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'Personal' es un blog por el que desfilarán los personajes más significativos de la actualidad catalana, con las palabras del periodista Xavier Ribera y la mirada artística del ilustrador Jaume Bach.

Artur Mas, el caballo de Troya del independentismo

Retrato de Artur Mas. / Ilustración: Jaume Bach

Xavier Ribera

Barcelona —

De tecnócrata descreído a constructor soberanista; no son pocos los que, fuera y dentro, se preguntan el cómo y el porqué del giro copernicano de aquel economista afrancesado con fama de buen gestor que se hizo con el deseado aval del presidente Pujol. Después de cruzar el desierto a buen ritmo, Mas parece haber logrado lo imposible: matar al padre. Empujado por las circunstancias, se ha convertido en el caballo de Troya del independentismo catalán. Con el 'dragon khan' del tripartito en el desguace, Mas entraba en Troya como el regalo de unos dioses anhelantes por recuperar el establishment. Poco se imaginaban los troyanos que bajo esa imagen de político de cartón piedra bien repeinado se podía esconder un ejército independentista. De hecho, seguramente ni él mismo esperaba su propio destino.

Mas nace en el año del frío (1956), justo en el ecuador del franquismo, en una acomodada familia barcelonesa dedicada a los negocios textiles y metalúrgicos y alejada de la política. Los Mas Gavarró practican un catalanismo casero, de bajo riesgo. Artur, el mayor de cuatro hermanos, es educado en el exclusivo Liceo Francés y, posteriormente, en la elitista escuela Aula. Después de licenciarse en Económicas, trabaja hasta los 26 años en el sector privado. En 1982 entra en el departament de Comerç, Consum i Turisme de la Generalitat de Catalunya, como colaborador en la promoción exterior y captación de inversiones extranjeras. Con fama de aplicado y resolutivo gestor, Mas inicia su particular escalada hacia el poder: concejal del Ayuntamiento de Barcelona, conseller de Política Territorial i Obres Públiques y después de Economia i Finances.

Contra todo pronóstico y de la mano de su fiel escudero, David Madí, Mas entra en la tripleta sucesoria al eterno Pujol, completada por Josep Antoni Duran y Miquel Roca. Aunque inicialmente sus posibilidades se cotizaban a la baja, Mas consigue deshacerse de unos rivales más fuertes: Duran, entonces, disfruta de simpatías variadas y tiene más futuro que pasado; Roca, a pesar de haber envejecido al ritmo del padre, luce la sabiduría del que primero razona y luego habla. Pero nada es suficiente para vencer el ímpetu del yerno aburrido pero ideal.

Para que nada parezca perfecto, Mas tropieza dos veces antes de lograr la presidencia. En este lapso de tiempo no deseado, el político se acaba de cocinar a fuego lento y gana textura. A la tercera, nada ni nadie le impide escribir su nombre en los libros de texto. A partir de ahí, el destino azaroso toma el mando de la historia y, sea por la puñalada por la espalda a un Estatuto ya descafeinado por él mismo, o sea porque la crisis hace huir hacia adelante, un número indeterminado (intuitivamente cuantioso) de catalanes empuja a Mas a la independencia. Y el presidente se deja empujar, la historia dirá si con acierto o no.

Los que desconfían dicen que CiU no deja de ser la marca blanca de un independentismo con DO, ERC, y que eso, más temprano que tarde, trasvasará los votos de derecha a izquierda hasta llenar el vaso republicano y catapultar a Oriol Junqueras al lugar que ahora ocupa Mas. Pero esto último no está escrito y, por tanto, es ficción, y de la ficción se ocupa otra ciencia.

De momento, Mas saca punta al lápiz de su perfil, buscando referentes entre los libros de historia, y no apunta bajo: de Gandhi a Luther King, pasando por el cartel electoral mesiánico. Nada, que no necesita abuela.

Mas pasará a la historia, seguro: o como aquel político que intentó llevar a Catalunya a la independencia o como el que lo consiguió; también podría ser que fuera aquel que inició un largo proceso que concluyó otro. De momento se aleja del pájaro en mano e intenta equilibrar los dos extremos catalanes: el seny constructivo de Prat de la Riba y la idealizada ‘rauxa’ de Francesc Macià. Todo ello persiguiendo el viejo sueño de hacer de Cataluña la Massachussets de los Estados Unidos de Europa.

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