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Un buen calculista para el 'Procés'

Josep M. Vallès

Las elecciones del 20-D en Catalunya representarán una nueva prueba de esfuerzo para el proyecto independentista. Los resultados electorales darán una señal más sobre la consistencia y la viabilidad del proyecto. Probablemente una señal que se prestará a diversas interpretaciones. Por este motivo es bueno examinar también otros indicios sobre la fortaleza del empeño. Porque cabe interrogarse sobre la capacidad para calibrar dicha fortaleza por parte de quienes conducen el proyecto. Vale para ello el símil del trabajo de arquitectos e ingenieros. Cuentan siempre con quien asume la función de calculista de estructuras. Le corresponde establecer a priori si una determinada estructura podrá sostenerse a partir de los recursos disponibles y de las condiciones de su contexto. Si no calcula adecuadamente las fuerzas en tensión y no sabe cómo compensarlas, la construcción proyectada puede venirse abajo.

Algo parecido se produce en el desarrollo de un proyecto político. El buen político se asemeja al calculista de estructuras. Debe estimar la potencia de los recursos de que dispone y las presiones contrarias de sus adversarios. El dirigente que se engaña respecto de sus fuerzas y de las de sus opositores prepara el derrumbamiento de su propio proyecto.

¿Son realistas los cálculos del programa independentista? Sin ignorar la importancia de las grandes movilizaciones ciudadanas y de unos resultados electorales sin precedentes, considero que el independentismo sigue todavía sin contar por ahora con los recursos suficientes para consolidar su proyecto. Y no solo en el escenario europeo e internacional. También en el ámbito interno.

Me sirven de argumento datos recientes sobre los deseos y las expectativas de los ciudadanos sobre el procés. Aparecen en opiniones expresadas después de conocer los resultados de las elecciones catalanas del 27 de setiembre. Se incluyen en una encuesta post-electoral del ICPS-UAB. que se suma a la larga y acreditada serie desarrollada por este centro universitario de investigación.

¿Cómo se reparten los deseos de los catalanes sobre el proceso? Desean su abandono el 16 por ciento de los encuestados. Aspiran a que culmine con la independencia catalana el 34 por ciento. Pero prefieren que concluya con un acuerdo para conseguir más autogobierno el 45 por ciento de los interrogados. La aspiración al pacto negociado se sitúa, pues, por delante de las dos opciones más radicales.

La encuesta desglosa estos resultados entre los votantes de las formaciones que concurrieron a las elecciones del 27-S. Los electores de JuntsxSi y de la CUP aspiran a la independencia en casi un 80 por ciento. Pero –dato llamativo- un 20 por ciento de JuntsxSi y un 15 por ciento de la CUP prefieren la negociación. En el otro polo, la mayoría de los electores del PP –un 60 por ciento- desean el abandono del proceso, aunque el 40 por ciento restante propugna también la negociación. Los votantes de las demás fuerzas políticas se pronuncian clara y mayoritariamente por la negociación, incluidos los electores de Ciudadanos.

Pero más significativos son los datos sobre previsiones. Al margen de sus deseos, ¿cómo creen los ciudadanos que terminará el proceso? El 17 por ciento de la muestra augura que el proceso conducirá a la independencia de Catalunya. El 21 por ciento pronostica el abandono del proceso. Finalmente, un 46 por ciento predice que el desenlace será una negociación con España. Casi un 15 por ciento de la muestra no se atreve a formular un pronóstico.

¿Cómo se reparten estas previsiones entre los votantes de cada fuerza política? En JuntsxSí, Ciudadanos, PSC, CSQP y UDC, los votantes pronostican mayoritariamente que el proceso acabará en negociación. También prevén un resultado negociado la mayoría de los electores de la CUP aunque con escasa ventaja sobre quienes auguran la independencia. Solo los electores del PP creen que se abandonará el proceso, pero a poca diferencia de quienes pronostican la negociación.  

Es sugerente esta comparación entre deseos y previsiones. La aspiración a la independencia, no solo no consigue el apoyo de la mayoría social reforzada requerida por una empresa de tanta envergadura, sino que tampoco es asistida por una sólida convicción sobre su posibilidad. Y es llamativo constatar que los votantes de todos los partidos consideran que la negociación será la salida más probable. Son cifras poco alentadoras para los promotores de la desconexión a plazo fijo. Son cifras que obligan a preguntarse si no hay errores de cálculo al calibrar las fuerzas disponibles para sostener un proyecto tan imponente como es el de la independencia.

En paralelo, es inevitable preguntarse si esta aspiración mayoritaria a la negociación que se da en la opinión catalana encuentra correspondencia en las mayorías sociales y políticas que han de decantarse en España después de las elecciones del 20-D. Algo va a moverse en el paisaje político español después de los comicios. Puede ser un primer paso, aunque sea insuficiente para abrir la puerta a una negociación inmediata como la que se espera desde Catalunya. De cerrarse, en cambio, la posibilidad de avanzar por dicho camino convirtiendo las expectativas catalanas en ilusión inalcanzable, el procés seguirá alimentándose con nuevos desengaños.

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