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De la casa de Cupiello a la de María Moliner

Bajo las bóvedas de la Biblioteca de Catalunya está la casa de Cupiello... /Bitó Cels

Toni Polo

La casa de Cupiello aún sigue abierta en la Biblioteca

No quedan muchos días para volver la vista atrás, a la Navidad, en la Biblioteca de Catalunya. Hasta el 27 de enero, Oriol Broggi y Ferran Utzet mantienen abiertas las puertas del hogar de la familia Cupiello. Una casa de Nápoles, del Nápoles de Eduardo de Filippo, ese Nápoles pícaro, chafardero, pobre, clasista y machista. Entrañable, a pesar de todo.

El teatro se convierte en la modesta casa de los Cupielllo y el público asiste (participa, casi) a una jornada navideña en la que la mujer, Concetta, prepara la cena de Navidad y lidia con todo lo que se le viene encima: la meticulosa, orgullosa e irritante elaboración del pesebre del padre de familia, Lucariello; con las actitudes picarescas del hijo, un vago declarado; con las hipocondríacas quejas del cuñado; las pasiones escondidas de la hija, su marido y su amante; y las intromisiones (siempre bien recibidas) del portero. La representación es un cuadro costumbrista, realista y muy divertido de la sociedad del sur de Italia de mediado el siglo pasado. “Vas a ver una comedia, te lo pasas muy bien y sales del teatro con la impresión de haberte quedado con cosas importantes de la vida cotidiana”, comenta Oriol Broggi, que defiende un teatro que “nos cuente el máximo de cosas”. Y lo consigue. Ni más ni menos.

El montaje ya es conocido en Barcelona. Es la tercera vez que La Perla 29 lo programa, pero Broggi y Utzet (que esta vez la dirigen juntos) apuntan más a una reinvención que a una simple resposición. Los cambios en el reparto (sólo repiten dos personajes), con Boris Ruiz en el papel de pater familias que en su día interpretó Pep Cruz, ayudan a esta reinvención sin alterar el ritmo, el espacio, el humor de aquella casa instalada bajo las bóvedas de la Biblioteca y que ya se ha vuelto acogedora para muchos barceloneses.

Tanto es así que la intención de la compañía es convertir la pieza de De Filippo en un clásico de las navidades en la ciudad. “No es fácil y tal vez sea pretencioso”, admite el director. “No podemos asegurarlo, nuestro público ya ha visto Natale, nuestro reto es que repitan y que más gente lo conozca”.

Espinosa en la Sala Gran

En el TNC Albert Espinosa abre la apuesta del Teatre de llenar la Sala Gran con representantes de la nueva dramaturgia catalana contemporánea. Le seguirán Jordi Casanovas, Pere Riera y Marc Rosich. Espinosa, a su vez, con Els nostres tigres beuen llet, apuesta por una historia emotiva, dura, triste pero también tierna y con toques de humor que, como él mismo dice, “nos puede enseñar a ser felices”. A través de cinco hermanos, a los que vemos de adolescentes y, en otros actores, de adultos, el autor, que dirige y también interpreta la obra, firma un homenaje al fútbol, al cine, a la familia y a la memoria.

Al ritmo trepidante de música felliniana, sobre un campo de fútbol en el que los cinco hermanos jugaban de pequeños, bajo la atenta mirada del padre, director de cine, sucede un viaje de veinte años en el que esos niños, ante la enfermedad (¿y locura?) del padre se encontrarán entre ellos y con ellos. Es decir, con lo que fueron, desde el momento en que sus vidas se torcieron. Como halcones que van a pie, o como tiburones que se ahogan en el agua o lobos que quedan encerrados en jaulas abiertas, los tigres de Espinosa beben leche. ¿Son inofensivos? No, “cada familia tiene los cobardes que se puede permitir”, se dice en la obra. La lección de que todos podemos ser felices

Durante las vacaciones navideñas, adolescentes expectantes llenaban media sala. El efecto llamada de los polseres vermelles (muchos, presentes en la obra) es poderoso entre este colectivo.

Andreu Benito es el intransigente y luego desmemoriado padre; Andrés Herrera, Joan Carreras, Francesc Garrido, Andreu Rifé y el propio Espinosa, los hijos “mayores”; los jóvenes Jaume Madaula, Carlos Cuevas, Mikel Iglesias, Daniel Sicart y Albert Baró se corresponden con los personajes mayores en este orden; Àngela Jové es la madre y Clara de Ramon la hermana pequeña, desfasada, la que siempre ha estado junto al padre tras la desaparición de la madre. La que hará que sus hermanos superen los obstáculos que han tenido en sus vidas y que tal vez, como cuando eran pequeños, acaben jugando a fútbol, de nuevo, ante la atenta mirada del padre. No será fácil conseguirlo, la vida y los recuerdos forman una encrucijada, una telaraña de la que es difícil salir. Se trata de aprender a ser felices.

‘El diccionario’ nos descubre a María Moliner

Los desafortunados cambios obligados por razones de “causa mayor” (palabras de Julio Manrique, director del Romea) que han hecho caer de la programación las obras de Calixto Bieito (por problemas en el reparto) y de Sol Picó (que se recupera de una lesión) se han resulto con una feliz solución. El diccionario se nos abre en la sala del Raval (hasta el 10 de febrero) directamente de La Abadía de Madrid, donde ha conocido un éxito importante. Vicky Peña da vida a María Moliner, la autora del Diccionario de uso del español, en el que ella, una mujer, una bibliotecaria humilde y trabajadora, se atrevió a corregir a la mismísima Real Academia. Helio Pedregal es el médico que le diagnostica una enfermedad por la que Moliner perderá la memoria, un personaje muy conservador que, poco a poco, irá abriéndose gracias a su relación con la protagonista; Lander Iglesias es el marido, un físico izquierdista que sufrió una depuración por el régimen franquista.

“Tuvo una vida durísima pero maravillosa”, comenta Vicky Peña de su personaje. “Perdió a una hija muy pequeña, por ejemplo, pero también sufrió un golpe muy duro para una intelectual como ella, que fue un juicio de depuración que la relegó a un puesto meramente técnico en al Escuela Técnica de Ingeniería. Toda una malversación perversa”.

Manuel Calzada, autor del texto que dirige José Carlos Plaza, descubre a una intelectual injustamente tratada por la vida. “La obra es un homenaje al lenguaje pero, sobre todo, a la libertad y al compromiso”, dice Calzada. “No es una tragedia griega pero creo que en este mundo nadie se va de rositas, todos tenemos amarguras… y María se fue bien despachada. Se libró de la cárcel, igual que su marido, pero las carreras de ambos quedaron truncadas”.

No podemos decir, sin embargo, que la osadía de Moliner se haya superado. “Sigue habiendo definiciones en la RAE que manipulan el lenguaje”, se queja Calzada. “Palabras como ‘dictador’ ha sido un ejemplo durante muchos años, pero aun ahora se detectan manipulaciones, como son los casos de palabras como ‘nacionalidad’ o ‘referendum’. He leído en un artículo reciente que la edición digital del diccionario oficial ha modificado esas definiciones”. De hecho, podemos leer que una de las acepciones de nacionalidad es: Comunidad autónoma a la que, en su Estatuto, se le reconoce una especial identidad histórica y cultural. ¿Recuerdan la polémica con otra palabra, ‘nación, cuando se debía aprobar el Estatut?

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