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Clase turista o barbarie

El Park Güell de Barcelona

Antigoni Geronta / Sergi Yanes

Miembros del Observatori d’Antropologia del Conflicte Urbà (OACU) —

El día 18 de julio se hizo pública la decisión del Tribunal de Apelación griego en el caso de Irianna B. L. y Periklis M., dos jóvenes acusados de pertenecer a una organización terrorista. Entre los argumentos que la fiscalía esgrimió para negar su liberación provisional a espera de juicio hubo uno que destacó especialmente:

Se han realizado viajes al extranjero, como por ejemplo a Barcelona [...], y se han hecho de forma injustificada, no por ocio, es decir, a la ciudad de España conocida por la acción que ahí desempeñan organizaciones terroristas similares”.

La reproducción de la frase en diversos medios disparó reacciones en las redes sociales como la del propio ministro de Salud y miembro de Syriza, Pavlos Polakis. En un comentario en Facebook, Polakis señaló con ironía: “Fui a Barcelona en 2002, a un Congreso Paneuropeo de Cuidados Intensivos (por la mañana en la conferencia y por la noche, en grupos de diez, los vascos nos entrenaron en guerrilla urbana por las calles de la Barceloneta) ¡¡DETENEDNOS!!”. Pero aunque la crítica –y el sarcasmo– se centraron en la segunda parte de la frase del fiscal, vale la pena detenerse unos instantes en la primera –viajar de forma injustificada, no por ocio– y reflexionar brevemente sobre tal insinuación y las derivaciones que a partir de ella se derivan.

Tal y como afirman algunos teóricos sociales, entre ellos John Urry, no hay duda que nos encontramos en un momento en el que la movilidad se erige, e incluso es elogiada, como uno de los motores clave del capitalismo contemporáneo. Fundamental es el movimiento de mercancías –virtuales, materiales o humanas– y fundamentales son las infraestructuras que permiten ese movimiento.

En este sistema de movilidades, el turismo es uno de las consecuencias más inmediatas y contundentes. Condensador de un sinfín de representaciones vinculadas a la modernidad y la prosperidad, el turismo como ocio y como negocio, es presentado como el rostro alegre y sonriente del capitalismo. Así todo lo que lo rodea debe mostrarse también apacible y moderado. Es en el viaje por placer –o por trabajo–, donde toma forma y se despliega un prototipo ideal de ciudadano adepto, siempre dispuesto a encandilarse con el mundo, virtuoso reconocedor de sus riquezas, hábil superador de las distorsiones que lo acechan. En su negativo se asoma el viaje “injustificado”, una violenta disfuncionalidad de la movilidad, un error del sistema.

Con los “destinos” sucede algo similar. Cuando una ciudad, en este caso Barcelona, se aleja de sus imaginarios turísticos, rápidamente emerge una versión terrorífica, como poseída por algún mal, en manos de quién sabe qué o quién. Una versión fóbica, decadente, peligrosa, generadora de suspicacia y desconfianza. En el actual orden político de la movilidad se impone una dualidad que establece fronteras: las de un adentro plausible (ocioso, alegre y distendido) y un afuera execrable (violento, nefasto y peligroso). En el primero la Ruta Anarquista y el Museo de las Culturas del Mundo, en el segundo la Operación Pandora y el CIE.

Estas ideas son las que se desprenden de los objetivos fundamentales que la Organización Mundial del Turismo asigna al turismo: ser catalizador de la Paz y el Desarrollo. El turismo es reivindicado así como exponente ejemplar de lo que la movilidad debe generar; horizonte civilizatorio de una nueva sociedad de convivencia global. Efecto del movimiento disciplinado, salvoconducto de la libre circulación. Progreso, oportunidad, crecimiento, superación, resiliencia, wellness.

En este estado de cosas, resulta sencillo observar hasta qué punto todo viaje que no se exprese en términos turísticos puede ser susceptible de ser un viaje sospechoso, y por lo tanto, preocupante. Aunque todo esto pueda parecer propio de una distopía, lo cierto es que en la acusación referida al inicio del texto, este argumento se contempla como válido y adquiere incluso legitimidad jurídica.

Ante la dicotomía ocio/insurrección solo hay margen para el disfrute, para hacer del placer extra-ordinario lo cotidiano. Ahí no hay nada por lo que preocuparse, día y noche la mediación turística elimina todo conflicto, toda contradicción. El resto, barbarie.

Así que quedan avisados. Revisen sus bolsillos antes de lavar la ropa de un viaje, ya que la entrada al Park Güell o la reserva en Airbnb les pueden sacar del aprieto de tener que dar explicaciones por un viaje injustificado, es decir, no por ocio.

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