuelve poco a poco a la normalidad.

Su normalidad.

“Lo que aquí es normal no lo es normal en otros lugares... Pero sí, La Mina empieza a recuperar su ritmo tras las redadas”, explica el educador social David Picó, uno de los trabajadores del proyecto DesdelaMina.net, creado en 2003. Un medio de comunicación “de la comunidad a la red y de la red a la comunidad”. Un espacio de dinamización más impulsado por la Familia Salesiana, que lleva desde los los años 70 en el barrio; primero como Grupo Unión y ahora como Plataforma de Educación Social de la Mina. DesdelaMina.net está centrado en la dinamización a partir de las TIC. “Nuestra idea —muy salesiana también— es el acompañamiento, no queremos ser voz; una voz, en todo caso”, confiesa Picó.

—¿Cómo Está la Mina después de las redadas, el asesinato y la huida de familias?

—Bueno... La lesión ha sido importante. La presión mediática ha sido increíble —explica Picó desde la terraza del edificio de al lado de la Parroquia, desde donde se visualiza la cara este del barrio. Nacido en Badalona y estudiante de Filosofía, Picó lleva años como trabajador social, antes en el Raval y desde hace dieciséis en La Mina. Conocedor de los duelos del barrio, nos ha pedido explícitamente que no interactuemos con los vecinos, que no es “el mejor momento”. Y de cámaras, nada.

—Pero esto ya había pasado otras veces (redadas y enfrentamiento entre clanes), ¿qué diferencia hay esta vez?

—La prensa había venido, pero nunca había pasado tan rápido por aquí y había toqueteado tanto (y a la vez tan poco); a lo que sí estamos acostumbrados es que la redada se haga en once municipios, y en la prensa sólo salga la Mina —dice Picó, agrio, pero sin perder la sonrisa.

Picó es uno de los responsables del proyecto De sota, cavall i rei —impulsado por Desdelamina.net— que enfrenta el barrio a su principal problema prácticamente desde su creación: la droga. La droga se mezcla con todo. Pero especialmente con los clanes. Y también con las familias enfrentadas por el asesinato el pasado 23 de enero de uno de los miembros de los Baltasar, a manos de un miembro del clan de los Peluos en el Puerto Olímpico (con daños colaterales también para los Zorro y los Cascabeles). En febrero, como consecuencia del asesinato (aún en proceso de investigación) de un Baltasar, se produjo un éxodo masivo de miembros de los Peluos para evitar enfrentamientos en el edificio Venus.

En marzo, la Mina había convertido en un auténtico territorio comanche. La Plaça Camarón vacía, silencio en todos los rincones. Se ha podido saber que entre 300 y 500 personas se marcharon de los barrios La Mina y de Sant Roc (Badalona). Se llegó a notar incluso en las escuelas; hoy el centro de los Salesianos está lleno de niños arriba y abajo, que disfrutan de las actividades extraescolares.

Para recobrar la normalidad, desde Desdelamina.net se plantearon hacer una serie de cuatro artículos para hablar del barrio, del mercado, de los profesionales y de los usuarios de la droga. Además de una mesa de participación prevista para el 6 de mayo, el Espai L. Todo contando con voces testimoniales y expertas. “La propuesta nace dentro del consejo editorial del proyecto, del que son miembros entidades o los líderes vecinales. Es un espacio que marca líneas de trabajo. El año pasado abordamos las elecciones o hace dos los procesos de realojo del edificio Venus”. Para hacer posible los artículos han hablado con agentes vinculados al barrio, como el escritor Josep Maria Monferrer (autor de Historia del barrio de La Mina en tres volúmenes), el psicólogo Pedro Llorente o el antropólogo Oriol Romero. Además del CAS del Fòrum, los Mossos, educadores de calle, y miembros de El Local, el espacio de venopunción. “La idea era evitar la banalidad”, añade Picó.

De sota, cavall i rei es un juego de palabras que relaciona el juego de cartas con las drogas, donde también se combinan la habilidad y la estrategia, según Desdelamina.net. El primero de estos artículos analiza el mercado. El segundo tiene relación con los usuarios. “Al principio queríamos hacer retratos más humanos pero al final hemos hecho una historia tipo. Javier habla por muchos Javieres”, destaca Picó. Cada lunes publican un artículo nuevo en el portal.

La Mina siempre ha sido una ciudad informal, con una economía informal. Su nacimiento en los 70, condicionado por el desalojo de los barrios de barracas de Barcelona, viene marcado por las transacciones entre particulares, los trapicheos, y por la construcción de mitos alrededor del barrio. “Haciendo hemeroteca, en los ochenta vemos los mismos titulares que en la actualidad”, describe David Picó. La droga al principio ni siquiera era un problema en el barrio, el mercado era “más pequeño” y el hachís, la droga con más salida en el momento, estaba “de moda” y —matiza Picó sobre las conclusiones de la investigación pe a el artículo de el mercado— “bien vista”. La heroína lo cambia todo.

El artículo recoge como las conexiones intrafamiliares con otros lugares de España hacen del barrio un lugar ideal para la llegada de las drogas blandas. En poco tiempo se pasa del trapicheo al negocio en mayúsculas.

“El paro y la droga matan a nuestros hijos, ¡basta ya!”, reza uno de los grafitis, junto con una ilustración de un niño muerto, sostenido por dos mujeres que lloran, del barrio de La Mina. Los ochenta son los de la crisis de la heroína en el barrio: el crecimiento de vendedores y consumidores es exponencial. Los noventa responden a la resaca: la misma que sufre el barrio cada cierto tiempo, cada cuando se le pone en el centro de la atención.

La llegada de otros tipos de usos de las drogas —el lavado de cara recreativo con el éxtasis y las drogas de diseño en los noventa, por ejemplo— no afecta a la Mina. “No ha variado mucho el perfil de consumidor desde los años setenta”, dice Picó. Sigue predominando el menudeo en el barrio: droga consumida al instante. Pequeñas dosis. El artículo explica que las unidades son tan pequeñas que incluso se pueden intercambiar por objetos —muchas veces relativos a robos—, lo que vincula a más personas al mercado.

“El mercado se mueve mucho, cada tres meses evoluciona, las mismas batidas ya han provocado cambios”. Cuando se habla del mercado se tiende a pensar en agentes desorganizados; los expertos, en el artículo, desmienten esta estructura... Las corporaciones que controlan el ritmo de acción de las drogas son grandes.

“A nosotros nos gusta entender el problema de La Mina por círculos, por coronas. Y una de las coronas más importantes de la droga es el mercado, porque se toca con las familias, con los clanes. Si hay redada no sólo está implicada la policía y los posibles delincuentes o víctimas, también todo su entorno. Y, como consecuencia esto conlleva la creación de una nueva organización”, destaca Picó.

“Todo afecta al barrio, pero saldrá de esta”. Cuando nos vamos, dos chicas jóvenes corretean por detrás nuestro. Nos pasan por la derecha, rápidas como un coche de alta gama.

—Eh, ¡que te robo el casco! —se gira una de ellas, con una sonrisa socarrona. Las dos se marchan riendo y cantando. Ejemplificando la bendita y burlona normalidad del barrio.

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