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Por qué Podemos cambia el tablero catalán

Pere Rusiñol

Nadie sabe aún qué forma ni qué caras acabará teniendo Podemos en Catalunya ni qué porcentaje de voto puede llegar a conseguir, pero casi es lo de menos: su mera existencia cambia por completo el tablero político catalán, incluida la dinámica del llamado “proceso” soberanista.

Una de las características más extraordinarias del “proceso” es que lo lidera un político neoliberal, pero se pasea por el mundo con una saca que incluye a la gran mayoría de electores de izquierdas de la comunidad.

Es una dinámica curiosísima, pero ha funcionado muy bien hasta ahora en un ambiente mediático que todo lo hace pasar por el aro del debate soberanista. Los medios hace tiempo que no cuentan los votos en el eje izquierda-derecha, sino a favor o en contra del “proceso”, con lo que incluso los votos que aspiran a castigar con dureza a Artur Mas (como los anticapitalistas de la CUP y los de la izquierda alternativa de ICV-EUiA) al final del día se contabilizan en el campo soberanista que lidera el presidente de la Generalitat.

Hasta ahora no había forma de escapar de esta trampa porque todas las izquierdas emergentes avalan el “proceso”, ya sea porque comparten el entusiasmo nacionalista del president, porque sienten que no tienen más remedio que seguir la corriente al jugar en un terreno de juego que han definido sus rivales o porque creen sinceramente estar empujando al precipicio a un Kerensky cuyo hundimiento dará paso a la Revolución. El resultado es que muchos electores de izquierdas votan en clave social, pero sus votos acaban contabilizándose siempre en clave nacional, en la saca de Mas.

Es cierto que el PSC se ha desmarcado del “proceso”, pero sus credenciales de izquierdas quedaron en la picota tras los últimos años del Gobierno de Zapatero –con el indulto del consejero delegado del Banco Santander como traca final– y el papelón de la socialdemocracia europea en Bruselas, Grecia, Francia o Italia. Por si fuera poco, con la esperanza de apuntalar sus últimos bastiones de poder municipal, los socialistas catalanes fían toda su estrategia a ejercer de salvavidas de CiU, con la esperanza de aparatarle así del proceso soberanista.

Todos los caminos de la izquierda catalana acababan conduciendo a Mas, no importa cuán duro se sea con él en la tribuna del Parlament. Y este fenómeno tan difícil de sortear para un elector de izquierdas es el que explica en buena medida por qué el Parlament tiene una correlación de fuerzas tan clara a favor del proceso soberanista: casi todo votante de izquierdas acaba cogiendo una papeleta que luego se cuenta en el campo del “proceso”.

Hasta la irrupción de Podemos.

Lo relevante de Podemos no es si su programa apoya o no el derecho a decidir o qué postura toma ante el 9-N, pese a la presión mediática que sufre por tierra, mar y aire para que se defina. Lo relevante es que a esta formación no se la podrá sumar nunca ni en el campo que lidera Mas ni en el de Rajoy.

Aunque en el programa defienda el derecho a decidir, la prioridad de Podemos es combatir a lo que llama “casta”. Y con independencia de que el término sea acertado o solvente, el mayor exponente de la “casta” en Madrid es Mariano Rajoy y en Catalunya, Artur Mas. Por tanto, las posibilidades de que Podemos se preste a fotografías o tinglados con el mayor exponente de lo que considera “casta” son nulas porque este es el elemento más definitorio de la identidad del nuevo partido. Es inimaginable que dirigentes de esta formación se fotografíen sonrientes junto a Mas o lo aplaudan firmando un decreto para convocar un referéndum sobre la independencia, de la misma forma que a nadie le pasa por la cabeza que en Madrid se retraten junto a Rajoy en un pacto por la regeneración o para lograr juntos que España obtenga un sillón en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Con independencia del apoyo electoral que Podemos acabe teniendo en Catalunya, su mera existencia cambia el tablero porque acaba con esta anomalía de que todo elector de la izquierda emergente en Catalunya tenga que pasar por el trágala de verse contado para un “proceso” que, por mucho apoyo popular que tenga, encabeza el presidente más neoliberal que ha tenido la Generalitat.

Lógicamente, el seísmo tendrá réplicas también en otros partidos y muy singularmente en ICV y EUiA, que siguen prisioneros de esta extraña dinámica catalana. Son dos formaciones de tradición federal cuya militancia y electorado se mueve mayoritariamente por la cuestión social y no por la nacional. Sin embargo, una minoría soberanista muy movilizada ha aprovechado el terreno de juego mediático y político en Catalunya para ir estirando la cuerda hacia sus postulados, ante la indiferencia del resto de la organización, más motivada por otras cuestiones. Como la cuerda sólo se ha estirado hasta ahora desde un lado, las posiciones tradicionales de ambas organizaciones se han ido moviendo hasta el punto de encontrar normal –o al menos inevitable– la sucesión de fotografías con Mas ante la causa común patriótica.

La ausencia de Joan Herrera del acto “histórico” de convocatoria del 9-N no fue casualidad, ni tampoco el desplante –luego matizado– al “Nou 9-N”. Y es muy probable que ahora en ICV y EUiA se empiece a tirar la cuerda también del otro lado, con lo que, además, se incrementa el riesgo de que la cuerda acabe rompiéndose.

Los partidos que apoyan el “proceso” liderado por el president suman el 64% del actual Parlament, pero la inesperada irrupción de Podemos va a hacer muy difícil que superen el listón tras las próximas elecciones por mucho que llevemos dos años de movilización permanente del soberanismo.

Muchos poderosos le están diciendo a Podemos de todo menos bonito. Ahora empezarán a decírselo también en catalán.

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