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Palau de la Música, elecciones con empujones y sordina

El candidato Pau Duran reparte propaganda en el exterior del Palau porque en el interior no le dejan./ ENRIC CATALÀ

Víctor Saura

El próximo 24 de julio hay elecciones en el Palau de la Música Catalana. Para precisar, hay elecciones a la junta directiva de la asociación Orfeó Català, que son las únicas que puede haber. Se presentan dos candidaturas, una encabezada por Mariona Carulla, la actual presidenta, y la otra por Pau Duran, y están llamados a votar los aproximadamente 1.200 socios mayores de edad y con más de dos años de antigüedad de la entidad.

Esta es, más o menos, toda la información publicada hasta ahora sobre estas elecciones, y me temo que eso será todo hasta el día 25, cuando, también en forma de breve, los medios nos informarán sobre el resultado de las votaciones.

Seguramente unas elecciones en una entidad privada pequeña, como el Orfeó Català, no merecen el interés que suscitan unos comicios en el Barça, otro club privado, hijo de la misma época pero convertido en un referente global. Pero teniendo en cuenta que el Orfeó ha sido el epicentro del escándalo que con mayor virulencia ha sacudido a la sociedad catalana en los últimos treinta años quizás sí que valdría la pena un poco más de atención. En Cataluña hay cientos de periodistas que dedican toda su jornada profesional (y parte de la familiar) a analizar y fiscalizar lo que pasa en el Barça desde todos los ángulos imaginables. No sé de ninguno que haga lo mismo con el Palau, ni siquiera en período electoral. ¿Y realmente no le interesa a nadie cuál es el camino que ha emprendido el Palau de la Música en los cinco años que hace que Millet salió por la puerta trasera?

Si algún medio pusiera la oreja, hace unos días se habría publicado que el candidato alternativo había sido expulsado a empujones del recinto del Palau por repartir propaganda de su candidatura. Una escena poco edificante e impropia de una institución tan fina y distinguida. A raíz de este episodio, se ha producido un cruce de denuncias: la primera, por agresiones e insultos, la interpuso la candidatura de Pau Duran; la segunda, por amenazas contra empleados de seguridad del Palau, la interpuso seguidamente la institución. Ahora Duran sigue repartiendo propaganda, pero en la calle, a fin de no violar la curiosa prohibición de hacer campaña dentro del Palau. La mesa electoral sólo lo ha autorizado durante dos días, el 10 y el 16 de julio, en el que ambas candidaturas pueden disponer de las instalaciones para informar a los socios de su programa electoral (a las 18 y 19.15 horas, pero sólo para repartir propaganda, ¡nada de mítines!). ¿Se imaginan el alboroto si el Barça impusiera tan rocambolesca restricción en unas elecciones?

Si algún medio pusiera la oreja, también se habría precisado que las elecciones en realidad se tenían que hacer en noviembre, y que la actual junta directiva decidió adelantarlas unos meses por sorpresa, sin que se conozca el motivo. No mucho antes, mucho socios fueron objeto de una encuesta telefónica encargada desde la misma institución en la que, entre otras cosas, se les preguntaba por su grado de satisfacción sobre la actual directiva y su intención de voto en unas hipotéticas elecciones con más de una candidatura. Avanzar los comicios ha sido una jugada de manual para tratar de coger la oposición con el paso cambiado, pero parece que en esta ocasión no ha funcionado.

Si algún medio pusiera la oreja, otra cosa que habría salido a la luz son las quejas del candidato alternativo sobre las malas artes que está soportando, y que van mucho más allá de la prohibición de repartir octavillas de puertas adentro. Denuncia Socis de l’Orfeó (que así se llama la candidatura de Pau Duran) que el censo de socios proporcionado por la entidad es una especie de burla (un listado en papel colgado de la pared en el que sólo figuran nombres y apellidos, ni un triste archivo informático con el que trabajar ni ningún dato para ponerse en contacto); que la mesa electoral no quiere enviar por correo certificado las papeletas de voto ni los programas a los socios; es más, que sí que está enviado papeletas, pero sólo las de la candidatura Carulla; o que la junta directiva cesante ni ha entregado el acta completa ni la lista de asistentes de la última asamblea general (marzo de 2014). De quejas hay más, pero sólo éstas ya nos permiten comprobar que en este proceso no reina precisamente el fair play.

Y si algún medio pusiera la oreja hasta podríamos saber si, ante una eventual victoria, la junta de Pau Duran sería tan misericordiosa con Convergencia Democrática de Catalunya como lo ha sido la de Mariona Carulla. Ejerciendo la acusación particular en el proceso penal por el expolio, el Palau ha cargado con dureza contra Fèlix Millet y Jordi Montull, pero ha exculpado completamente a CDC (lo que contrasta con la decisión del juez de instrucción de embargar la sede nacional del partido de Artur Mas para hacer frente a una eventual condena de 3,2 millones de euros por comisiones presuntamente ilegales cobradas a través del Palau). ¿Haría lo mismo otro tipo de junta directiva el día que se celebre la vista oral? Esta es una pregunta clave para entender la importancia de estas elecciones, y nadie se la hace. Por cierto, en la candidatura de Carulla hay un exconsejero de Pujol (Joan Vallvé) y una diputada autonómica de CiU (Glòria Renom).

Pero sobre todo, si algún medio pusiera la oreja, los ciudadanos podríamos saber cuál es el modelo que las dos candidaturas proponen para el gobierno de esta entidad, que como el Barça es propiedad de sus socios pero patrimonio de todos. En los últimos cuatro años la junta directiva de Carulla ha estado trabajando en la reorganización administrativa del grupo de empresas del Palau, fruto de la voluntad, aplaudida por todos, de desenredar la madeja diseñada por Millet que hizo posible los treinta años de expolio. Me refiero a la coexistencia de tres niveles de gestión (asociación Orfeó Català, Consorcio Palau de la Música y Fundación Orfeó Català-Palau de la Música) que sólo se entendían entre ellos a través de pillet. La opción del equipo encabezado por Mariona Carulla ha sido potenciar la Fundación, incluyendo en su patronato a los representantes de las administraciones públicas (a cambio, el Consorcio ha renunciado a los 37 años que aún le quedaban de gestión de las instalaciones) y aumentando la representación de los patrones elegidos directamente por la asociación Orfeó Català.

De este modo, casi se ha alcanzado la meta de operar a través de un solo NIF. Ahora, pues, los 22 patrones de la Fundación se dividen en: 11 elegidos por la asociación; 8 elegidos por el consejo de mecenazgo (las empresas patrocinadoras del Palau) y 3 elegidos por las administraciones (Ayuntamiento de Barcelona, Departamento de Cultura de la Generalitat y el Ministerio de Cultura). Lo que pasa es que de los 11 primeros hay dos “de reconocido prestigios” que por fuerza deben tener el visto bueno del consejo de mecenazgo, lo que en la práctica hace que el equilibrio de fuerzas sea en realidad de 9 asociación, 10 mecenas y 3 administraciones. Si se tiene en cuenta el presupuesto del Palau de la Música, la sobrerrepresentación de los mecenas es más que evidente: las donaciones privadas no llegan a la quinta parte del total, un 18%, cuando directa o indirectamente controlan el 45% de las sillas del patronato. Otra quinta parte del presupuesto sale de las subvenciones públicas y el 62% restante de la actividad corriente de la institución (venta de entradas para los conciertos y para visitas turísticas y alquiler de espacios).

Dice Carulla en una carta enviada recientemente a los socios que esta era la única opción que les quedó para convencer a las administraciones de que renunciaran a sus derechos y a los mecenas de que no abandonaran la institución a raíz del escándalo Millet. Es decir, que políticos y empresarios no sólo pusieron como condición que el NIF único fuera el de la fundación y no el de la asociación, sino que también encontraron horrorosa la posibilidad de dejar tan noble fundación en manos de un grupo de cantores y melómanos, que constituyen el grueso de los socios del Orfeó. La solución no deja de ser ingeniosa: mayoría artificial para unos, mayoría real para otros.

Pero el proceso de reconversión no se ha completado del todo, ya que aún no se ha abordado el principal escollo, que es la titularidad del Palau de la Música, desde siempre y aún hoy en manos de la asociación Orfeó Català. La gestión de la actividad la tiene la Fundación, pero la joya de Lluís Domènech i Montaner es aún propiedad de los 1.700 socios del Orfeó, y vete tú a saber qué podría pasar si algún día la junta directiva de la asociación y el patronato de la Fundación no fueran de la misma cuerda. En el orden del día de la asamblea de socios del pasado mes de marzo figuraba la venta a la Fundación de un inmueble de la calle de Sant Pere més Baix propiedad del Orfeó. Una operación cuanto menos sorprendente porque al fin y al cabo los beneficios de la asociación son traspasados a la Fundación al final de cada ejercicio, o sea que la Fundación habría pagado por comprar un inmueble y al final el dinero de la venta habrían vuelto a la misma Fundación. La asamblea no tuvo que pronunciarse sobre esta propuesta de compraventa porque a última hora fue retirada del orden del día (el día antes, el socio Pau Duran había solicitado información jurídica y económica al respecto), pero en la retina de algunos quedó la incógnita de si este modus operandi era un ensayo de lo que se prepara para traspasar algún día la titularidad del edificio del Palau de la Música a la Fundació Orfeó Català-Palau de la Música. Es decir, si es así como está escrito que el edificio modernista debe pasar ser propiedad de las empresas y no de los socios ni las administraciones.

En el pasado, la prensa desertó de fiscalizar a la gente bien como Millet. Treinta años de robo avalan esta afirmación, pero ningún periodista ni ningún medio han asumido este episodio como el fracaso más grande de su carrera ni han pedido perdón a sus lectores. ¿En treinta años ningún gran medio fue capaz de olfatear el olor a chamusquina que desprendían aquellas ilustres paredes y aún más ilustres apellidos? Pues eso es un fracaso sin paliativos también para los gurús de la información en Cataluña. Sin ánimo de comparar, porque estoy convencido de que Millet es único e inimitable, el hecho es que la conmoción del caso Palau no ha hecho variar un ápice los viejos patrones de conducta periodística, ya que se sigue abdicando de la tarea fiscalizadora ante la seducción irrefrenable que provocan los grandes nombres de nuestra clase alta. La casta, como se dice ahora. Y por ello unos comicios como estos se pueden despachar con un breve.

Si algún medio pusiera hoy la oreja en las paredes del Palau de la Música Catalana, lo que oiría tal vez sería el Mesías, pero no el de Händel.

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