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Arca corrompe al Sónar con su versión más extremadamente radical

Arca corrompe al Sónar con su versión más extremadamente radical

EFE

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En música no todo está dicho, por fortuna y cuando aparece una cabeza tan extrañamente amueblada como la del venezolano Arca con su minimal barroco electrónico, se ha de celebrar, como los afortunados que han disfrutado de un show extremo, elaborado “a pachas” junto a Jesse Kanda, en la primera y calurosa jornada del Sónar.

Arca es uno de esos nombres que no veremos en el circuito “mainstream”, pero cuyas aportaciones se filtran al subsuelo de artistas superventas pendientes de por dónde van a ir los tiros, aunque nadie se atreva a tanto como él. “Niño mimado” de Björk, este joven ha llegado de nuevo al Sónar con nuevo disco y con un espectáculo radical, en contenido y forma.

Un show, que se vio hace unos meses en Londres, y que luego viajará a Nueva York, no pensado para festivales, lo que ha obligado a una intendencia de emergencia para montar en el Sónar Hall una pasarela por la que Alejandro Ghersi -identidad administrativa- se ha exhibido como un Freddy Mercury avariciosamente “queer”, con una escueta malla, unas largas botas de caña y un látigo del que ha simulado ahorcarse.

Eso tan sólo en los primeros instantes. Pero lo mejor (para algunos un mala digestión) estaba por llegar.

Bajo las “ectoplasmáticas” proyecciones de Kanda, este productor y músico ha desgranado su último y homónimo álbum, “Arca”: la desgarradora nana “Piel” o la jonda “Anoche”, piezas clave de este trabajo en el que su voz, cavernosa y espectral, se convierte en un arma de destrucción.

No era plato de gusto masivo. El público menos convencido, que había abarrotado el espacio Hall ante la expectativa generada, ha comenzado a dejar grandes huecos. Los que se quedaban iban a necesitar más aire.

Ha sido entonces cuando ha advertido de la crudeza de lo que se avecinaba y ha pedido que los padres “evacuasen” a sus hijos, o de lo contrario iban a ver “una mierda que nunca antes habían visto”.

En la pantalla, una escena de sexo radical y nada, nada convencional: un “fistfucking” en toda regla. Gritos y aplausos, y pasmo general.

Pero no nos quedemos con la anécdota, Arca es un artista total que no dribla la provocación, aunque su música es lo primero.

Al Sónar, marca de lujo que ha puesto a Barcelona en el atlas musical -que ha sabido exportar con éxito a otros rincones del planeta-, le hace grande una extraña combinación, mezcla que permite que mientras unos disfrutan del “bacalao del bueno” del italomadrileño Bawrut, otros se dejen llevar, misma hora y a pocos metros, del post rock electrónico del nuevo proyecto de Daniel Brandt.

Ritmos contundentes de trazo grueso, sudor y pocas lágrimas, es la receta que Bawrut - ha ofrecido en el hoy calurosísimo escenario Village, donde, entre otras ofertas, ha presentado un “souvenir” de resonancias “acid” dedicado a la “ruta” de clubes que en los ochenta convirtió los alrededores de Valencia en la nueva Babilonia.

El público extranjero, mayoritario en el festival, ponía cara de no entender nada cuando en los altavoces se oía la voz del periodista Carles Francino presentando el mítico documental de Canal+ “Hasta que el cuerpo aguante” (1993) sobre aquel fenómeno juvenil, superpuesto con un torrente de beats encaminados a resquebrajar la pista. Una broma para la parroquia local.

En otra dimensión y para otra temperatura corporal, el alemán Daniel Brandt certifica que sabe manejarse sin problemas lejos del trío Brandt Brauer Frick, con el que pasó por el Sónar hace unos años, y que dejó abiertas muchas bocas por la habilidad para coordinar, hasta obtener una melodía bailable, instrumentos que partían de puntos muy distantes.

“Eternal something”, título de su último trabajo, utiliza ingredientes conocidos para experimentar, suena a jazz, a campiña inglesa, a post rock, a “electrónica acústica” como algunos la denominan. Sus objetivos pueden resultar pretenciosos: hacer progresar una guitarra, una batería, unos teclados y un trombón de varas y hacerlos converger en un torrente, una especie de falsa improvisación que estremece.

La tarde ha sido, sin ninguna duda, cosa de mujeres, por ejemplo de las norteamericanas Dawn y Princess Nokia.

En un momento en el que las caras más conocidas, tipo Solange o Rihanna, se adentran en sonidos urbanos y poco concurridos como fuente de inspiración, el público tiene en Dawn a una artista auténtica que, como ha demostrado esta tarde en Sónar, lo tiene todo para ser una nueva musa: voz arrebatadora, coreografía que aturde y capacidad de conexión sin mucho parangón.

Los palacios pueden levantarse de muchas formas, de mármol y de columnas doradas o a base de pilares de bajos graves, cúpulas de rimas y torres de recitados. Este andamio callejero es la opción de la sensual mc Princess Nokia, la rapera neoyorquina que se aleja del oropel y lujo excesivo que exhiben algunas de sus compañeras de la banda del “trap”, y que ha hecho bandera del feminismo.

“Soy morena, africana, indígena y te amo muchísimo” ha gritado en un castellano más que decente, a todas las mujeres de color que se encontraban en el Sónar, que hoy ha vivido su primera jornada grande y que continuará así hasta la madrugada del domingo.

Sergi Santiago/Sergio Andreu

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