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Coplillas de África

Coplillas de África

Jubón

Las revelaciones llegan siempre en el momento más inesperado. Al final lo que las hace tan especiales es casi más eso que lo que en sí revelan. Ayer a media tarde, metido en una furgoneta de nueve plazas en la que viajábamos 26 personas, tuve una de esas.

La música etíope tiene esa mezcolanza tan inevitable en África que convierte todas las canciones en la misma a oídos occidentales. Las bases rítmicas desenfrenadas, las voces corales y, siempre por encima, una chirriante melodía con (mal) gusto arabesco. Si a esto sumamos el mal estado de carreteras y vehículos y el placer que cualquier conductor etíope experimenta llevando el volumen al máximo –si satura, mejor-, los viajes por el país se convierten en una prueba de paciencia bíblica.

Y heme aquí ayer en esa coyuntura, con mi cabeza dando tumbos junto al altavoz del copiloto, cuando de pronto en un alarde de misericordia infinita el conductor quitó el disco. No bajó el volumen ni le dio al pause ni al stop. Le dio directamente al eject, me miró a los ojos muy serio y me dijo “you don’t like”, o eso quise entender yo. Entonces siguió conduciendo en silencio, dándole vueltas a una idea, y al rato me dijo “Ethiopia? Traditional?”. Y yo, que después de dejar sin música a 25 personas estaba dispuesto a aceptar irrintzis por bulerías, le dije que yes con mi mejor sonrisa.

Rebuscó un poco en la guantera hasta dar con el CD que buscaba. No sé si era tradicional o no, pero desde luego era menos estrafalario y, en definitiva, más fácil de digerir. La primera canción era instrumental, con mucha percusión y una melodía fácil, tranquila y pegadiza. Ideal para dejar correr la vista por la inmensidad de la sabana a medida que recorríamos el valle del Rift. Tanto me pude abstraer que no reparé en que había empezado la segunda canción hasta que el chófer me preguntó si yo like. Y entonces, al volver mi atención hacia la música, descubrí que estábamos escuchando a Conchita Piquer. El pensamiento se descartó a sí mismo por absurdo, pero la evidencia era clara. Al momento me vino otra idea a la mente. ¿Estrellita Castro? ¿Por qué no entendía nada de lo que cantaba? Ya mis pies empezaban a dejarse llevar por el vaivén de un pseudopasodoble antediluviano cuando el conductor se volvió hacia mí, orgulloso y sonriente, y me dijo “tradition”. Y en el momento de descubrir que en Etiopía también tuvieron sus copleras, y que sonaban exactamente igual que las que se escuchaban en España, descubrí también a nuestros padres y abuelos en las manos afanadas de un anciano que, sentado en algún punto indeterminado de la parte de atrás de la furgoneta, canturreaba entre dientes mientras trenzaba el pañuelo de hilo de su señora con una sonrisa nostálgica en los labios.

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