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La Historia ajusta cuentas con Hollywood

La Historia ajusta cuentas con Hollywood

EFE

Madrid —

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“Los diez mandamientos” (1956) de Cecil B. DeMille es “una herramienta de propaganda de la Guerra Fría” y el “Alejandro Magno” (2004) de Oliver Stone un “pimpollo oxigenado con complejos familiares”, según la historiadora Alex von Tunzelmann quien da un repaso a Hollywood en “La loca, loca, loca historia del mundo según el cine”.

El libro, recién editado en España por TB Editores, es un compendio de las columnas que desde 2008 Tunzelmann publica semanalmente en el diario británico “The Guardian”, con un estilo incisivo, humorístico y a la vez muy didáctico.

Son más de 200 artículos, ordenados cronológicamente, sobre películas que versan desde el mundo antiguo a la actualidad, y calificadas tanto por el grado de rigor histórico como por el de entretenimiento.

Hay casos, como la “Elizabeth” (1998) que interpreta Cate Blanchett, que rozan la máxima calificación como divertimento (una A) y la mínima en la fidelidad a los hechos (E).

Algo similar ocurre con la oscarizada “Argo” (2012) sobre la ocupación de la embajada estadounidense en Teherán durante la revolución contra el Sha. “Tensa y trepidante”, pero Ben Affleck olvida resaltar que fueron la CIA y el MI6 quienes organizaron un golpe en 1953 para derrocar al presidente iraní elegido democráticamente.

Otras, como “La pasión de Cristo” (2004) de Mel Gibson, suspenden directamente en los dos ámbitos. “Si les gusta la religión en forma de 'torture porn' ésta es su película”, es el despiadado veredicto de Tunzelmann.

Películas como “United 93” (2006) de Paul Greengrass o “JFK” (1991) de Oliver Stone difuminan a propósito el límite entre realidad y ficción con un estilo de documental que irrita a la autora porque pretende legitimar “perspectivas muy politizadas”.

En el filme de Greengrass sobre el avión que se estrelló en Pensilvania el 11-S, Tunzelmann ve un “tono nacionalista y de reivindicación de la guerra contra el terror” y unos hechos completamente inventados, puesto que el filme se rodó antes de que se divulgara el contenido de la caja negra.

En cuanto a “JFK”, la autora señala irónicamente que “esquiva la verdad como una bala mágica” y desmonta, testimonio a testimonio, la teoría conspiratoria del asesinato de John F. Kennedy sobre la que Stone construye su argumento. Se trata, dice la historiadora, de “una de las más clamorosas tergiversaciones de la Historia”.

No todas las películas suspenden el examen de la verosimilitud.

En “Todos los hombres del presidente” (1976), de Alan J. Pakula, Robert Redford y Dustin Hoffman “bordan” su interpretación de Bob Woodward y Carl Bernstein y de los giros de sus investigaciones que acabaron con la presidencia de Nixon.

Eso sí, la mítica frase de “siga el dinero” supuestamente pronunciada por Garganta Profunda (Mark Felt) es completamente falsa.

También rozan el sobresaliente “Mi nombre es Harvey Milk” (2008), de Gus van Sant, “un reflexivo y emotivo retrato” del primer político homosexual elegido para un cargo público en California, interpretado por Sean Penn.

O “La reina” (2006), Isabel II retratada por Stephen Frears en una de las semanas más difíciles de su reinado, tras la muerte de Diana de Gales. Helen Mirren se llevó el Óscar por su convincente trabajo.

Tunzelmann apela a la responsabilidad de los cineastas y les pide más rigor. Al fin y al cabo, recuerda, es el cine el que acaba por definir la visión del mundo de la mayoría.

Ideas como que los esclavos judíos construyeron las pirámides de Egipto (falso), que los hombres de las cavernas luchaban contra los dinosaurios (falso) o que Emiliano Zapata era un analfabeto (falso).

Y no, los vikingos no usaban cascos con cuernos, aunque en este caso el cine se ha limitado a perpetuar una imagen que se sacaron de la manga en 1876 los responsables del diseño de vestuario de “El anillo del nibelungo” de la Opera de Bayreuth.

Por Magdalena Tsanis

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