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Fallece Richard Attenborough, el hombre que soñó con dinosaurios

Fallece a los 90 años el actor y director británico Richard Attenborough

Mónica Zas Marcos

Richard Attenborough fue de esos conquistadores sin prisa, pero sin pausa. Al inicio de su carrera cinematográfica, las pantallas británicas fueron las únicas en apostar por sus infantiles y rechonchos rasgos hasta que, poco después, la Meca del cine cayó rendida ante sus repartos. Hoy, a pocos días de cumplir 91 años, ha fallecido uno de los estandartes culturales del Reino Unido y un prolífico creador de memorables proyectos del séptimo arte. Nada más conocerse la noticia de su fallecimiento, el primer ministro británico, David Cameron, rindió tributo al artista mediante un comunicado en el que el jefe del Ejecutivo señaló: “Su actuación en 'Brighton Rock fue brillante, su dirección de Gandhi fue sorprendente. Richard Attenborough fue uno de los mejores del cine”.

Y precisamente con el film noir basado en la novela de Graham Greene, Attenborough irrumpió en una industria despistada que no había reparado en aquel joven de buena familia que apuntaba a ser mucho más que un niño rico. Las décadas de los 60 y 70 le permitieron fraguarse una filmografía digna de los mitos de Hollywood, pese a que su apariencia distase bastante de aquellos cánones.

La gran evasión, Plan siniestro, El vuelo del Fénix, El Yang-Tsé en llamas y El extravagante Dr. Dolittle protagonizaron unos años 60 nada desdeñables. Durante esta época los festivales ya empezaron a incluir a este británico de apellido señorial entre sus palmarés, como San Sebastián en 1964, los Globos de Oro en 1966 y 1967 o los DGA y Bafta un año después por El código de los inmorales.

La década de los 70 supuso su cambio de piel hacia un perfil de antagonista que rememoraba al mejor Richard de Brighton Rock. A fuego quedará esa inquietante secuencia de El estrangulador de Rillington Place, donde el asesino en serie John Christie roza con la mano un cadáver mientras gime de placer. Su faceta interpretativa alcanzaba así su mayor expresión camaleónica para posteriormente trabajar en otras cintas como Branigan, Rosebud y El factor humano. Pero todos estos papeles eran la excusa para ir modelando económicamente un proyecto mucho más ambicioso: su debut como director.

Un cerebro tras las cámaras

Richard Attenborough fue un director tardío, pero quizá también maduro, lo que le hizo ser uno de los más aplaudidos del panorama angloparlante. Cuando los panegíricos hablan del inicio del artista tras las cámaras no se refieren a ¡Oh, qué guerra tan bonita! -proyecto que aceptó con gusto, pero que no planeaba-, sino a Gandhi, su plan soñado. Aunque es cierto que los matices inteligentes y el complicado uso de los escenarios en las anteriores hicieron de Attenborough un director audaz y preparado para acometer una superproducción hollywoodiense.

Los planes para retratar sobre la gran pantalla la vida del pensador hindú se retrasaban y, mientras, iban surgiendo otros proyectos no menos biográficos. El joven Winston, donde Simon Ward interpretaba a un joven Winston Churchill o el reparto de postín de Un puente lejano evidenciaron aún más el talento del nuevo director. Hasta que en 1982 llegó su tan preciada Gandhi, con la que conquistó el Dolby Theatre y completó la estantería de premios con los dos Oscar más importantes, a mejor película y director.

Otros personajes históricos relevantes llegaron a sus manos en forma de guión. Con Grita libertad nos trasladó al Apartheid de la mano de uno de sus activistas más intensos, Stephen Biko, para después declarar su amor al genio del cine en el homenaje vacuo, Chaplin. Finalmente, redescubrimos a Anthony Hopkins gracias a un regalo de papel que le permitió interpretar la faceta más íntima, dramática y desconocida del solitario escritor C.S. Lewis -autor de Las crónicas de Narnia-. Con Tierras de penumbra, actor y cineasta alcanzaron la cumbre y eclipsaron involuntariamente los fútiles proyectos posteriores de Attenborough.

El honor tenía un precio

Para las nuevas generaciones, Richard Attenborough fue Jurassic Park, pero lo cierto es que el genio loco de los dinosaurios fue una aparición simbólica tras 13 años alejado de la interpretación. Después de 1993 aceptó algunos papeles más en el remake de Milagro en la ciudad, El mundo perdido y Elizabeth, antes de que sus circunstancias personales le obligasen a abandonar para siempre el arte que le vio crecer como uno de los mejores. Como si las penurias de C.S Lewis le acechasen años después, el inicio de siglo fue harto difícil para este hombre de familia.

Uno de los golpes más duros fue cuando su hija mayor, de los tres que tuvo con la actriz británica Sheila Sim, y su nieta fallecieron en el tsunami de Tailandia en 2004. Cuatro años después sufrió un ictus que le postró en una silla de ruedas hasta sus últimos días. Un final amargo para una vida plena y llena de anécdotas que reflejó en su autiobiografía Entirely Up to You, Darling, donde de lo único que se lamentaba era de no haber pasado el tiempo suficiente con sus hijos. “El trabajo siempre tuvo prioridad”, admitía para quien el honor tuvo un considerable precio.

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