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Wajdi Mouawad: “Yo he bailado la muerte de un hombre”

Toni Polo

“Mi intención no es contar una historia terrible porque sí”. Toda esa dureza que nos estremece en la novela de Wajdi Mouawad Ánima (Destino en castellano, Periscopi en catalán) o en sus dramas teatrales (recientemente, la aclamadísima Incendis y Litoral y, ahora mismo, hasta mañana, Seuls, en el Lliure de Montjuïc) está justificada en la infancia y en la educación de este escritor y dramaturgo libanés crecido también en Francia y en Quebec. “La identidad en mí ha estado vinculada al odio hacia el otro”, dice, con timidez pero con seguridad, en un encuentro con periodistas en la célebre librería francesa de Barcelona Jaimes. “Odio al que no forma parte de mi comunidad. Me enseñarona a detestar lo musulmán, lo palestino, lo israelí, lo chiíta... sólo porque no eran cristianos maronitas. Y, de niño, aquello era algo normal. Cuando leíamos que había muerto un chiíta, por ejemplo, nos poníamos a bailar en la calle. Yo bailé la muerte de un hombre”.

Ánima narra, sin omitir la violencia, la crueldad ni el dolor, la búsqueda de un asesino. Wahhch Debch era feliz hasta que descubre el cuerpo de su esposa destrozado a cuchilladas en el salón de su casa. El dolor lo lanza a la búsqueda del violador y asesino pero no por venganza “sino por supervivencia”: “No quiero matarlo, no me mueve la sed de venganza, ni siquiera me invade la cólera. Sólo quiero ver su cara, saber quién es (...) Quiero estar seguro de que él no es yo”, dice Wahhch. Esta búsqueda, así, se convierte en la recuperación de la identidad del propio protagonista, que va descubriendo recuerdos brutales en pliegues de su infancia: “Cuando vi muerta a Lénoie [su esposa], recordé que de niño me habían enterrado vivo bajo tierra”, rememora el protagonista. “La identidad es una experiencia”.

En la odisea que lo lleva por reservas indias entre Canadà y Estados Unidos, Wahhch, que reconce sentirse de otra reserva, “la de Sabra y Chatila” (la matanza de cerca de 2.400 refugiados palestinos –la mayoría, mujeres, ancianos y niños- en Beirut, en 1982, durante la guerra de Líbano). El horror que esconde el personaje está en consonancia con el horror que lo rodea. Aún así, Mouawad no lo da todo por perdido: “No puedo narrar una historia que diga que no hay esperanza”, asegura.

La esperanza, en su vida, se la proporcionó el exilio. “En Francia o en Quebec conocí a gente a la que me habían enseñado a odiar”, explica el autor. “Me casé con una mujer judía, el protagonista de Ánima es palestino...” Todos aquellos sentimientos que “con todo el cariño”, le inculcaron sus padres, se desmoronaron, pero siguieron bajo los pliegues de la vida. “Veo ese insecto dentro de mí pero sé que no debo matarlo, sino controlarlo”, explica. Rasgos autobiográficos que encontramos en el protagonista de la novela, “el personaje más cercano a mí de todos los que he creado”, reconoce el autor.

Visión animal

Para resaltar tanta maldad, tanto odio, tanta violencia del ser humano, Mouawad recurre a los animales como voz narrativa. Conceder ese protagonismo a las bestias le permite reflexionar desde fuera sobre la naturaleza humana: “Los humanos presumen de todo: dicen Mi casa, Mi mono, Mi mujer, Mis negocios... Los humanos están solos”, piensa un mono, uno de los relatores de la historia. “Han recibido el don de la verticalidad y, sin embargo, se pasan la vida encorvados por un peso invisible”. Esta opción narrativa no es “ni retórica ni teórica”, comenta Mouawad.

Los personajes de la obra del libanés tienen un punto en común, algo que está muy claro en el mundo occidental (europeo) pero no tanto en África, por ejemplo: “Saben que el mundo de la sociedad, de la política, del progreso está separado del del misterio y la naturaleza”. De hecho, pensó en titular la novela algo así como Hibrididad, “pero era una palabra más fea que Ánima”.

Mouawad se siente a gusto en la novela. Reconoce que este y no el teatro es su territorio natural. “Siempre quise escribir novelas, pero estaba aprendiendo francés”, revela. “No leía obras de teatro, los autores que leía eran Victor Hugo, Fafka, Stendhal, Dostoievski... y quería ser como ellos o nada”. Pero la necesidad que sentía de escribir era superior y, por eso, se lanzó a escribir teatro: “La dramaturgia fue un salvavidas”. “Necesito estar solo para escribir a gusto y esa soledad sólo me la da la novela: la palabra nunca se me va a quejar porque solo la utilice una vez en 400 páginas; un actor sí se lamentaría... En el teatro tengo que gestionar a los demás y eso me cansa”.

Sin llegar a decir que no va a escribir más teatro, Mouawad sí reconoce que “teatralmente hablando Incendis me aburre”. Se refiere a que está harto de que la gente, en los estrenos de sus otras obras (todas han conocido éxitos importantes), siempre las comparen con esta.

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