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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

La gentrificación más allá de Barcelona: la expulsión de los vecinos del casco antiguo de Girona a causa del turismo

Los escaparates con objetos de recuerdos, cada vez más frecuentes en el Barri Vell

Yeray S. Iborra

El casco antiguo de Girona es un museo. Y como buen museo, el Barri Vell padece una enfermedad de lenta factura, atrae a los turistas y escupe a los vecinos. “Girona vende piedra limpia”, comenta un residente. Para Francesc Muñoz, experto en paisaje urbano, este proceso se englobaría en la urbanalización, la homogeneización del paisaje urbano que provoca gentrificación. La expulsión de los vecinos de sus barrios no es sólo cosa de las grandes ciudades como Barcelona. “El caso antiguo tiene un rollo Carcasona: ordenado y muerto. La Ordenanza Municipal de Civilidad no permite ropa en los balcones, se mira con lupa las fachadas. Incluso se determina la hora de regar las plantas”, comenta otro vecino. Pero no siempre fue así.

Hace quince años, la zona de origen medieval donde se levanta el casco antiguo de Girona era El chino. El espacio donde hoy en día suenan flashes de cámaras de turistas de forma incesante, y donde las piedras lucen su color crema como acabadas de limpiar, era un lugar crudo. Según comentan algunos vecinos de la zona, la llegada a la alcaldía de Joaquim Nadal lo cambió todo de forma escalonada.

Sus planes de transformación –fue alcalde de 1979 a 2002, año en que renunció– han convertido el barrio en un sitio “ordenado, seguro y tradicional”, comenta una vecina de una calle contigua a la Catedral. Y parece que la pulcritud de las paredes afecta directamente a los precios del lugar. Ya lo decía el antropólogo Manuel Delgado: “Todo esto es una especie de decorado [en referencia a Girona]. Un lugar para circular turistas y ciudadanos guays. Con bares y tiendas guays”.

En el casco antiguo de Girona todo parece hecho para no ser tocado, como cuando los padres se empeñan en montar las maquetas de los hijos, y cuando éstos quieren jugar... No, no, que la romperás.

El hype gerundense ha tenido consecuencias. Ha provocado, entre otras cosas, que el piso “hecho polvo” que Manel –nombre ficticio– ocupó con una compañera al lado de la Universidad de Girona (UdG) hace siete años, y que él mismo restauró, llegando a firmar un contrato de cinco años con el propietario por ello, ahora haya sido comprado por un inversor andorrano por 1,5 millones de euros. “De mi piso a la catedral, o al rectorado, hay un minuto”, dice Manel. Esto explicaría el exorbitante precio.

El bar de enfrente de la UdG y sus alrededores son como el Camp Nou en un día de partido: no cabe un alfiler. Justo al lado tiene –tenía– la casa Manel, un bloque por el que hasta hace nada pagaba 150 euros al mes gracias a un contrato que firmaron con el propietario dos años después de la ocupación, y que ahora se termina; el propietario del edificio ha muerto y sus herederos han decidido poner el espacio a la venta. Cuando Manel entró, el inmueble no tenía ni siquiera aseos. Todo lo han hecho ellos, Manel y Ester, que han vivido allí a su aire desde 2009.

Las pancartas que ondean en los balcones le delatan; el resto de pisos de la calle tienen impoluta la fachada. Dentro de poco, estas banderolas improvisadas con símbolos ocupas dejarán de moverse por el viento: entrarán a vivir turistas.

Según Manel, activo en otras luchas de la ciudad, movimientos especulativos como el que ha sufrido su inmueble son comunes. Así ha funcionado la transformación del casco antiguo de Girona. “Una de dos: o es puro afán especulativo o los propietarios no pueden reformar por falta de dinero, y entonces llega la inversión de fuera. El resultado es el mismo, eso sí”, comenta, con una cerveza en la mano. Frente al bar donde está sentado, hay una inmobiliaria con carteles en inglés y en ruso. No es una excepción. “Cada vez hay más”, dice Manel antes de despedirse. Se marcha deprisa, está arreglando el piso de Salt donde vivirán él y su familia a partir de ahora.

La ocupación de Manel no es la única que tiene fecha de caducidad. Cerca, el casal de jóvenes, Quatre rius, tiene el tiempo contado. Ocupado el año 2013, el espacio es un llamamiento contra “la ciudad escaparate” impulsada, según dicen desde el centro, por el gobierno liderado en su día por Carles Puigdemont. Cerca de la catedral sólo sobreviven tres ocupaciones más, y algunos pisos de protección oficial destartalados; el resto ya es obra nueva, preparada por el alquiler.

En el Barri Vell un 13% de los apartamentos son pisos turísticos legales, según fuentes de la CUP-Crida per Girona. Hoteles y pensiones, poca cosa hay. Pese al volumen, desde la CUP se alerta de que se trata sólo de la oferta reconocida y que, haciendo una simple búsqueda en las webs de pisos turísticos, aparecen muchos más de los que se pueden contar según cifras oficiales.

Los datos facilitados por el Ayuntamiento de Girona demuestran que el crecimiento de apartamentos turísticos en la capital ha sido exponencial. En 2008 sólo había dos pisos turísticos en la ciudad. Hasta el 2012 se sumaron un par por año. En cambio, en 2013 se concedió autorización para 24 viviendas turísticas; en 2014 fueron 65. En 2015 se sumaron hasta 75 pisos más. El año pasado –con datos hasta verano– son una treintena más. En total, más de 200 apartamentos, la gran mayoría en el casco antiguo. Dicho de otro modo, los pisos turísticos en Girona se han multiplicado por 100 en menos de diez años.

El fenómeno ha sido rápido, pero hacía tiempo que se preveía. Algunos estudios –uno de ellos de hace cerca de diez años también, de la Universidad Autónoma de Barcelona– ya alertaban de que el régimen de tenencia de la vivienda en Girona era “mayoritariamente de compra” y que en los últimos años se estaba experimentando un aumento de precios, “especialmente en la zona del Barri Vell, sometido –según dicho estudio– a un proceso creciente de gentrificación”. La llegada de clases acomodadas, algunas de ellas foráneas, ha generado una “sustitución residencial”.

La situación de la provincia es aún más impactante. Según datos de Federatur, la federación catalana que agrupa a las asociaciones de apartamentos turísticos de Girona, Barcelona y Tarragona, en verano de 2016 las comarcas gerundenses tenían más de 22.000 viviendas de uso turístico regularizados, encabezando así el número de pisos destinados al alquiler de toda Catalunya. La Costa Brava, atractivo turístico de primer orden, atrae inversores a la costa pero también a la capital.

“En Girona el turismo está muy circunscrito al Barri Vell”, dice Lluc Salelles, concejal de la CUP en Girona, cerca de la estación de tren, a unas calles del casco antiguo. El hecho de que sólo el Barri Vell sufra los efectos de la expulsión de los vecinos no es menor: el centro de Girona, delimitado por el llamado Paseo de la Muralla, el camino de ronda de las murallas carolingias, es un lugar de paso y socialización obligado.

El grupo de la CUP en Girona es el que más ha criticado la situación en el pleno gerundense. De hecho ahora es uno de los objetivos de la gestión para este 2017. “Una Girona donde la vivienda no sea un lujo, los residuos no nos coman y donde el turismo no sea el monocultivo económico que todo lo altera. Un turismo que lo hace girar a su alrededor, que nos chupa y que sitúa todos los huevos en una sola canasta”, cita Salelles a un artículo en el blog de la formación.

“El Ayuntamiento no prevé límites de licencias, ni tampoco incorporar sanciones, por lo que esto puede agravarse”, lamenta el regidor. Según indica la CUP, la actual alcaldesa, Marta Madrenas (CDC), sigue las políticas de expansión turística de la ciudad impulsadas por el actual presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont; Madrenas fue persona de confianza del presidente, y también teniente de alcalde de Urbanismo y Actividades con su antecesor en el cargo, Albert Ballesta y Tura.

A Puigdemont, de hecho, se le responsabiliza de ser el culpable del turismo en la ciudad de las casas de colores a orillas del río Onyar. La Girona de Temps de Flors, o la... “Girona de Juego de Tronos”, critica un vecino, que regenta un bar en el centro de la ciudad.

El mismo vecino comenta con sorna que Girona ha elaborado una ruta Juego de Tronos con los espacios de la ciudad que aparecen en la serie.

La terraza de su bar empieza a estar chamuscada: el sol ha salido con rabia hoy. A pesar del frío de otoño, es viernes y hace un día caluroso. La ciudad está llena de gente que pasea levantando la cabeza, admirando las piedras, con un mapa en las manos. Unos metros más allá de la terraza, en la antigua Vía Augusta romana, no queda ningún comercio donde se pueda leer una historia comunitaria. Donde antes había carros, ahora sólo quedan imanes de nevera. Recuerdo de Girona.

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