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Puentes

Puente de Santa Catalina en Talavera de la Reina

Miguel Ángel Curiel

El fotógrafo portugués Oscar Andrade pasó hace unos días por T. Nos citamos a la entrada del viejo puente de Santa Catalina y cruzamos el río a paso lento. A la manera de Robert Kincaid lleva desde hace años fotografiando los puentes sobre el Tajo y el Guadiana. Cuando culmine este trabajo lo celebraremos en el café Ofelia de Alfama. Un puente se ve a la vez desde los dos extremos, y une fuerzas antagónicas, uniéndose sobre las aguas sin violencia, en paz, así lo vio una vez el poeta norteamericano Hart Crane en una de sus visiones autodestructivas.

Un libro de puentes es más que un libro sobre puentes, ese [sobre] hace que todo fluya por encima. Nos imaginamos un puente de cristal y lo atravesamos llenos de vértigo sobre un río de pureza escarnecida. Nos vemos reflejados en el agua mientras lo cruzamos, nos vemos bocabajo, inmersos en pensamientos de cristal que se rompen a cada paso. T. tiene cuatro puentes sobre el río. El puente de Luis Baber, el de Santa Catalina, el Arpa de los vientos y el puente sin nombre. El Arpa de los vientos es un puente con ciento cincuenta y dos cables tensados a un pilono de 192 metros de altura donde el aire crea melodías extrañas al rozar los cables atirantados. En el pilono de hormigón un anónimo escribió a una altura considerable “Es tan importante la voz, el viento de la voz, el sol de la voz. Cuando lo escribas no podrás leerlo, está esparcida en el aire la vida”. Y así es, para leer esos versos anónimos debes mirar hacia lo alto del pilono y perderte con los ojos en el cielo. Oscar Andrade lo captó gracias al potente objetivo de su cámara y fue a través de la fotografía como pudimos leerlo. La luz nos acerca aquello que el hombre aleja. Ahora este puente es uno de esos lugares donde los familiares esparcen la ceniza de sus muertos al río. Un puente es un registro de vivencias, demasiadas veces no lo atravesamos sino que nos quedamos en él a vivir. 

Desde el gran ventanal del café Ofelia en Alfama, entre fotografías de puentes de Oscar Andrade, para combatir la saudade, el poeta lisboeta Antonio Espina cuenta cada noche las luces del puente 25 de Abril, él lo llama  A ponte dos pirilampos, que significa luciérnaga en portugués. Él cuenta luciérnagas, las luciérnagas del río. A veces Espina de noche cruza caminando el 25 de abril camino de Seixal, para luego dirigirse a las playas del amanecer y recoger conchas. Cada puente te marca un ritmo diferente. En T. el de Santa Catalina es el puente de la memoria, y esta exige que uno se detenga a mirar el río muerto al menos tres veces. Todos los ríos te dicen crúzame, hay otra orilla, la vida siempre está al otro lado; el amor, el futuro, la otredad. Cada riada dejaba un nuevo paisaje fluvial. Desaparecían islas y aparecían otras. T. de manera caótica y enloquecida se iba haciendo a golpes de riadas. Cuantas veces se desmoronó por la fuerza de la corriente este viejo puente. Cada vez que lo cruzas una parte de ti se ha ido para siempre. Te vas a trozos. Los suicidas eligen puentes con mucha luz sobre aguas revueltas. En la desembocadura del Almonte en el Tajo se está construyendo ahora otro de esos puentes imposibles. Un arco iris de hormigón y acero sobre las profundas aguas del río embalsado en Alcántara. Sobre esta estructura blanca, elevada a casi cien metros del agua, pasará hacia Lisboa en el futuro un tren silencioso a trescientos kilómetros por hora. El puente de alta velocidad con mayor luz del mundo, más allá del Dashegguam en China. Por la noche, en silencio trabajan en él ángeles y muertos con computadoras que guardan el alma de los cálculos. Un puente que no podrá ser atravesado a pie por nadie. Entre los puentes destruidos por el tiempo, los que duermen sumergidos en las aguas y los que se están alzando ahora, quizás haya una extraña relación que debamos despejar. Una mañana de niebla cerrada en el río, y como si la niebla ayudara a fijar los espectros, y los puentes fueran sólo ojos espectrales por los que el hombre y el agua hablan la misma lengua. El río de pronto se abre a la luz de un día pleno. La luz siempre parece tender un puente de cristal allí donde finalmente se tiende. Ningún accidente, o profundidad abisal, corriente o mal sueño, abismo o escarpada memoria impiden finalmente la construcción de los puentes. Al contrario, estos lugares imposibles son los más propicios. Los lugares más inaccesibles o insalvables son los que llaman o invocan a ser tendidos, salvados y alumbrados por largos arcos imposibles.

Los puentes son palabras en el aire, tendidas entre dos silencios para pontificar la vida, la existencia, la otredad. Allí, en los Tajos o Tejos, sancionados por aves que muy arriba trazan círculos están los puentes. Oscar Andrade ha querido fotografiar este puente en construcción y no culminado. Esa fotografía será la portada del libro, y no el puente de Ajuda en el Guadiana, como en un principio me insinuó.  Destruido en 1709 durante una guerra vacía y estúpida entre españoles y portugueses. Entre Olivenza y Elvas, allí donde el río G. hizo durante tanto tiempo de inútil frontera entre iguales. Un puente destruido y uno que se construye. Que no tensan las cuerdas de luz del ahora entre el ayer y el mañana sino un puente de luz entre nuestros dos países hacia un único país ibérico. La gran metáfora de O. Andrade era esta.

Estábamos ayer en T. hablando de esto y del más allá, envueltos en la bruma fluvial de diciembre volvíamos a la ciudad por el viejo puente. A los lejos, aguas arriba el Arpa de los vientos, el último en construirse. Cada vez que cierro los ojos para que descansen de la luz y el mundo, en la postal que se deposita dentro de uno, sólo hay tres puentes. Por mucho que apriete los párpados, el Arpa de los vientos no aparece en la imagen o postal. Mi mundo ya no está dispuesto a acoger más cosas, más ciudades, rostros o largas calles. Se ha quedado quieto como un puente de cristal azul tendido hace ya mucho sobre la propia vida. Es imposible revertir o cambiar la vieja mirada que el río ha ido excavando en uno. Sólo quien nazca hoy, al abrir los ojos, y vea un día tras otro ese arpa de viento que el sol toca, no dejará ya de abatirse sobre esa imagen, y posiblemente, allí donde la vida le lleve, guarde entre los pliegues de la memoria esa imagen de T.

(*) Este artículo está dedicado a mis amigos Óscar Andrade y Antonio Espina, así como a José Antonio Bonilla y Julio López Espeso. Todos ellos ya en un mismo país llamado Europa.

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