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Sobre este blog

Este blog pretende servir de punto de encuentro entre el periodismo y los viajes. Diario de Viajes intenta enriquecer la visión del mundo a través de los periodistas que lo recorren y que trazan un relato vivo de gentes y territorios, alejado de los convencionalismos. El viaje como oportunidad, sensación y experiencia enlaza con la curiosidad y la voluntad de comprender y narrar la realidad innatas al periodismo.

La Rioja, con sumo gusto

Vista del centro del pueblo riojano de Briones / Toni Polo

Toni Polo / Toni Polo

Tres días por La Rioja dan para mucho. No te la acabas. Pateas calles, recorres kilómetros de carreteras amparadas por viñedos, respiras Historia (con mayúscula, sí), te sientes peregrino del Camino de Santiago y se te evapora el cerebro por la pituitaria buceando entre cubas de vino de la tierra.

Logroño, Laurel

Logroño, LaurelLlegamos a Logroño en vigilia de festivo. Un par de tapitas y un vinito y a descansar, porque mañana toca un ligero madrugón para visitar la primera bodega y conocer la Rioja Alta. ¡Ja! Después del primer par de pinchos por la calle del Laurel asumimos que los de “un par de tapitas” no era más que un eufemismo que nos dictaba nuestro inconsciente, más consciente que nosotros mismos. Dicen las malas (¿malas?) lenguas que esta mítica calle es la que acumula más bares por metro lineal de España y, por ende, del mundo. Con la Travesía del mismo nombre, el Laurel dibuja una L que los foráneos (más que los autóctonos) acaban recorriendo haciendo eses. (Tal vez, pienso, lo suyo sea hacerla como el Camino de Santiago, por etapas.)

Cada bar de la zona (no podemos olvidar las calles adyacentes: San Agustín, Albornoz y, más allá de la concatedral, San Juan) tiene su especialidad. Caminamos directos al Soriano: pincho de champis. No hay nada más en la carta. Ni falta que hace. Tres setitas dispuestas con maestría una encima de la otra sobre la rebanada de pan y coronadas por una gamba. Para beber (que no simplemente acompañar), un crianza. Eso se pide por allí: garantía de calidad, el del bar decidirá de qué bodega te lo pone. Será bueno.

El gentío es variopinto. De edades, de sexo y de intenciones (atención a las despedidas de soltero: hay bares hartos y “no las atienden”). Un pincho de tortilla, un pimiento relleno, un huevo roto, una orejita de cordero, una tosta de foie con queso de cabra, unos morritos, una brocheta de langostino con piña (en serio), un pincho de sepia a la plancha, una carrillera de cerdo ibérico, un txangurrito, un bacalao en tempura, unas hamburguesitas, una piruleta (sic) de solomillo con salsa de boletus… cualquiera de estos manjares, más elaborados o menos, no hacen distinción de estómagos: el de los jóvenes, el de los adultos, el de los niños, el de los ancianos…

Viña Tondonia, el aroma de la historia

Viña Tondonia, el aroma de la historiaLas dos tapitas (dos docenas) y el vinito (otras tantas copas) nos dejan fatal… de bien. A la mañana siguiente no hace falta desayunar. Carretera a Haro (no hace falta coger la autopista). Hay bodegas y bodegas (y más bodegas… ¡por todos lados!). Visitamos la de López de Heredia. Para los paganos (como yo), Viña Tondonia. Un lujo. El respeto por la tradición convertida en vino. Aquí todo se hace tradicionalmente, como se ha hecho siempre (“cambiamos las mulas por el tractor y poco más”, aseguran). Los aromas del vino se mezclan con los posos de años de historia de la bodega, fundada en 1877 por Don Rafael López de Heredia, cuando, tras la tercera Guerra carlista supo aprovechar la filoxera que acabó con las cepas bordelesas para acabar creando su propia bodega y toda una institución de los caldos universales.

Se trata de una bodega autosuficiente, puesto que cuenta hasta con el taller donde los maestros toneleros (“a ojo de buen cubero”, ya saben) construyen las cubas con madera de roble. Allí los vinos descansarán el tiempo pertinente hasta obsequiarnos con los distintos crianzas, reservas, grandes reservas… El stock (palabra casi malsonante en esta bodega delicada y artesanal) es impresionante: allí reposan botellas de las mejores añadas de la historia a la temperatura ideal en espera de alegrar afortunados y selectos paladares.

La degustación de Tondonia y de Gravonia, el blanco de la bodega (a ciegas, más de uno lo confundiría con tinto), maridada con un excelente jamón, es una experiencia única. Nos explican que el nombre de Viña Tondonia viene del meandro (también llamado tondón) que hace el Ebro a su paso por Haro. Glorioso meandro, pues, donde las aguas del río más caudaloso de España alimentan los líquidos más caldosos…

El paseo por Haro se hace inevitable. Y a punto estamos de caer en las garras de las tapas. Cuesta resistirse a un saquito de setas con salsa de hongos, mostazas y pan de pasas o a un canutillo de bacalao trufado con mermelada de tomate en el Beethoven. Una de cada, dos criancitas y para la carretera. Nos espera Briones, pueblo fundado en el primer siglo de nuestra era y que no ha perdido ni un gramo de su encanto. Un conjunto histórico reconocido universalmente, plagado de ermitas y cerrado por murallas, que invita a callejearlo.

La parada obligada es en el restaurante Los cuatro arcos, excavado, diría, en la muralla y muestra de la gastronomía de la zona. Caen unas reconfortantes patatas a la riojana, unas verduras de las huertas de la ribera del Ebro, unas costillitas al sarmiento (el brote largo y delgado de la vid recogido tras la poda) y un bacalao a la riojana, con su samfaina. La siguiente parada es Laguardia, ya en la provincia de Álava. Un antiguo asentamiento celtibérico que se remonta al siglo XI antes de Cristo. Es un privilegiado balcón a las lagunas y los campos de la Rioja alavesa y a sus cielos caprichosos. Las vistas desde el mirador del pueblo pero, sobre todo, desde la torre, son obligadas.

Logroño peregrino

Logroño peregrinoLa segunda jornada merece dedicarla íntegra y peligrosamente a Logroño. El paseo puede empezar en el Cubo del Revellín, un fortín de estructura cúbica con una exposición permanente sobre la historia de la ciudad y con los restos de las antiguas murallas, pasar por el Parlamento, una parada imprescindible en el mercado de San Blas, la concatedral de La Redonda, sus iglesias, sus edificios singulares, su casa de las ciencias, a orillas del río, sus cigüeñas, tan tranquilas, en sus nidos en campanarios o en postes de la luz, y sus puentes sobre el Ebro. Todo se puede recorrer dignamente en una jornada, avituallados por los ya conocidos bares y restaurantes del centro logroñés y al ritmo de los muchos peregrinos del Camino de Santiago que recorren, a cualquier hora y con cualquier aspecto (los hay de todos tipos y pelajes) la ciudad, hasta abandonarla por el puente de Piedra, en busca del Apóstol, allá en Galicia.

A lo hora de la cena tocará hacer la vista gorda en los bares del centro (tarea ardua y difícil) y sentarse a la mesa de uno de los restaurantes, igualmente acreditados, en plena Laurel. La Senda es representativo de lo que ofrecen las mesas riojanas: pochas y menestra de verduras para empezar; más costillas al sarmiento (se habrán dado cuenta de que valen la pena, ¿no?) y manitas de cordero, melosas, sabrosas, gustosas… para seguir y culminar con una lecha frita que nos acabará empujando a una siesta más que necesaria. La ruta cultural tiene que seguir… y la Laurel siempre mantiene sus puertas abiertas.

Monjes y más bodegas

Monjes y más bodegasLa tercera jornada la van a copar San Millán de la Cogolla y sus monasterios, Suso, el de arriba, perteneciente al Gobierno, y Yuso, el de abajo, perteneciente a los agustinos recoletos desde la desamortización de Mendizábal. Patrimonio Histórico de la Humanidad, el monasterio de Yuso destaca por su valor lingüístico. A pocos metros, en Berceo, Gonzalo de Berceo escribió las primeras poesías en lengua castellana y, en este mismo monasterio, un monje anónimo escribió las primeras palabras en castellano, las Glosas Emilianenses, cuando decidió que la gente del pueblo debía entender lo que se decía sólo en latín. Estábamos a principios del siglo XI. El monje, no contento con entrar en la historia del idioma español, dejó también las primeras palabras anotadas en vasco. De hecho, en la zona se habló también esa lengua.

Y de monasterios a catedrales. Vale la pena pasar por Santo Domingo de la Calzada, a orillas del Oja, río que da nombre a La Rioja, y visitar su catedral (comenzada en el siglo XI) y subir hasta lo alto de la Torre Exenta (está apartada del edificio de la catedral) en busca de horizontes lejanos.

Badarán, vino, chorizo y pan

Badarán, vino, chorizo y panAcabada la visita, espera nuestra segunda bodega de la ruta, la de David Moreno, en Badarán, a cuatro pasos de San Millán. Es moderna y mucho más reciente que la de López de Heredia. La fundó un vecino que emigró a Barcelona, donde trabajó como ingeniero en la Seat pero que nunca olvidó sus orígenes y, a contracorriente, fue de la ciudad al campo (regresó a su campo) para fundar su propia bodega y crear sus propios vinos. Aquí no vemos cubas centenarias, aunque sí son de roble americano; aquí tiran de materiales modernos, relucientes, metálicos con todas las garantías, pero “las paredes –igualmente- lloran de gusto”. El gusto que le dan los años de reserva, el moho de los muros, la temperatura y el cuidado al que son sometidos los vinos. Es una muestra significativa del buen hacer bodeguero de la comarca. Así lo detectamos en la degustación posterior: como dice el dicho del pueblo, “Badarán, vino chorizo y pan”. Eso es lo que se cata. Los caldos de David Moreno (excelente la selección de La Familia) nada tienen que envidiar a las mejores bodegas de la comarca.

Nos recomiendan cualquier restaurante del pueblo: “en todos se come bien”. Optamos por el Cantinflas y, efectivamente, se come como un rey. Los caparrones (judías pintas) con su tocino, su chorizo, su col… y un codillo al horno nos deja el estómago repleto.

La noche nos volverá a recoger en Logroño con todas sus consecuencias. Ya empezamos a ser menos peregrinos y más riojano. Es lo que tiene esta tierra: te atrapa y te convierte. Con sumo gusto.

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