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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Crítica a la unidad popular como momento maquiavélico

Albert Noguera

En estos tiempos complejos, en los que parece que Maquiavelo vuelve a estar particularmente de moda entre parte de la izquierda, es interesante repasar las ideas fundamentales del autor florentino sobre la autonomía de la política.

Maquiavelo planteaba sobre este tema dos cuestiones principales. Por un lado, que la lucha política por la toma del aparato estatal puede llevarse a cabo de manera autónoma respecto a las otras esferas sociales (la economía, el derecho, la religión, la ciencia, etc.). De esta manera, lo importante es cómo tomar el Estado sin preocuparse por lo posterior. Por otro lado, el autor predicaba esta autonomía de la política también respecto de lo moral. Así, Maquiavelo asimiló el arte de la política al arte de la guerra y en una guerra no hay ética. Expresada esta idea en otros términos: los medios apropiados para la política son “cualesquiera” que permitan obtener el fin.

La conjugación de las dos ideas compone una estrategia política presentista que se agota en el asalto al Estado. Trasladando esta estrategia a nuestra realidad podríamos afirmar que, para conseguir el asalto al poder, el actor político en cuestión (la izquierda) debe actuar de manera no muy diferente a como lo hace un empresario que decide maximizar su beneficio. La estrategia correcta vendría definida, esencialmente, no por parámetros morales, sino por un objetivo utilitarista de eficiencia en la obtención de resultados.

Esta fue durante mucho tiempo una posición asumida por el marxismo clásico, entre muchas otras causas, por una interpretación reduccionista de algunos textos de Engels como Los comunistas y Karl Heinzen (1847) o Del socialismo utópico al socialismo científico (1876-1878). Lo primordial era tomar el aparato estatal “como fuera”, puesto que, una vez logrado, la igualdad vendría rodada y sería inevitable. El enorme incremento del poder humano para transformar la naturaleza que otorgaba el desarrollo de las fuerzas productivas, combinado con un reparto igualitario de la producción, sólo podía dar como resultado inevitable una abundancia material tan grande que todos podrían tener cualquier cosa.

Una posición parecida, aunque en términos reformistas, se da también hoy en parte de la izquierda. Mientras la toma del Estado se entiende como momento maquiavélico autónomo, autoreferencial y sin reglas éticas, de final incierto, la generación de igualdad una vez obtenida la mayoría electoral suficiente para gobernar se percibe como automática o “rodada”, no teniendo mayor complicación que la simple activación de las garantías normativas y garantías de políticas públicas necesarias para hacer efectivos los derechos sociales.

De acuerdo con todo lo anterior, el criterio más o menos democrático y plural para la fusión y organización del sujeto de la Unidad Popular no sería importante por si mismo. Por esto, el único criterio válido -y el que parece ser idóneo- para elegir una u otra forma de conformar este sujeto es el que permita mayor rapidez, facilidad y eficacia para “ganar” una mayoría electoral. Se toma así como premisa una verdad irrefutable: el grupo más eficaz y con mayor rapidez de maniobra es siempre el conformado por uno o uno y sus amigos.

Esta supuesta eficacia ha sido, no obstante, cuestionada durante los últimos días por muchos activistas afirmando que la única manera de romper el techo electoral del 20% y obtener mayoría suficiente para gobernar, pasa por un proceso plural de confluencia que siga algunas experiencias municipalistas recientes. Sin dejar de aplaudir la iniciativa, considero que es necesario ir más allá de esta crítica estrictamente de cálculo porcentual de votos y tener en cuenta dos cuestiones más, que a mi entender resultan primordiales y que, además, refuerzan esta opción.

La primera es que la etapa inicial de toma de la institución y la posterior de implementación de políticas de transformación no son departamentos estancos y autónomos, sino que se determinan recíprocamente.

Para entender esta idea debe partirse de la base de que pueden existir distintas formas de fusión, conformación y organización del sujeto de la Unidad Popular. Ésta puede ser la suma o coalición de partidos, una agregación de luchas y movimientos sociales, una identificación del pueblo-masa con un grupo de notables o incluso varias de las anteriores mezcladas.

Cada una de estas maneras o vías para conformar la Unidad Popular en el momento de tránsito de lo civil a lo institucional condiciona el diseño e implementación de las políticas de cambio una vez “asaltado el cielo”. En concreto, tiene implicaciones respecto de: las formas de articular lo institucional y lo social; las formas de participación y toma de decisiones; las formas de diseño e implementación de políticas públicas; las formas de querellarse o problematizar contra el sistema; las formas de ordenar y organizar lo público; las formas de redistribución de los recursos económicos y materiales, etc. Cada una de estas cuestiones se plasmará de una manera u otra de acuerdo a la naturaleza del sujeto de la Unidad Popular que ha tomado el Poder. La forma del sujeto de la Unidad Popular y sus lugares naturales de operar determina directamente la forma posterior de gobernar y transformar.

La segunda de las cuestiones que es necesario tener en cuenta es que las garantías normativas o de políticas públicas para hacer efectivos los derechos sociales no son ajenas a la coyuntura histórico-concreta, es decir, las mismas no pueden considerarse como “algo” que está a la espera de ser utilizado por “cualquiera” cuando “quiera”. Estas garantías aparecieron como parte integrada de una “época” (el capitalismo industrial de pleno empleo de la segunda mitad del s. XX europeo) en cuyo interior adquirieron eficacia. Fuera de su “época” las garantías no son útiles ni eficaces y es necesario ser capaces de reflexionar y plantear otras.

Cada vez está más claro que, en una coyuntura de soberanía económica secuestrada por la UE y en una fase en la que es evidente que el capitalismo es incapaz de generar ni crecimiento ni empleo, la implementación vertical de bienestar ya no es posible. La separación entre un Estado proveedor y garantista de los derechos sociales, vinculados al trabajo-salario, y una sociedad objeto de las políticas, propia del modelo socialdemócrata, debe superarse si se quiere construir una alternativa real. En estos momentos, en el declive de la civilización industrial-fordista, la generación de igualdad y bienestar debe conseguirse estableciendo nuevas formas alternativas populares y horizontales de organizar y gestionar lo público que desborden los espacios tradicionales de la política.

Este objetivo, fundamental e imprescindible, sólo se podrá hacer si el sujeto de la Unidad Popular que toma el poder tiene más de forma movimiento que no de forma suma de partidos o grupo de notables.

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