Yo no conocí a Juli Soler. Mi irrupción en el periodismo gastronómico fue, quizás, un poco tarde como para confraternizar con él. Pero mi amigo Enrique Cillero me ha hablado largo y tendido de él. Sé a ciencia cierta que hoy, mientras Enrique conduce desde su Zaragoza natal a Terrasa, donde se celebrará el funeral por este grande de la gastronomía española, irá con la música a tope de los Rolling Stones mientras las lágrimas le caen por el rostro. Para Enrique, es una manera de llorarle, sí, pero también de celebrarle.
Fue Soler quien le dio a Enrique Cillero y a su incipiente estudio de traducción Cillero & De Motta la oportunidad de meterse en la edición y traducción gastronómica. Gracias a Soler, se hizo con la traducción de los volúmenes de elBulli: ¡Algo muy grande! De ahí a convertirse en el ‘traductor de las estrellas’, como yo le llamo, fueron unos pocos pasos.
Poco más puedo añadir. Las siguientes palabras de Enrique Cillero lo dicen todo.
Juli Soler, In Memoriam
Sentado en la terraza de elBulli, en el verano de 2003, con la camiseta blanca llena de dibujos de niños, el cigarro, el café solo mal hecho, las gafas de ver, la mirada de lobo, la mirada de padre lobo..., las manos que se movían sin cesar, me tocaba la pierna como quien dice ‘¿es esto madera de ley o no?’. «Nen, ¡yo no estoy nunca contento!», repetía. 5 volúmenes de elBulli Books en 4 lenguas - japonés incluido- y dos años más tarde, en elBulli
Carmen, después de trabajar íbamos a comer al restaurante del Colegio de arquitectos de Barcelona. Ir con Juli por esa zona de la ciudad era como ir con Jesucristo por Galilea. Luego vino septiembre y trajo a las revisoras del editor japonés al que Juli le había vendido unas cajas de libros. 5000 ejemplares. «Los palets, nen, saldrán del puerto de Barcelona», y así fue.
Juli y Cillero ayudaron, mano a mano, a la revisora del editor japonés a revisar el libro: «¡el libro está molt be! Yo ya sé cómo sois todos vosotros...», decía Juli. Antes de hablar con nosotros, la revisora cambiaba un 30% de nuestra versión. Tras dos cafés con ella, un 5%. Al tercer día no cambió nada. Y se llevó el libro firmado.
En Navidad, en Madrid, recuerdo el tráfico de décimos de lotería en Currito, las fotos de Guillamet, el perfume ese del invierno que a veces trae la fraternidad de verdad.
Fuimos a elBulli con mi cuñada, que es de Tarrasa, y cuyo plato favorito es la pechuga a la plancha. Juli abrió un Magnum de Gosset, impertérrito: «Tú, nena, ¿de quina casa eres? Juli se llevó a Elena (la otra parte de Cillero & De Motta) al despacho a ver las fotos de los próximos libros. «Que hay trabajo y no hay que perder el tiempo».
Juli encargó un jamón al batería de los Rolling Stones en un restaurante de Zaragoza. Juli me contó unas pelis del avión de los Rollings. Odiaba el show off. Odiaba el postureo. Me contestaba todos los mails. Juli guardada los bogavantes en una pileta, en el exterior, en la época mítica de elBulli. La plonge la llevaba un paisà crack medio legionario. ¡Vaya grupete! Amaba el Borgoña. Tenía mucho carácter. A él le gustaba más la primera edición de ‘Un día en elBulli’. La suya. Hizo su camino. La ruta 66 de su vida dice que su revólver tiene un montón de muescas. Juli era/es un manager de artistas. Juli le organizó el Concierto a Ferrán. En vivo. En Cala Montjoi, que es el Royal Albert Hall del rock & roll en cocina. Debería haber cobrado un royalty cada vez que en España había un camarero vestido de negro.
Es imposible Juli, decirte adiós, es imposible... Cada vez que vaya a París y quede con Oscar, vas a estar tú -lo sabes-, cada vez que sea valiente vas a estar tú, cada vez que les lleve la contraria a todos vas a estar tú y eso, ¡a mí me encanta! Cada vez que haga las cosas para tomarle la delantera al viento voy a llevar el rebufo de tu golf blanco volando de Rosas a elBulli.
Gracias crack, por todo. Me gustaba más el Barça de Cruyff, de cuando jugaba Cruyff…
