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¿El saben aquel que diu: “Va la FAES y...”?

Lluís-Anton Baulenas

La FAES, la fundación aznariana lo ha intentado de nuevo. Hay una acción que no por recurrente deja de ser estúpida, por ignorante. El pasado viernes, catorce de marzo, hizo público un informe a partir de datos del Instituto Nacional de Estadística. Tomó la lista de los apellidos más usuales en Cataluña, comprobó que la mayoría, en los primeros lugares, son de origen español y, a continuación, sobre la idea aparentemente inocua que, en Cataluña, los nombres de familia no son diferentes del resto de España, virtió de manera indirecta una teoría sobre la falsedad o la poca consistencia de la realidad nacional catalana. Huelga decir que, aunque todos los apellidos de Cataluña fueran de origen castellano, eso no quitaría para nada un ápice de base al sentimiento nacional catalán ya que, precisamente, es todo menos etnicista.

Basta echar un vistazo a la lista de independentistas con apellidos castellanos. En Cataluña manda la mezcla, desde siempre. Y es la asunción ciudadana, como mucho en dos generaciones, de una manera de hacer propia (ni mejor ni peor) lo que marca los rasgos particulares. Pero es que esto de los apellidos hace reír, repetimos, por la ignorancia. El proceso de generación de los apellidos ha sido similar en todas las naciones de origen románico, pero no exactamente igual. Por ejemplo, tanto castellanos como catalanes tienen una línea de creación de nombres de familia basada en los patronímicos: Juan Pérez (= Juan, hijo de Pedro), Joan Pere (= Joan, hijo de Pere) La diferencia es que en castellano, esta manera de crear apellidos se convirtió en muy importante, por no decir la principal, mientras que en catalán, fue minoritaria. De manera que los apellidos catalanes, en general, son mucho más variados y, de una manera superior a la lengua castellana, se refieren a alusiones personales, de procedencia, etc.

Después de siglos de convivencia y, sobre todo, con las inmigraciones interiores del siglo XX, encuentras Cataluña llena de Fernández, Pérez, etc. lo cual és absolutamente normal. Los apellidos catalanes, como no se agrupan tanto, parece que sean minoritarios. Donde hay cuatro familias que se llaman Fernández, hay cuatro familias que se llaman Pera, Calbet, Grasset y Miró. No quiere decir que en castellano no se utilizara esta manera de crear apellidos, sino que, simplemente, no fue tan productiva. Y la prueba es que si bien las dos lenguas coinciden en los apellidos más usuales designativos de las lenguas romances (Puente, Pont, Ponte, etc.) el catalán tiene un montón de propios que no tiene el castellano (o tiene muy pocos) de la especie de Pi, Pinyol, etc.

La estadística de la FAES diría que Fernández gana por cuatro a uno y que por tanto una Cataluña catalana es falsa, cuando en realidad el resultado sería de cuatro a cuatro. Luego hay apellidos catalanes antiquísimos que parecen castellanos, como Garcia (Garcia es de origen vasco y, como mínimo, comparten su origen catalanes, aragoneses, navarros y castellanos, por el contacto con esa cultura). O Navarro, que es de origen castellano o aragonés, pero presentés en Cataluña desde tan antiguo, que ya es tan catalán como cualquier otro (un caballero catalán de nombre Navarro ya aparece mencionado en la crónica del rey Pedro III el Ceremonioso, siglo XIV) .

A mí, este tema me da exactamente igual. Como a tantos catalanes, que aceptaron tener un presidente andaluz sin problemas, y lo único que le reprocharon (tendencias ideológicas a parte) era que fuera aburrido. Precisamente, Cataluña, a diferencia de los vascos, no mira los apellidos, no se necesitan ocho apellidos catalanes para ser un catalán pata negra. Lo que molesta es la superficialidad de los tiempos actuales, donde, por un lado, la memoria es líquida: Estos informes sobre apellidos y orígenes, con esta actitud, aparecen sistemáticamente cada vez que hay una estadística sobre el tema. Parecen copiados. Alguien tiene una revelación, la gran idea innovadora: ya verás, ahora les vamos a dar fuerte. Y resulta que la idea es vieja, gastada, repetida y aburrida.

Por otra parte, otro signo de los tiempos es la superficialidad: Se va al grano sin tener ni idea, con todo el cinismo. Y hay que decir que a veces tienen éxito. Miremos por ejemplo el plan diseñado para Abril Martorell al principio de la transición para llegar a separar cultural y lingüísticamente valencianos y catalanes. ¿Se imagina alguien que, en treinta y cinco años de acción metódica sobre el imaginario colectivo, ya se hubiera logrado por parte de , por ejemplo, Chile, que se dijera que los chilenos no hablan una variedad de español sino otra lengua? Y que esto constara explícitamente en la constitución chilena? Pues eso.

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