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El articulista, el exdirector y la crisis ética de la prensa

Josep Carles Rius

Uno de los grandes periódicos en papel despidió a su columnista más polémico el mismo día en que el ex director de otro diario impreso anunciaba su marcha en un tuit cargado de rencor. El desenlace a estas dos biografías es un signo de la crisis de la prensa escrita, de la degradación que la provocó y de los intentos desesperados por corregir errores del pasado. Tanto el articulista como el director antepusieron sus intereses a los de la propia empresa editora. Uno escribía lo que le dictaban sus vísceras, sus prejuicios, su xenofobia, su clasismo. El otro, el director, convirtió su diario en una plataforma de poder personal. Sin otro principio que el beneficio propio y el de los grupos de intereses que le habían aupado al cargo. A corto plazo resultaron rentables a sus periódicos. Uno, el articulista, aportaba polémica, audiencia. El otro, el director, cuantiosas subvenciones e influencias. Pero, a largo plazo, el daño causado es inmenso. Irreparable. Porque erosionaron el principal valor de un periódico, la credibilidad, la confianza, la autoridad moral frente a los lectores.

No importan sus nombres. Por desgracia, su historia podría escribirse también en otros periódicos. Lo esencial es que ambos casos revelan la crisis sufrida por la prensa. Las palabras del articulista y las acciones del entonces director responden a la que podríamos llamar una ‘crisis ética’, entendida como deontología colectiva y no como moral individual. La ética que establece un conjunto de requisitos razonables y racionales en favor del bien común, a partir de los valores y códigos sociales en una democracia. La ética que, en definitiva, tiene el objetivo práctico de establecer si una actitud es socialmente responsable. Y ni los artículos del columnista, ni las decisiones del entonces director respondían a estos objetivos éticos.

Los editores del articulista y del ex director actuaron con la lógica del beneficio inmediato, de la audiencia fácil o de los réditos de la complicidad con el poder. No con la lógica de la ética. Hasta que descubrieron que eran un signo de su derrota. Que habían perdido el control de sus propios periódicos. Que habían abierto sus páginas a articulistas que escribían pensando sólo en ellos y no en los lectores. O que habían nombrado a directores que aprovechando su extrema debilidad financiera tuvieron la osadía de intentar hacerse con el poder de sus empresas. Que para asegurar su poder habían diezmado sus propias redacciones, el principal patrimonio de los periódicos. Que no habían respondido a los objetivos de la empresa editora, si no a estrategias de otras sedes políticas o económicas. Que habían sustituido los criterios éticos en la gobernanza de los periódicos por el juego de las influencias.

La trayectoria del articulista y del ex director refleja la ceguera de los editores y la fragilidad de las redacciones, que observaron impotentes sus palabras y sus actos. En estos años, las redacciones se han dejado por el camino no sólo muchos periodistas y recursos, sino la libertad. La libertad que hubiese impedido que el articulista perpetrara muchos de sus artículos. La libertad que hubiese evitado que el entonces director lograra crear con el tiempo un verdadero régimen de silencio y miedo. Regímenes que han sido posibles por la implicación de minorías de periodistas que han actuado como comisarios políticos y no como profesionales libres con una función básica en democracia, la de ser garantes del derecho constitucional a la información.

El articulista y el ex director ya no están en sus periódicos. Pero la estela que dejan es indeleble. Sus palabras y sus actos han roto puentes de confianza. Y los lectores ahora tienen alternativas. Ya no ponen su visión del mundo en manos de un periódico, sino que configuran su propia percepción de la realidad a partir de múltiples fuentes. Muchos ciudadanos en el presente (y la mayoría en el futuro) eligen lo que quieren saber y cuándo; la jerarquía de los hechos y, especialmente, la trascendencia y relevancia que tienen las noticias para sus vidas. Y son ellos quienes deciden qué opinan a partir de todas las informaciones que les llegan, algunas aun procedentes de los medios convencionales, pero muchas de su propio ‘círculo de confianza’ en la red.

Muchos lectores, por ejemplo, pueden haber decidido emanciparse para no ver las palabras del articulista, para no sufrir el resultado de las acciones del entonces director. Porque la ‘crisis ética’ que simbolizan estos personajes es percibida por los lectores, que intuyen que su periódico responde sólo a intereses propios. A connivencias políticas y económicas, y no a los intereses de la colectividad. Que su periódico ya no forma parte de la prensa entendida como servicio público, donde el beneficio y el legítimo ánimo de lucro están sometidos al interés general y al derecho a saber.

Los periódicos afrontan un reto monumental, pero si quieren sobrevivir necesitan realizar su propia regeneración ética. Recuperar la credibilidad y la confianza de los lectores. Devolver la libertad a sus redacciones y renovar su compromiso de servicio público con la sociedad. Deben, en definitiva, superar la crisis ética a la que le llevaron biografías como la del articulista y la del exdirector.

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