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La meritocracia laboral, una trampa para las mujeres

Maria Àngels Viladot

Hace 45 años que vivo en pareja con un ingeniero industrial. Me cuenta que entre los estudiantes de su promoción había una rara avis: una chica. ¿Era bonita?, o bien, ¿era ingeniera?, las dos cosas a la vez era algo imposible. En cualquier caso, se la consideraba una foránea: no podía formar parte del grupo de los ingenieros, una carrera de hombres. En el curso 2014-2015 había 6.522 titulados de grado y master... de este total, aproximadamente 600 eran chicas. Un escaso 10%.

Hoy en día hay muchas mujeres jóvenes que piensan que la discriminación no existe y que si actúan siguiendo los principios de la meritocracia llegarán donde quieran. Este pensamiento democrático tan loable está desgraciadamente muy lejos de la realidad. La meritocracia va en detrimento de las mujeres porque no reconoce las discriminaciones sistemáticas que éstas viven en los ámbitos laborales. Pensemos sino, en los sesgos en la selección de candidatos y candidatas para alcanzar un empleo, en las injusticias en la promoción laboral, en las dificultades para encontrar mentoras, en la exclusión de las mujeres de las redes informales de relación laboral que establecen los hombres, redes de relación que son muy importantes para subir o mantenerse en las esferas de decisión; pensemos también en los tratos a veces vejatorios y de acoso sexual que aplica el grupo masculino....

Los detractores de las acciones afirmativas (la discriminación positiva) postulan que estas acciones son discriminaciones hacia el grupo de los hombres; defienden que si algunas mujeres han llegado al pico más alto de la organización (la excepción que confirma la regla) también puede llegar el resto. Y esta farsa les permite decir que si sus contrapartes femeninas no llegan a las esferas del poder o a posiciones elevadas es por culpa de deficiencias personales o incapacidades. Y así el grupo masculino se queda tan ancho y sin un ápice de culpabilidad.

La meritocracia es un mito porque cuando las mujeres quieren romper el techo de cristal sirve de poco, aunque muchas mujeres jóvenes no se den cuenta. Se usa para justificar descaradamente el estatus quo. La ideología de la meritocracia implica obviar expectativas sociales, significados, atribuciones, reconocimientos y consecuencias diferenciales que tienen las conductas de hombres y mujeres en contextos particulares (un ejemplo claro es la diferente atribución e interpretación que se hace cuando hombres y mujeres demuestran ambición: se espera y se valora positivamente que los hombres sean ambiciosos pero si las mujeres se muestran como tales, se las cuestiona vigorosamente).

¿Qué podemos hacer? Soy de la opinión que se debería apostar por una concepción social que reconozca la diversidad y la variabilidad humanas como valor enormemente trascendente. Insistir en la riqueza que aportan las diferentes identidades de género, raza, color y etnia cuando trabajan juntas.

El reconocimiento tanto por parte de los hombres como por parte de las mujeres sobre la diversidad y la variabilidad humana haría que las mujeres no sean la alteridad que debe luchar contra un telón de fondo impasible (me refiero a los hombres como grupo universal con el que nos comparamos y tomamos como guía para construir nuestra propia identidad). La diversidad es en mi opinión un valor importantísimo para que muchas más mujeres puedan entrar en ámbitos laborales tradicionalmente masculinos y alcanzar puestos de alta responsabilidad. Pero hace falta trabajar a fondo para ahuyentar los estereotipos automáticos y, sobre todo, las valoraciones negativas que nos desacreditan como grupo. La diversidad como un valor conllevaría la desaparición de la brecha salarial, no tener que confrontar y luchar por la conciliación doméstica, no tener sentimientos de culpabilidad en la creencia de que desatendemos a niños y niñas... Significaría la igualdad en la diferenciación de cada uno. Hoy por hoy muchas mujeres saben lo que les espera y renuncian; otras, abandonan sus carreras y construyen sus propias empresas y trabajos.

Las leyes son necesarias, obviamente, pero a veces crean el espejismo de que ya hay alguien que se ocupa de la desigualdad y la discriminación y que, por tanto, no debemos preocuparnos. Personalmente creo que se debería trabajar muchísimo más para convencer que sólo a partir de los valores de la igualdad en la diversidad humana podremos construir organizaciones más humanas, más ricas y enriquecedoras y mucho más competitivas.

Desde el punto de vista puramente económico es una malversación no aprovechar las potencialidades del 50% de la población que se ve empleada por debajo de sus capacidades para una discriminación basada en prejuicios y estereotipos. Es más, es una irresponsabilidad prescindir de los nuevos puntos de vista, de los nuevos modos de enfoque de los problemas y de las decisiones que pueden aportar las mujeres en todos los ámbitos laborales y en las esferas del poder.

Igualmente, la sociedad tiene que poner en valor la procreación como algo ineludible a medio y largo plazo. La organización económica y social descarga toda la responsabilidad de la procreación, el cuidado y la atención de las personas mayores sobre la espalda de las mujeres. Y lo hace aplicando los estereotipos y distribución de roles por razón de género. Todo ello sitúa a las mujeres en desventaja en el desarrollo de sus carreras profesionales y hace que se reduzca la descendencia; en nuestro país, la media de hijos / hijas por mujer debería alarmar de lo más. Si no se pone remedio, en pocos años la pirámide de edad habrá invertido. El número tan bajo de descendencia tiene graves repercusiones en el mercado de trabajo: significa poca entrada de jóvenes en el mundo laboral y un envejecimiento de las plantillas, al tiempo que crecen las dificultades para el mantenimiento de las pensiones.

Por lo tanto, la procreación debería ser una responsabilidad prioritaria de toda la sociedad. No es ahora el momento de detallarlo pero Islandia podría ser un modelo importante a tener en cuenta.

Creo que muchos hombres se añadirían a esta manera de ver las cosas y es en esta línea que considero que los estamentos políticos y sociales deberían dirigir los pasos: construir el valor de la diversidad y perseverar con acciones de convencimiento que acompañen las reglamentaciones absolutamente necesarias.

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