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¡Feliz 2014!

Rafael Baladés y Sergio Gay

Mordchem el multimillonario se puso en pie en la cabecera de su magnifico comedor estilo chippendale, levantó su magnifica copa de cristal de Murano, en la que chispeaba la más magnifica añada de dom Perignon, miró con ojos maliciosos a su magnifico gato persa, el único invitado a su magnifica cena de nochevieja, y con su voz imponente gritó “¡Feliz Año Nuevo, Misi!”. A continuación, sin dar un sólo sorbo, arrojó la copa hacia atrás. El magnifico cristal estalló como un disparo magnifico contra el magnifico espejo de la chimenea. El gato se lanzó bajo la mesa. Y Mordchem el poderoso estampó en el filo de la medianoche una soberbia carcajada de doce “jas”: “¡Ja ja ja ja ja! ¡Ja ja ja ja ja ja ja!”.

Mordchem el más rico celebraba que 2013 había sido un año excelente, un ejercicio coronado con un beneficio brutal: “¡Claro! Hay mas miseria ahí fuera.” Y otra vez descargó otros doce “jas”: “¡Ja ja ja ja ja! ¡Ja ja ja ja ja ja ja!” El gato hace ¡Fuu! cada vez que oye esa risa salida del infierno. “¡Vamos! ¡Que entren los de la tele!” gritó Mordchem el terrible, y un enjambre de seres, luces, cables, cámaras y micrófonos inundó el magnifico salón. El gato salió corriendo y se metió bajo la cómoda. Diligentemente, todas las cámaras enfocaron al hombre que determinará el año que empieza.

“Habitantes de la tierra: En el nuevo año 2014 medio mundo seguirá avanzando hacia el oscuro infierno de los asuras voraces... Y el otro medio insistirá en la construcción de la luminosa hermandad de los hombres. Está bien. Que cada uno elija el bando en el que quiere morir. ¡Ja ja ja ja ja! ¡Ja ja ja ja ja ja ja!”. Y levanta los brazos y ordena a los de la tele que se vayan: “¡Fuera! ¡Se acabó!”

Todos se atropellan por salir los primeros, hasta el gato, mientras una nueva carcajada persigue a los que huyen: “¡Ja ja ja ja ja! ¡Ja ja ja ja ja ja ja!”

-¡Qué cabrón! ¡Doce justas! ¡Cómo calcula!

La Madre se sentó en medio de la Plaza Mayor envuelta en su abrigo de amor y miel y con un brazo levantado imploraba la atención de los transeúntes. Todos intentaban consolarla:

“No te preocupes, mujer. No va a ocurrir nada. No sería legal. No lo permite la constitución. Significaría salir del euro. La quiebra del estado. Cien años de desolación.”

Pero la Madre no quiere saber nada de legalidad ni de euros. Solo piensa en el desapego, en el desprecio sembrado, en la confrontación de los hermanos.

Un niño se acerca a ella y se sienta en sus piernas y habla como un viejo:

“Deberían saberlo. Ya son mayorcitos. Romper el fácil. Lo difícil es unir.”

“La unión es creadora, la separación es estéril.”

“La unión esta llena de júbilo. La separaciones están hechas de fracaso.”

“Toda unión se celebra, se vive con ilusión. Las bodas son acontecimientos sagrados, fiestas de la vida. En las bodas se baila. En las separaciones se golpea.”

La Madre acaricia con ternura la cabeza del niño. Los rizos de la cabeza del niño se llenan de luces. La gente se para a contemplar la insólita escena.

“Las separaciones traen dolor, y el dolor genera odio y rencor, y el odio se vuelve muerte con el tiempo.”

En el corrillo que se ha formado empiezan a aparecer las lágrimas y el sonar de mocos y los “¡Venga, vámonos!”

“De alguna manera la bomba atómica también es una escisión.”

-¡Venga, vámonos!

Una semana después la Madre seguía sentada en medio de la Plaza Mayor. Ya había bajado los brazos y el niño ya no estaba. Ahora está sola, con la mirada perdida en el suelo: “Y ahora los vascos también. ¿Qué le pasa a este país que todos quieren romperlo? ¿Nadie quiere a nadie? ¿En qué país vivimos? ¿En qué país queremos vivir?...” Finalmente la Madre se levantó, entumecida por la larga sentada y envuelta en su abrigo de amor y miel abandonó la Plaza Mayor: “Aquí todos quieren ser cabeza de ratón. Un país de ratones, en un mundo de leones.” Y tras un largo suspiro, concluyó: “¡Putos hijos!”.

Mordchem el magnate, Blas el viejo, Juan el flauta y un señor con alas, han quedado a cenar para hablar de Cataluña. Nada mas sentarse, Mordchem el cruel dejó caer sobre la mesa su postura:

-Yo no voy a mover un dedo ni a favor ni en contra de nada. Es verdad que no me gustan las separaciones. No me gustan las putas quiebras. Pero bueno, algo sacaré también de eso. Así que no me jodáis la cena con chorradas de separatistas.“

El señor con alas le miró, hizo ¡plof! y desapareció.

Blas el viejo se levantó de un salto: “La próstata de Blas solicita mear. ¡Voy al baño!” Y no volvió.

-Y tu, ¿qué? -le espetó Mordchem el terrible a Juan el flauta después de una larga y tensa espera.

Juan al flauta no le contestó, no le miró, movió un dedo levemente sobre su flauta y, muy lentamente, se levantó de la mesa, se puso la flauta en los labios, y ¡tocó! Y esta vez tocó a els segadors. Y como siempre todos se fueron tras él: los clientes y los camareros, la cajera y los cocineros, el maître y el aparcacoches, con todas las llaves, y las ratas y las cucarachas y la mirada de Mordchem el multimillonario, que también como siempre se quedó solo en el silencio de la sala, mientras la música se alejaba y hasta que su voz de trueno rompió todos los silencios:

-¡Hay que joderse! ¡Qué bien toca el tío!

Y así acabó la cena por Cataluña. Sin empezar. Y sin nada que rascar.

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